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Imagen de un belén con indumentaria tradicional canaria. COBER SERVICIOS AUDIOVISUALES
CRÓNICA

Vivencias de Navidad isleña

Recordar el ayer nos ayudará a percibir mejor la Navidad actual, tan llena de hábitos y pretensiones que no se ajustan a su verdadero sentido, al menos aquel que aprendimos de nuestros mayores y ellos de los suyos

JUAN JOSÉ LAFORETCRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

Viernes, 24 de diciembre 2021, 01:00

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En Gran Canaria, donde el primer gran poeta isleño Bartolomé Cairasco ya dedicó, allá por el siglo XVI, señeros poemas a la 'Natividad', pronto florecieron manifestaciones artísticas y populares, así como usos y costumbres, que conformaron una Navidad con verdadero sabor propio, con un aire atlántico peculiar que anuncia los belenes desde la costa a la cumbre. Unas celebraciones que conllevaban muchas ...letrillas candorosas, de pluma inédita, reflejan el carácter, la intención y el ambiente del pueblo que las canta: ¡Jesús, que divino Niño, / tiene la Virgen del Pino!», como apuntó el escritor y periodista grancanario Francisco Rodríguez Batllori en 1960, en un extenso artículo titulado 'Navidad en Canarias'. Tradiciones y costumbres que aparecieron y se trasmutaron, poco a poco, a través de los siglos, tal cual recuerdan, comentan, y hasta critican en ocasiones, en sus crónicas y libros autores como Domingo J. Navarro, Eduardo Benítez Inglott o José Miguel Alzola, el primero testigo directo de la Navidad isleña del siglo XIX, el segundo a caballo entre los dos siglos y el tercero de la del siglo XX.

Sin embargo, en la Navidad 'sui géneris' que desde el año pasado nos toca afrontar, algunas personas me han hecho dudar acerca de las celebraciones navideñas, dado que como están las cosas les parece, sin que les falte cierta razón, que es una trivialidad, o un sarcasmo, desearle a nadie «felicidades» o «que tenga un próspero año», pues argumentan como, con la que cae, 'no está el horno para bollos', ni para soñar con derroches que no se los puede permitir casi nadie, ni la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, ante ello habrá que preguntarse ¿pero de que Navidad hablamos? Y entonces entenderemos que, muy al contrario, la difícil situación actual por la que atraviesa la humanidad, lejos de anular y negar la celebración de la Navidad se nos presenta como una magnífica oportunidad, como un punto de inflexión, para recuperar el verdadero sentir de estas celebraciones, al tiempo que, dejando a un lado una impropia costumbre meramente consumista, que se ha difundido desde las últimas décadas del siglo pasado, recuperemos y demos a las solemnidades navideñas el carácter tradicional que se fraguó a través de los siglos, un sabor y sentir propios de una conmemoración que pone en valor sobre todo el encuentro entre todas las personas, la alegría como símbolo del deseo de superación de cualquier diferencia o alejamiento. Para ello no hace falta mucho, el mejor regalo es la amistad y el compartir lo que cada uno tiene, recordando como aquel Niño de Belén, que transformó la historia, nació en una humilde cuna, en un sencillo establo, no junto a una opípara mesa, bajo un árbol de luces tintineantes, entre cientos de regalos que, la mayoría de las veces, son tan inútiles como la idea que impulsó su adquisición.

Indudablemente no todo siempre fue igual y la celebración de la Navidad varió a través de los tiempos Sin embargo, ante ello habrá que preguntarse ¿pero de que Navidad hablamos?

Un año más, pero ahora en un ámbito donde una gran mayoría se emperra en la idea de no estar 'para fiestas' -y no les quitaré la razón-, llega la Navidad, esos días un tanto extraños, de sabor agridulce, en los que la felicidad desbordada se conjuga con un cierto halo de tristeza, de recuerdos, de añoranzas. Frente a hábitos muy recientes, que nada tienen que ver con esta celebración y la desvirtúan completamente, es la noche de las familias, del entorno amplio de esa gran comunidad que también conforman parentelas más o menos lejanas y hasta las mismas vecindades, marcada por la amistad profunda, por la solidaridad, por los sentimientos a flor de piel; pero nuevamente se me formula la misma cuestión y me pregunto si en verdad entendemos todos esos conceptos y que son ellos los que definen estas festividades.

A tenor de ello es curioso mirar atrás y ver como, en las navidades de 1953, el cronista Eduardo Benítez Inglott apuntaba que «...ahora, en los tiempos que vivimos son muy distintas las características del día de Navidad en nuestra urbe...», y aconsejaba que se tuviera mucho cuidado, pues «...todo lo que no es tradicional es falso...». Pero los cambios y evoluciones siempre se dieron, tanto que, en 1791, el ineludible memorialista de esta isla Isidoro Romero y Ceballos recogía como se dispuso entonces que se «Tocase a maitines de Navidad a las ocho y media y se deja la costumbre antigua», precisando como «...La víspera de Navidad de este año se tocó a maitines ('Oficio religioso nocturno que se celebra entre la medianoche y el amanecer, antes que laudes, y que constituye una de las horas canónicas') a los ocho y media de la noche en lugar de que antes se empezaba a tocar a las once de la noche y se dejaba a las doce, lo que ejecutó por acomodarse el Cabildo a los deseos de dicho señor obispo (en ese año ocupaba la silla episcopal D. Antonio Tavira y Almazán)...»

Indudablemente no todo siempre fue igual y la celebración de la Navidad varió a través de los tiempos y se adecuó a las costumbres de las épocas y de los lugares, pero siempre había mantenido una aceptación de los valores más consustanciales a su mensaje, al significado de celebrar el nacimiento de alguien que quiso transformar el mundo con una única llave, la del amor. La Navidad, el ayer y hoy de unas celebraciones propias y universales, de unas fiestas en las que debe prevalecer junto a lo religioso el espíritu de amistad, de entendimiento, de identificación con las propias costumbres, el valor que se daba a los buenos deseos, la falta de interés material. Recordar el ayer nos ayudará a percibir mejor la Navidad actual, tan llena de hábitos y pretensiones que no se ajustan a su verdadero sentido, al menos aquel que aprendimos de nuestros mayores y ellos de los suyos a lo largo de cinco siglos de historia isleña.

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