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Fuerteventura recuerda a los demócratas del destierro

EFE

Sábado, 27 de octubre 2012, 11:14

Fuerteventura recuerda estos días a los desterrados que Franco envío a la isla hace 50 años tras el "Contubernio de Múnich", unos insurrectos de misa diaria que pronto se ganaron a la población local enseñando a los más humildes a leer o compartiendo tardes de cine y pesca.

Joaquín Satrústegui, Fernando Álvarez de Miranda, Jesús Barros de Lis y Jaime Miralles llegaron a Fuerteventura en 1962 acompañados de dos policías que se convertirían en su sombra y con la etiqueta de expulsados del régimen, como castigo a su osadía de haber participado en el IV Congreso del Movimiento Europeo, la reunión en favor de la democracia que el diario "Arriba" rebautizó con ánimo peyorativo como el "Contubernio de Múnich".

En un primer momento, ese sello despertó en Puerto del Rosario la desconfianza de un pueblo que apenas superaba los 3.000 habitantes, con escasas calles asfaltadas y donde el agua llegaba a los hogares repartida en carros o a pie por los aguadores, recuerdan algunos de los vecinos que compartieron vivencias con ellos.

Sin embargo, sus costumbres de misa diaria y sus sesiones de baño y pesca en la bahía de Puerto pronto empezaron a granjearles el respeto de la población local, así como sus continuos paseos por las dos o tres calles que vertebraban la economía de la zona, las compras en la tienda de Ramón Peñate o las visitas a la farmacia de Manuel González.

Atraídos por la curiosidad que los cuatro desterrados despertaban en la sociedad, los jóvenes Marcelino López y sus hermanos Nicanor y Ciro fueron de los primeros en acercarse a ellos y en comenzar una amistad, compartiendo aficiones y visitas los fines de semana al recién estrenado cine Marga.

"Nos invitaban a un grupo de niños a ir al cine", recuerda Marcelino López, que confiesa: "para mí fueron como unos padres dispuestos a ayudarnos y a enseñarnos modales".

Movidos por el anhelo de instruir a los jóvenes, los desterrados del Contubernio solicitaron al sacerdote Juan Marrero la sacristía de la iglesia del Rosario para convertirla cada tarde en un aula en la que impartían catequesis y enseñaban a leer y a escribir a los niños más humildes, las personas mayores sin oportunidad para estudiar o, incluso, alguno que no había obtenido el carné de conducir por no saber leer.

Matías González -defensor a ultranza de la monarquía-, Antonio Espinosa, Miguel Sánchez, los Castañeyra o Arístides Hernández fueron los amigos majoreros de los confinados.

Sin embargo, serían el farmacéutico Manuel González y su esposa, Hortensia Pérez, los auténticos protectores de los nuevos vecinos de Puerto del Rosario.

"Eran tiempos de dictadura y en la isla nadie hablaba de ese tema en público, pero con ellos jamás dejamos de conversar de una actualidad que pasaba por la situación política", explica a Efe ante algunas de las fotos de la exposición conmemorativa: "Múnich 1962. El 'Contubernio' de la Concordia", que Casa África expone estos días en el Centro de Arte Juan Ismael, en Puerto del Rosario.

El 3 de mayo de 1963 fueron puestos en libertad y, al poco, un avión tomaba pista en el aeropuerto de Los Estancos y ponía fin a su cautiverio en Fuerteventura.

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