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«Si no eres osado o audaz, en el mundo del arte no haces nada»

«Si no eres osado o audaz, en el mundo del arte no haces nada»

El director y actor Andrés Lima (Madrid, 1971) explica lo complejo y apasionante que ha resultado llevar al escenario la épica historia, con un gran peso filosófico, que narró Herman Melville en su universal novela.

Jueves, 1 de enero 1970

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— ¿Cómo se adapta a la escena una novela tan inmensa, en todos los sentidos, como es , de Herman Melville, no es una utopía?

— No es una utopía, porque lo hemos hecho [risas]. Cuando lo piensas, se te abren las carnes. Sin embargo, Juan Cavestany, que puede con todo, lo ha hecho. Y lo ha hecho muy bien. Te resumo cómo ha sido el proceso. La productora Focus me propone llevar a cabo el experimento Ahab–Pou, centrándonos, sobre todo, en el personaje de este capitán. Es una idea que me parece fascinante. La adaptación se centra en ese personaje de Moby Dick. No intentamos de contar toda la novela, que es un libro de casi mil páginas en el que hay de todo, desde tratados sobre ballenas hasta documentación sobre la pesca de éstas... Abarca un montón de cosas, no solo la caza de la ballena blanca. Pero ésta, el que mejor la puede narrar, después de Melville, es Ahab. Lo hemos convertido en narrador porque el propio escritor deja difuso quién lo cuenta. Empieza haciéndolo un tal Ismael, un chico que en vez de suicidarse decide echarse al mar, que es algo que hacían mucho en aquella época. Pero después, es el propio Melville el que toma las riendas como narrador omnisciente, tras lo que es Ahab el que lo hace hasta que llega un momento en el que parece que quien narra es la propia ballena blanca. Es algo muy moderno, muy libre. Eso nos permite atacar la obra desde la obsesión de Ahab, que no es otra que matar a esa ballena. Muchos nos identificamos con esa obsesión, para bien o para mal. Es un personaje que tiene como ser humano tantas cosas extraordinarias como nefastas. Nos lleva a reflexionar de una forma muy bella. Es donde Melville y Moby Dick se hacen fuertes, en la belleza del relato y en la grandeza del ser humano, sin decir que sea algo digno de envidia, sino que es digno de contarse. Dio la casualidad que Juan Cavestany ya tenía una adaptación de Moby Dick. La estaba ultimando cuando contactamos con él. Parecía que unos se habían enterado de la idea de los otros, pero fue todo casualidad. Ahí nos reunimos todos, en la identificación con el libro, que es fantástico.

— Llama la atención la osadía de Juan Cavestany para meterse a adaptar esta novela.

— Si no eres osado o audaz, en el mundo del arte no haces nada. Creo que la aventura merecía mucho la pena. Además, Ahab es un personaje que en la novela habla poco y en la obra lo hace mucho más. Cuando habla te mete en un universo oscuro y extraño, por lo que no es difícil identificarse con él. La pasión por la navegación y la aventura se mezclan con su obsesión por matar a la ballena. Se puede entender como el relato de un suicidio, desde un principio hasta el final. Eso nos dio un punto de vista más directo y teatral. Por eso no entramos en todas las digresiones que tiene la novela original.

— Ahab lucha contra la ballena, a la vez que lo hace contra sus demonios, contra sí mismo y contra el mundo que le rodea...

— Pues, sí. Hay una base religiosa muy potente en el libro. Es la propia cultura de Melville y de la época. El puritanismo es algo muy importante y potente. Está la lucha moral de reconocer que el bien y el mal habitan en la persona y en la naturaleza. Es un punto de vista muy humanista, que me interesó mucho. Melville es un hombre que parte de su época y que escribe de los límites morales y éticos que le impone su sociedad. Sin embargo, respetándolos, literariamente los destruye. Va más allá. La obra tiene algo de autobiográfico y filosófico. Tuvo que ser un tipo que calló mucho durante su vida. En el libro hay una homosexualidad latente, que es tremenda. No se centra en el aspecto sexual, sino en el moral. Es decir, dice que se está más allá del bien y del mal, soy el que soy. Ahab es un personaje tremendo, que lo cuestiona todo, incluida la destrucción. Esa es su parte apocalíptica, que hace que no le importe acabar con toda la tripulación con tal de matar a la ballena blanca. Incluso, le da igual morir con tal de conseguirlo. Pero después, durante la novela, hay momentos en los que se narra la belleza de la caza en alta mar, cómo el barco sortea a los cachalotes y las olas, que resulta maravilloso y que apela a nuestro espíritu aventurero. Habla de enfrentarse a lo que haga falta, con tal de ir un paso más allá. Eso es lo que al fin y al cabo hace progresar a la humanidad. Es un libro lleno de contradicciones, como el propio ser humano.

— Se suele tener la idea, entre los que no lo han leído y motivado por películas como la de John Huston, de que se trata de un libro de aventuras. Pero es muchísimo más que eso...

— La película creo que es buena, pero no consigue lo que sí hace el libro, que es trascender la época. Fue una superproducción en su momento, pero ahora la ves y los efectos especiales te dan risa. Pero el trasfondo filosófico también es importante en la película de John Huston y por eso intenta transmitirlo mediante imágenes. Se debe generar a través de la imaginación del lector o del espectador. No puedes dar al público la ballena blanca. En cuanto la ves, desaparece el misterio. Lo que he intentado en este montaje es que se vea y no se vea, para que el espectador realice un gran viaje, como si de una enorme borrachera se tratase, que dura una hora y cuarto y que se desarrolla dentro de la cabeza de Ahab.

— Por lo que cuenta, el espectador asistirá a un montaje muy crepuscular, con monólogos y fantasmas interiores de Ahab.

— En gran parte de la obra así es, porque ése es Ahab. Pero la otra parte es tan valiosa como esa. Lo has definido muy bien, un hombre y sus monólogos crepusculares, porque sabe que se dirige hacia la muerte. Pero por otro lado, en la obra también tiene mucho peso cómo el propio Ahab describe esa caza y otros intentos. Lo plasmamos con Pou y con un trabajo de vídeo y escenográfico que ya se verá en el Cuyás. Ahab se muere tanto como amor a la vida tiene. Es insentenciable, enorme...

— ¿Cuando Juan Cavestany adaptaba la novela por su cuenta había pensado en que Ahab fuera José María Pou?

— No, el iba por su cuenta, guiado por su propia obsesión con la novela. En la productora Focus tenían la suya y José María como espectador, otro tanto. Me llamaron porque consideraron que era el indicado para conjugar todas esas pasiones. Pasé a formar parte del club de obsesivos por el personaje de Ahab. Me dejé llevar con rapidez [risas]. Las primeras conversaciones y reuniones creo han sido uno de los momentos más emocionantes de toda mi trayectoria teatral. La forma en la que se vertían las opiniones... fue un proceso en el que todos, incluido el productor, fuimos un equipo.

— ¿Había trabajado antes con José María Pou?

— Nos conocemos desde el año 2.000. Hemos trabajado juntos en diferentes ocasiones, como actores. La próxima colaboración que verá el público será con la película El reino, de Rodrigo Sorogoyen. Pero nunca le había dirigido. Ambos teníamos ganas, porque nos une la pasión por el teatro. Me comentó desde el principio cómo viajaba a Londres y a Nueva York para ver lo que se estrena y ha asistido como espectador a todos mis montajes. Siempre ha sido un espectador entusiasta, crítico y amigable. Nos debíamos esta colaboración.

— ¿Cómo ha sido dirigirle?

— Dirigir a José María forma parte de colaborar con él. No significa ordenarle cosas. Consistió en trabajar juntos para contar algo que ambos queríamos dar a conocer.

— Este montaje de lleva una línea escénica parecida a las últimas obras que bajo su dirección se han visto en los últimos años en el Cuyás, como han sido , o , entre otros?

— Espero y confío en que sea diferente. Todas mis obras lo único que tienen en común son mis propias obsesiones. Lo que sí que es verdad es que mi gusto estético figura en todas. No solo el mío, sino el de mi equipo, Beatriz SanJuan es la escenógrafa de mis últimos montajes, Juanma Manresa se encarga de la música, etcétera. Somos un equipo que llevamos trabajando muchos años juntos, desde la época de Animalario.

— ¿Dudaron entre titular el montaje o directamente ?

— Sí, porque la versión va por ahí. Pero Ahab no es nada sin Moby Dick. Además, lo primero que tenemos que hacer es reflejar la novela a través de él. No es una obra diferente, sino una versión. La propia novela lo permite. Daniel lo tenía muy claro, por no despistar al público y porque Ahab es solo un personaje. El título original está muy bien puesto y eso que la ballena solo sale en una veintena de páginas, literalmente, dentro de casi un millar. Moby Dick está dentro de todos, es nuestro deseo y nuestra obsesión, lo que nos puede matar y salvar.

— ¿Esas reflexiones filosóficas figuran en el montaje?

— Sí. El teatro es un lugar idóneo para filosofar, aunque no tienes un espacio ni un tiempo para hacerlo excesivamente [risas]. Para eso está después que cada uno lo desgrane y se pregunte cosas en el bar, en el restaurante o en casa tras la función. Confiamos en que el espectador no se quede solo en la aventura, sino que se pregunte por las obsesiones de Ahab. Eso es lo interesante y es lo que José María Pou propone. Eso es muy difícil, hay que vivirlo.

— Con suerte, muchos espectadores, al finalizar el montaje, irán a la librería en busca de la novela, porque todo el mundo conoce la historia, pero pocos la han leído.

— En los tiempos que vivimos, ver un libro de esa dimensión hace que te eches para atrás y te decantes por una novela más rápida y de e-book. Creo que es un novela que se puede leer incluso como Rayuela, de Cortázar. Puedes leerla saltándote capítulos y después volviendo a ellos. La empecé a leer hace unos dos años. Me iba saltando partes en las que entraba en detalles sobre la nave o los distintos tipos de ballenas. Conforme avanzaba en su lectura, volvía atrás y al final me la leí toda. De hecho, me metí hasta en internet para conocer más cosas sobre la caza de la ballena. Hasta que me pregunté: ¡pero qué hago yo aquí informándome sobre esto! Te engancha y te mete en el lío. Habla de la caza de la ballena, por supuesto, pero todo es una gran metáfora.

— El lector se acaba transformando en Ahab....

— Sin duda [risas]. Si esto lo cogiera una multinacional americana se hace de oro solo con la mercadotecnia. Te mete en un mundo.

— ¿Sabe que una parte de la película de John Huston se rodó precisamente en Gran Canaria?

— Lo sé y me hace mucha ilusión. Tengo una parte de mitómano y no es un lugar como otro para ir con Moby Dick. ¡Ahí vivió por un tiempo la ballena blanca y Gregory Peck! [suelta una carcajada] He de decirte que Gregory Peck es muy guapo, pero José María Pou es mejor Ahab. Cualquier montaje de esta historia se transforma en una caza de la ballena blanca. Yo nunca grito ni nada en los ensayos, pero las dos últimas semanas estaba súper excitado. Era puro contagio. Hay algo muy épico, muy de intentar contar algo y no llegar hasta el final. Lo que quieres contar es inexplicable. Eso es una de las cosas que hemos intentado reflejar.

— ¿Tiene previsto un nuevo estreno en los próximos meses?

— Voy a intentar ir al teatro Cuyás, que es uno de mis sitios predilectos, pero estreno en Madrid una obra sobre la memoria histórica, El pan y la sal [inspirada en la declaración de la canaria Pino Ojeda ante el juez Garzón. Después, en Alicante, Casa de muñecas y después entro en un proyecto personal, en el Centro Dramático Nacional sobre el golpe de estado de Pinochet.

— ¿El Teatro de la Ciudad [que inició con Miguel del Arco y Alfredo Sanzol y después continuó Lima con el segundo] murió o habrá una tercera entrega?

— Cumplió una función. Estuvo muy bien. Investigamos sobre la tragedia y la comedia y unimos fuerzas distintos creadores. Pero esa base de teoría es difícil de darle continuidad en este país. Pese a ello yo intento mantener esa misma base teórica en todos mis proyectos.

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