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En pocos partidos el momento de entonar los himnos nacionales ha cobrado tanta importancia. Después de la fenomenal polvareda levantada en su debut en la Copa del Mundo, cuando los jugadores iraníes se negaron a cantar el tema, que acaba con un elogio a la República Islámica impuesta por los ayatolás, la tensión en el estadio Bin Ali era difícilmente descriptible. Todas las cámaras y los ojos de los aficionados apuntaban a la formación titular iraní, muy renovada con respecto al primer partido.
Los jugadores cantaron. Algunos abriendo la boca sin género de dudas, como el delantero del Oporto Mehdi Taremi, y otros de manera muy tímida, como si quisieran limitarse a cubrir el expediente. A quien no se le vio mover la boca fue a Sardar Azmoun, el jugador del Bayer Leverkusen, uno de los más activos en contra de la represión y a favor de los derechos de las mujeres iraníes. Por otro lado, Amzoun fue, y quizá no solo por su peso futbolístico en el equipo, de largo el más ovacionado por la afición persa que hoy se cita en el estadio Bin Ali.
No se sabe hasta qué punto ha pesado en la decisión de los jugadores el deseo de enterrar la polémica o las posibles represalias del régimen contra ellos. Tanto al seleccionador, el portugués Carlos Queiroz, como a Taremi se les vio muy nerviosos en la comparecencia pública que mantuvieron ayer con la prensa. Taremi reconoció que el asunto del himno les había podido distraer en el partido inicial, que perdieron con estrépito frente a Inglaterra (6-2).
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