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Janet Yellen fue la primera presidenta de la Reserva Federal norteamericana (el banco central del país, que emite dólares y les pone precio) y, según la prensa estadounidense, será la primera secretaria del Tesoro de Estados Unidos. El presidente electo, Joe Biden, la habría elegido para ocupar ese determinante cargo de su Administración en un momento delicadísimo para la economía estadounidense, en particular, y también para la global.
La expresidenta de la Reserva Federal norteamericana tiene una brillante hoja de servicios al frente de esa institución. En sus cuatro años al mando de uno de los organismos con más poder en el mundo, entre enero de 2014 y enero de 2018, abordó la normalización de la política monetaria tras las medidas extraodinarias que puso en marcha su predecesor, Ben Bernanke, para evitar que la Gran Recesión de 2008 se convirtiera en la segunda edición de la Gran Depresión. Y esa normalización que ella acometió, esa paulatina retirada de estímulos, la consiguió realizar sin ocasionar sobresaltos en los mercados financieros: durante sus cuatro años de mandato, pese a iniciar las subidas de los tipos de interés -acometió tres incrementos del precio del dinero- y a poner fin a las compras de bonos (y a la expansión del balance de la Fed), no provocó ninguna corrección en los mercados. El Dow Jones, durante su presidencia, subió nada menos que un 60%. Si hubo caídas de por medio, ninguna fue por la secuencia de sus decisiones.
Janet Yellen, además, dejó el camino marcado a su sucesor, el actual director de la Reserva Federal, Jerome Powell: cuando ella marchó, ya se sabía que los tipos de interés habrían de seguir subiendo, con objeto de preparar el margen de maniobra suficiente ante la posibilidad de que llegara una nueva crisis -como así ha sido, aunque de manera totalmente sorpresiva, por una pandemia-. Y también se conocía a qué ritmo la Reserva Federal iría reduciendo su balance, dejando de reinvertir los vencimientos de los títulos que tenía en cartera.
Janet Yellen le dejó el camino allanado a Jerome Powell. Aunque éste también ha mostrado una gran pericia: la crisis actual ha provocado que de nuevo el banco central estadounidense haya echado el resto bajando los tipos de interés y comprando activos -un abanico mayor de títulos del adquirido durante la crisis financiera de 2008-. Pero en los últimos días habían surgido discrepancias entre el secretario del Tesoro de Donald Trump, Steven Mnuchin, y el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Jerome Powell, provocando alguna perturbación en los parqués. Mnuchin envió una carta a Powell informándole de que permitirá que los programas de préstamos de emergencia expiraran a final de año, argumentando que los mercados crediticios han recuperado la fuerza suficiente. En respuesta, la Reserva Federal comentó que prefería que el conjunto completo de medidas de emergencia establecidas durante la pandemia siga cumpliendo su papel como respaldo a una economía aún tensa y vulnerable.
El previsible nombramiento de Janet Yellen al frente del Tesoro quizás asegure mejor armonía con la Reserva Federal norteamericana. Una buena sintonía en ese tándem es esencial para la economía estadounidense en un momento tan delicado como el actual.
A Yellen y a Powell les une, además de su aproximación a la realidad económica, algo más: la antipatía declarada de Donald Trump. El presidente saliente se mostró muy quejoso con la gestión de la primera -muy dovish, heterodoxa, a sus ojos-, tal es así que no renovó mandato. El segundo ha estado en varias ocasiones al borde del despido, primero por unas subidas de tipos fundamentadas en la fortaleza de la economía y duramente criticadas por el presidente Trump -a lo largo de 2018-, y a continuación por unas bajadas del precio del dinero -ya en 2019- que al presidente le supieron a poco.
Ahora, el presidente de la Fed, Jerome Powell, afirma que la economía aún está en una situación endeble y puede necesitar más estímulos. Y la nueva secretaria del Tesoro, Janet Yellen, tiene dos puntos a su favor para gestionar, primero el embrollo actual, después la salida de la crisis. Ella, además de estar preparada para el momento en que la economía se recupere y no necesite ayudas, para allanar el terreno para quitar los andamios sin traumas; mientras dure la crisis tendrá el foco muy centrado en el empleo, una de sus especialidades.
Cuando estuvo al frente de la Fed, si la institución tiene un doble mandato (empleo e inflación), Yellen puso como prioridad el mercado de trabajo. Su sólida trayectoria académica (se graduó en Brown, se doctoró en Yale y enseñó en Harvard y en Berkeley) está centrada en el estudio de las dinámicas laborales. Y ello puede imprimir un sello en su desempeño al frente del Tesoro. La futurible secretaria del Tesoro irá mucho más allá del análisis de la mera tasa de paro: se fijará en la evolución del subempleo, la marcha de la participación de la población en el mercado laboral o la evolución de los salarios para determinar la toma de medidas. En todos estos factores la pandemia promete dejar heridas profundas que habrá que restañar. Como experta en la llamada Curva de Phillips, aquélla que dice que a menos desempleo, salarios más altos, ella es consciente de que ya no funciona como antes porque se ha alterado la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo y porque han entrado en juego potentes fuerzas deflacionistas, como las nuevas tecnologías. El miedo a la inflación, por tanto, pasa a un segundo plano: ni está ni se la espera.
Janet Yellen ya participó en el asesoramiento económico de la Administración Clinton. Ahora pasa a primera línea de fuego. En un momento clave que exige toda la pericia en la puesta en marcha de políticas públicas y en la gestión de los recursos.
La acogida de los mercados ha sido muy favorable. La noticia de que Trump permite iniciar la transferencia de poderes a la nueva Administración y el previsible nombramiento de Yellen han espoleado las cotizaciones bursátiles.
Alejandro Mayorkas, elegido por el presidente electo de Estados Unidos Joe Biden para dirigir el Departamento de Seguridad Interior (DHS), es un inmigrante cubano que ya anunció su intención de revertir la política antiinmigración del presidente saliente Donald Trump. De ser confirmado por el Senado, Mayorkas, nacido el 24 de noviembre de 1959 en La Habana, será el primer hispano e inmigrante en dirigir el DHS, encargado de la inmigración y la seguridad fronteriza.
Hijo de un judío cubano y una judía rumana que llegaron a Estados Unidos en 1960 huyendo de la revolución de Fidel Castro, Mayorkas, más conocido por su apodo «Ali», aludió a su propia experiencia al plantear su visión del trabajo. «Cuando era muy joven, Estados Unidos nos proporcionó a mi familia y a mí un lugar de refugio. Ahora, he sido nominado para ser secretario del DHS y supervisar la protección de todos los estadounidenses y aquellos que huyen de la persecución en busca de una vida mejor para ellos y sus seres queridos», escribió en Twitter.
Este abogado y exfiscal federal, que vivió primero en Miami y luego se radicó con su familia en Los Ángeles, conoce bien el cargo. Como el cubano-estadounidense de más alto rango en el gobierno de Barack Obama, del que Biden fue vicepresidente, fue subsecretario del DHS entre 2013 y 2016 y antes director de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos de 2009 a 2013. Mayorkas es considerado el arquitecto de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, la política migratoria instaurada por Obama por orden ejecutiva para permitir residir temporalmente a quienes fueron traídos cuando niños como inmigrantes indocumentados, también conocidos como «dreamers».
Licenciado con honores de la Universidad de California en Berkeley y graduado de Derecho de la universidad jesuita Loyola Marymount en Los Ángeles, Mayorkas se inició en la administración pública en el Departamento de Justicia de Estados Unidos, donde fue fiscal federal auxiliar del distrito central de California y luego fiscal federal nominado por el expresidente Bill Cliton. En el sector privado, Mayorkas trabajó en el bufete O'Melveny & Myers y en los últimos años en la firma internacional WilmerHale. El equipo de Biden dijo que también colabora con organizaciones sin fines de lucro que dan servicios legales a los pobres, y ayudan con el reasentamiento de refugiados y la educación de jóvenes desfavorecidos.
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