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Francesc Zanetti/ Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 21 de mayo 2020, 13:00
— es su primera novela. ¿Puede avanzarme los motivos y razones que lo han empujado a desarrollar su interés por la creación literaria?
— Empecé escribiendo artículos de opinión sobre actualidad social, política y económica. Pasar al relato fue un tránsito natural. El Lince ... empezó como uno de esos relatos cortos que, con la presión de amigos y familiares para que ampliara la historia, me llevó a profundizar en el desarrollo de la novela.
— ¿Cuánto tiempo le ha llevado la escritura de ?
— El proceso me llevó casi tres años. Es cierto que poder prepararla sin una fecha de entrega te permite indagar en un amplio proceso de documentación e información, estructurar la historia, hacer correcciones y llevar a cabo revisiones con tranquilidad. Creo que el tiempo invertido es el que la propia obra demandaba.
— Ha optado por un tipo de registro concreto: la novela política de ficción. ¿Por qué se ha decido por este género?
— Desde que tuve en mis manos El Manifiesto Negro, de Frederick Forsyth, descubrí un género que usaba técnicas de investigación similares a las de investigación periodística. Desde el primer momento me pareció una lectura adictiva. Es un género literario que me apasiona y que me apetecía desarrollar en este proyecto.
— ¿Por cierto, sus autores de referencia cuáles han sido o siguen siendo?
— Soy un apasionado de las obras de emblemáticos autores como John Le Carré, Frederick Forsyth o John Grisham, entre otros. La minuciosidad con la que documentan sus obras ha forjado un estilo muy particular entremezclado con una narración muy hábil.
— El periodista Víctor Nauzet Hernández apunta en el prólogo que su historia no ha ocurrido, pero que perfectamente pudo haber ocurrido. ¿Está usted de acuerdo?
— Sin duda. Me viene a la mente la vida de Mikel Lejarza, El Lobo, que en la década de 1970 se infiltró como agente de los servicios de inteligencia en la rama político-militar de ETA y descabezó a la banda propiciando el arresto de más de 150 etarras. Las acciones paramilitares del Batallón Vasco Español, el terrorismo de estado del GAL o más recientemente el caso Villarejo, son claros ejemplos de que la realidad supera a la imaginación de los mejores novelistas y guionistas.
— La trama aborda aspectos cruzados con lo que se denomina las del Estado y otras referencias de interés internacional. ¿Imagino que su abordaje lo ha obligado a un riguroso proceso de documentación?
— El proceso de documentación ha sido importante. Como lector me gustan las obras en las que documentación e información está tan integrado en el texto que pasa desapercibido. Les añade un plus de verosimilitud. He consultado libros especializados, informes, periódicos y, por supuesto, mantenido conversaciones con personas conocedoras de determinadas materias. A medida que avanzaba en la documentación, la estructura de la historia se complementaba a una velocidad de vértigo. Nuevos elementos aparecían en escena y otros los descartaba por no tener un encaje plausible en la obra. En ese momento tuve la extraña sensación de que la trama me conducía por donde quería.
— ¿Después de tantas novelas de ficción escritas sobre ETA y el «problema vasco» no le asustó sumar con una nueva a la nómina de títulos existentes? ¿Qué mirada cree que ofrece como novedad la suya?
— Más que asustar me generó dudas. Es cierto que la historia negra de ETA todavía es bastante reciente. Aún duele y la fractura social y política en Euskadi sigue abierta. Eran comprensible que las editoriales dudaran ante el autor novel que presenta una novela sobre ETA. Pero ese no fue mi caso. Mi editor, Victoriano Santana Sanjurjo y su Editorial Mercurio, antepusieron el análisis de la obra a cualquier tipo de prejuicio. En El Lince prevalece una muy medida neutralidad y la obra deja que sea el lector quien saque sus propias conclusiones. Sin atajos, sin mensajes entre líneas. Le pongo un ejemplo: en el proceso de corrección final, dos personas leyeron la misma obra y sacaron conclusiones totalmente opuestas. Creo que ahí radica la riqueza de la novela.
— Después de leer su novela parece que a uno ya no lo queden ya razones para seguir confiando en el Estado como garante de la legalidad.
— Es cierto que a lo largo de la historia reciente de nuestro país hemos sido testigos de flagrantes casos de corrupción y utilización torticera de las estructuras del Estado. Pero al final, el principio de legalidad se ha impuesto y el propio sistema ha corregido esas desviaciones. Ningún estamento del Estado ha quedado impune y eso demuestra que contamos con una democracia muy consolidada.
— La novela se inicia en Madrid y concluye en Gran Canaria, pero ofrece al lector un final abierto. ¿Tiene intención de retomar en una posible segunda entrega el destino de Aritz?
— No descarto aprovechar el potencial de alguno de los personajes en futuros proyectos.
— ¿La historia vital de Aritz no se diluye entre las intrincadas operaciones que usted va relatando en las páginas?
— Con el personaje de Aritz me centré en sus propias contradicciones morales. ¿Hasta dónde sería alguien capaz de llegar para que su sueño se volviera realidad? ¿Cuándo dejamos de distinguir el bien y el mal? ¿Dónde están los límites? Me pareció muy interesante aborda ese aspecto de la condición humana.
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