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Bodegón con fresas, cerezas y porcelana china (Jacob van Hulsdonck). National Gallery of Art
El nombre de la fresa

El nombre de la fresa

Gastrohistorias ·

Hasta el siglo XVI esta fruta originaria del bosque tuvo en España denominaciones tan diversas como singulares

Ana Vega Pérez de Arlucea

Jueves, 18 de mayo 2023, 23:09

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Hace poco leí que Umberto Eco barajó distintos títulos para el libro que ahora conocemos como 'El nombre de la rosa'. Los protagonistas, Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk, se enfrentaban a un misterio con tantas posibles interpretaciones que finalmente el escritor italiano decidió titular la obra en honor a los múltiples significados y simbolismos de la palabra rosa. Le hubiera resultado mucho más difícil hacerlo con otra planta de la familia de las rosáceas, la fresa, que encarna precisamente lo contrario a la polisemia: la idea que trasmite el término fresa (esa deliciosa fruta roja en la que están ahora ustedes pensando) se puede decir de otras muchas maneras. Lo malo es que las hemos olvidado.

También hemos olvidado que la historia de la fresa puede competir en intrigas y recovecos con la biblioteca de 'El nombre de la rosa' o con la trama de cualquier novela detectivesca. Esconde largos viajes, descubrimientos inesperados, espías aficionados a la jardinería y una sorprendente revolución botánica que sustituyó las minúsculas fresitas silvestres por los grandes fresones que conocemos hoy en día. La historia de la fresa ha discurrido de forma paralela a la ambición del hombre moderno y sería muy distinta sin las conquistas, guerras e imperios de los últimos 500 años. Les sorprenderá saber que los españoles jugamos un importante papel en el origen de las fresas modernas, pero creo que eso es adelantarse demasiado en esta afrutada novela. Por ahora -les prometo que la próxima semana contaré el resto- hemos de abrir el libro y empezar por un capítulo titulado 'De los mil nombres de la fresa'.

El diccionario de la RAE indica que la palabra fresa proviene del francés 'fraise', pero no nos dice que se comenzó a usar en el siglo XVI ni que tardó mucho en popularizarse. Por entonces los jugosos frutos que dan las plantas del género fragaria no eran muy comunes en España y solo se daban de manera silvestre en algunas zonas del país. Si las fresas son consideradas frutas del bosque es precisamente porque crecen de manera natural en ambientes boscosos, húmedos y de clima templado, condiciones que no se dan en toda la península Ibérica. Por eso no todo el mundo las conocía.

Rebautizadas

Además al no ser un cultivo sino un alimento de recolección silvestre estaba íntimamente relacionado con el mundo rural, así que recibía un nombre distinto prácticamente en cada pueblo. Antes de ser rebautizadas como fresas se llamaron de tan diversas y singulares maneras como fragas, fragueras, fraulas, madroncillos, mayuetas, mayas, metras, armeitas, maibetes, marigüetas, meruéndanos, melétanos, morónganos, amiésgados, amerodos, amaruéganos, biruéganos...

Y esas son solo unas cuantas de sus viejas denominaciones. En euskera, por ejemplo, fresa se traduce ahora como 'marrubi', pero antiguamente hubo una veintena de opciones más. Lo misma variedad léxica existió en Aragón, Navarra, Cataluña, Galicia, Asturias, Cantabria o el norte de Castilla y León, regiones en las que crecía libremente una planta de hojas triples y pequeños frutos rojos, muy sabrosos y con semillas protuberantes.

Esa especie recibe el nombre científico de fragaria vesca y es autóctona de Eurasia. Así eran las fresas que comían los romanos, las mismas que pueden ver ustedes en el cuadro que hoy nos acompaña y que siguen dando fama a las célebres fresas de Aranjuez, en cuyo real sitio fueron introducidas por jardineros franceses allá por el siglo XVII. Obviamente no son iguales a las grandes fresas que actualmente se comercializan pero ¡ah! eso también lo trataremos en el siguiente capítulo.

Repasen de nuevo los viejos nombres de la fresa. Fraga, fraguera y fraula comparten origen etimológico con la 'fraise' de los franceses y proceden del latín 'fraga' (plural de fragum, fresa). Otras denominaciones nacieron de la aún más antigua voz prerromana 'morotonu', que se cree dio origen a arándano y madroño. Con este último guardan las fresas ciertas semejanzas: forma más o menos esférica, color rojo y superficie externa granulada. Esa es la razón por la que en muchos textos antiguos las fragarias fueron llamadas madroncillos, madroñuelos o directamente madroños.

Cuando el humanista Hernán Núñez de Guzmán (1478-1553) tuvo que explicar en sus 'Refranes o proverbios en romance' un dicho francés relativo a esta fruta no encontró mejor salida que decir que 'freze' llaman los franceses a un género de fruta, como madroño, que en latín se dice 'fragum'. No parece que las hubiera probado nunca, y menos aún conocía ninguna denominación en castellano. El noble conquense Enrique de Villena, autor en 1423 del tratado 'Arte cisoria' sobre la práctica de trinchar, tiró hace 600 años de sus conocimientos de valenciano para decir que cierto instrumento con punta servía para sacar mariscos de su concha «è comer madoxas».

Que yo sepa, el primer español que utilizó la palabra fresas fue Cristóbal de Castillejo (poeta y secretario de Fernando I de Habsburgo) en torno a 1541. Sebastián de Covarrubias incluyó el término fresa en su 'Tesoro de la lengua castellana' (1611) pero lo definió con dos sinónimos más conocidos por los lectores de su época -miezgado, maiveta- y como «una especie de moras que tienen forma de madroños pequeños [...] y se comen con vino y azúcar o con leche y concurren con el tiempo de las guindas». La próxima semana les contaré cómo nació la gorda fresa moderna gracias a un espía.

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