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Entramos en un nuevo año, el 2015, y a pesar de haber transcurrido más de siete años de crisis, no puedo dejar de mirar hacia adelante con escepticismo.
Aunque la caída en picado de la economía parece haberse contenido y comienza a remontar ahí están los datos de aumento del consumo, del crédito o de las inversiones hoy se dibujan en el horizonte riesgos que amenazan el futuro y provocan, al menos a mí, una cierta sensación de vértigo al pensar en lo que viene.
Para 2015 se prevé un crecimiento para nuestro país en torno al 2% según el Gobierno, aunque hay analistas aún más optimistas que lo elevan hasta el 2,5% y la creación de más de 200.000 empleos.
Sin embargo, antes de llegar a esa orilla hay que pasar por unas elecciones, que se dibujan como un río en crecida y desbocado de su cauce, que amenaza con acabar con todo y arrastrar los cimientos de la recuperación. No hay más que mirar a Grecia y analizar lo ocurrido esta semana, después de que el país se viera forzado a adelantar las elecciones ante la incapacidad del actual Gobierno de sacar adelante a su candidato a la Presidencia del país, Stavros Dimas.
La posibilidad de que el próximo 25 de enero, la fuerza de izquierda Syriza prima hermana de Podemos y que actualmente goza de gran simpatía entre los helenos salga elegida hizo tambalear a los mercados de todo Europa. Y es que, aunque en los últimos meses hayan rebajado el tono de su discurso antieuropeísta, su triunfo amenaza el continente y a la Unión Europea.
No se trata de sembrar el miedo ni de hacer creer que viene el lobo sino de ser realistas.
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