Si no es una final sí que lo parece: presión total en una UD sin margen de error ante la Ponferradina

Si no es una final, sí que lo parece. Una jornada, la del próximo domingo ante la Ponferradina, llamada a ser de normalidad para la UD, que calculaba estar ya a salvo de cualquier riesgo de descenso a estas alturas del calendario, ha cobrado una relevancia inesperada a cuenta de la mala trayectoria del equipo. Cuatro jornadas sin ganar y la permanencia todavía en cuestión recuperan las urgencias. Más, atendiendo a la mala imagen dada en las últimas jornadas, salvando un arreón de orgullo frente al Málaga, insuficiente, en todo caso, para vencer. La credibilidad del grupo está, ahora, en uno de sus niveles más bajos de la campaña y hasta el propio entrenador admite su grado de preocupación por lo que viene ocurriendo últimamente.

El ánimo de los jugadores no vive sus mejores días pero hay confianza en poder restablecer el vigor y la seguridad propia. Hay calidad y experiencia de la que tirar en esta coyuntura de necesidad y cuando mirar a la parte baja de la clasificación provoca vértigo, con el Alcorcón, primera rival que marca la frontera entre el bien y el mal a ocho puntos y con dieciocho por dirimir. Toda una invitación a no dejarse ir ahora que todavía es posible ahorrarle a la afición nervios y estrés en el desenlace del curso. Es lo mínimo que se le puede exigir a un plantel muy lejos de las expectativas levantadas y condenado, por sus propios errores, a competir más pendiente del sótano de la clasificación que de otros horizontes.

Mel no termina de comprender el motivo de este bajón pronunciado y que coincide cuando, curiosamente, menos incidencia tienen las bajas, motivo capital que sirvió de argumento para anteriores bajones. Aún con alguna ausencia, sí dispuso el preparador madrileño de suficientes recambios y alternativas para conformar un once de garantías y guardarse, también, alternativas en el banquillo para las correspondientes sustituciones. Ahora no se ha dado este caso y son varios los futbolistas que quedan señalados, más allá de su nulo acierto, por su pobre rendimiento.

Incluso con gestos reprobables como el protagonizado por Álvaro Lemos, quien, portando el brazalete de capitán, y con un 3-0 adverso ante el Espanyol, en el minuto 39 de partido, y cargando ya con una amarilla, cometió la temeridad de no medirse en un balón en el centro del campo y acabar expulsado. «Me ha decepcionado», llegó a decir de él Mel al ser cuestionado al respecto. Toda una declaración de intenciones y que refleja que, en el orden interno, hay, también, aspectos por corregir.

Desde ayer la atención está puesta en la visita de la Ponferradina y con la responsabilidad añadida de no tener margen de error. En la plantilla todos son conscientes de que cualquier otro signo que no sea el del triunfo puede desbocar una crisis en el momento menos oportuno, cuando el calendario penaliza sin segundas oportunidades. Mel sabe que, además del trabajo físico y táctico, cobra valor añadido el aspecto mental y la correcta canalización de la frustración que ahora puebla el vestuario.

En este sentido, va a privilegiar el reforzamiento de lo adquirido, sin recurrir a revoluciones de ningún tipo y agarrado al núcleo duro. No se anuncian variaciones significativas en el once titular, ya previsto el retorno al lateral derecho de Ale Díez por el sancionado Lemos y con la opción abierta de algún matiz en la medular. «Hay que tirar para adelante con esto». Es la consigna, mezcla de conjura y rabia, con la que se espera la deseada reacción.