El calvario de María: olvidada e indigente
En sus datos personales se recoge que tiene 77 años de edad, un hijo y seis hermanas, pero en ningún sitio figura que María Antonia Sánchez Martín haya sido condenada a la indigencia. Sin embargo lleva catorce años sometida a la crueldad de la pobreza más extrema, viendo en condiciones infrahumanas, olvidada y con el corazón destrozado por la falta de afectos.
Ella, que dice lo tuvo todo; que fue bella, amada y envidiada; camarera de piso, vendedora de cuadros y modelo, ya casi no tiene fuerzas para moverse y escapar de ese revoltijo de sábanas sucias, humedad y aromas pestilentes en que se ha convertido su morada. María vive en el número 29 de la calle Luis de Góngora, de Vecindario. Su puerta está siempre entre abierta. Sólo la separa de la acera una cancela de hierro, pero nadie o casi nadie se acerca por ahí. «Lo peor de esta miseria es que espanta», afirma con los ojos extraviados, húmedos y profundamente tristes.
María habla casi sin parar de su vida, de sus amores, de su abuelo, de su marido, de su hijo Patricio y de sus hermanas, las cuales, asegura, «no quieren saber de mi».
En dos bolsas de plástico de color azul guarda celosamente todos los documentos que forman parte de su historia personal. El libro de familia de sus padres, fotocopia del DNI y una carpeta de tapas verdes con la solicitud al Colegio de Abogado de Las Palmas de un letrado de oficio. «Es lo que me hace falta para anular un contrato de compraventa y recuperar la propiedad de esta casa, porque la vendí en 500.000 pesetas, pero sólo me dieron 20.000 pesetas», afirma. Quiere venderla e irse de alquiler para ser libre «como los pájaros», comenta.
María, que tiene una fisura de cadera y se desplaza apoyada en un bastón, revela que a su casa la levantó con dinero de un premio de la Once de 100.000 pesetas y que hace catorce años se la vaciaron operarios municipales porque la declararon en ruina. «Se llevaron muebles y ropa y no me han devuelto nada», señala entre sollozos.
Con una pensión de 359 euros mensuales, hace siete años está sin luz por falta de pago y desde entonces dice que gasta 60 euros al mes en velas. Tampoco tiene agua. «Los vecinos me traen varias garrafas con las que me aseo e intento limpiar el baño», un cuarto desconchado como toda su casa. Su vida es un auténtico calvario. «No tengo ropa ni para ir al hospital», apunta, señalando que aún espera la ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Santa Lucía. De ir a una residencia no quiere oír ni hablar.