Bruselas y el terror de la barbarie
Lo primero que me vino a la mente al conocer las explosiones en Bruselas fue el conflicto en Siria. Y es que en plena era de la globalización cuando menos algo tiene que ver. Y, sobre todo, cómo la mezquindad en la política comunitaria sobre los refugiados provenientes de esa maldita guerra civil y los populismos al uso que salpican al Viejo Continente (Hungría, Polonia y las reticencias alemanas que ni Angela Merkel es capaz de manejar) impiden avanzar en las pacificaciones ansiadas fuera de Europa.
Estamos ante el terrorismo globalizado. Y, por ahora, las democracias occidentales se sienten indefensas ante la incertidumbre que conlleva esta letanía en forma de guerra intermitente. También, cómo no, las intervenciones en su momento en Afganistán e Irak tras el 11S tienen su influencia para entender la desestabilización de la región y los trompicones de este comienzo de siglo. George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar se embarcaron, junto a otros aliados, y sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU en el caso de Irak, a operaciones bélicas a son de exportar la democracia.
Esta vez ha sido Bruselas el epicentro del terrorismo. Las sospechas y la alerta llevaban tiempo desplegadas convirtiendo Bruselas en un fortín de defensa aún mayor y más molesto si cabe y que, a cuenta de lo ocurrido, viene a confirmar que la seguridad total es imposible. El curso pasado fue París en dos ocasiones. Y me temo que el listado no culmina aquí. Máxime, cuando enseguida despierta el debate de cómo afrontar un riesgo en el que tu oponente (relativamente invisible y dispuesto a todo) invoca presagios religiosos bajo el manto del fanatismo a modo de patente de corso. Eso sí, decepcionante la inacción exterior de la Unión Europea que induce al pesimismo sobre su impotencia diplomática a la par que suscita la falta de interés en un proyecto comunitario que da bandazos frente al repliegue recentralizador. Quizá, porque las arquitecturas burócratas de poder que basculan sobre Bruselas hace mucho que desconectaron de la idea fundacional tras la Segunda Guerra Mundial. Y, a todas luces, mientras el terrorismo galopante en la globalización causa numerosos estragos en las capitales de los Estados miembro se percibe un alejamiento sobre las opciones para orquestar acciones supranacionales. En suma, que la esperanza no se otea al tiempo que no hacemos nada con respecto a Siria y el terrorismo nos recuerda crudamente que en la globalización, de una forma u otra, todo está interconectado. Ojalá, aquellos neocons de la Administración Bush hubieran repensado con mayor profundidad su respuesta al 11S.