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Alexis Ravelo y Elio Quiroga (a la derecha) en la presentación de 'La estrategia del pequinés', en el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria. c7
Y eso fue todo
Opinión

Y eso fue todo

Opinión ·

«Cuando le pasé el guión de 'La estrategia del pequinés' que escribí a cuatro manos con David Muñoz, comprendió las decisiones y demostró ser el autor ideal, ese con el que sueña todo guionista: el que conoce su medio como nadie y aporta con generosidad y entrega».

Elio Quiroga

Sábado, 4 de febrero 2023, 23:09

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Nos conocimos hace como quince años, en la Biblioteca Insultar. Yo charlaba sobre 'La novia de Frankenstein' y nos pusimos a alegar sobre las películas de terror. Volvimos a vernos varias veces a partir de entonces y me enganché enseguida a su obra. Empecé con las novelas de Eladio Monroy y luego ya no paré.

Cuando terminé de leer 'La estrategia del pequinés', tras acabar la última página, le llamé. Estaba presentando una novela en la librería del Cabildo, y allí fui. Nos tomamos un café y le propuse llevarla al cine. Le encantó la idea. Luego vino el Premio Hammett. Pasaron los años (hacer cine independiente en España es una prueba de fondo llena de obstáculos), en los que nos vimos muchas veces, me dio consejos de escritura, me contó anécdotas maravillosas, compartimos cafés y cervezas. Cuando le pasé el guión que escribí a cuatro manos con David Muñoz, comprendió las decisiones y demostró ser el autor ideal, ese con el que sueña todo guionista: el que conoce su medio como nadie y aporta con generosidad y entrega. Pasaron más años, ocurrieron muchas cosas mientras el proyecto se desarrollaba. Finalmente hubo que optar a hacer la película con mucho menos presupuesto del previsto. Decidimos que sí, que merecía la pena.

Y llegó el momento de rodar. No era la película que queríamos; se hacía con muy poco dinero, pero al menos queríamos que quedara digna. Se pasó por el rodaje un día en el restaurante de Bandama (no pudimos rodar en el Parador de Tejeda, que era el que aparecía en la novela, pues en aquellos meses estaban reparándolo tras un incendio), y pasamos una jornada estupenda, charlando, trabajando, comiendo y riendo. Aquel fue un rodaje muy duro, con un plan de trabajo de locos, lleno de renuncias, que apenas daba resquicio a respirar, pero su presencia nos dio energías a todos.

Cuando terminamos la película e hicimos el preestreno bajo la bandera del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, pasamos una velada maravillosa. Charlamos, cantamos, reímos y disfrutamos. Le recuerdo tarareando un bolero con su voz de contratenor, mientras Alejandro Ramos, compositor de las canciones de la película y Manuel Ojeda, que nos cedió su galería para la celebración, le acompañaban al piano. Luego la película obtuvo algunos premios en festivales y fue adquirida por varias plataformas. Los espectadores de otros países la encontraron entretenida, e introdujo a mucha gente que no conocía sus novelas, atrayendo lectores nuevos para su obra.

Poco tiempo después vinieron más días de trabajo, de trabajo que no era trabajo, porque era una gozada currar con él. Teníamos un proyecto nuevo entre manos, en el que estuvimos inmersos durante varias semanas. Yo iba a la casa que compartía con Thalía, charlábamos de todo los tres y disfrutábamos de lo bien que cocinaba Alexis. Yo de paso me llevaba de vez en cuando algunos frutos del gran aguacatero que tienen en el jardín. Últimamente nos intercambiábamos libros. El otro día me acabé uno de los que me pasó la última vez: 'Las torres del olvido', un clásico de la ciencia-ficción de otro isleño, el australiano George Turner. Ahora estoy con 'Tonto de remate', de Richard Russo. Fue el último libro que me pasó.

El último. Como la película de Murnau. Siempre hay un último libro, una última película, un último momento, un último recuerdo.

Nos vimos hace dos semanas en Los Llanos de Aridane, donde presenté un pequeño cine fórum alrededor de 'La jungla de asfalto' para el festival que organizaba, Aridane Criminal. Luego cenamos con la gente que iba llegando en un día de mal tiempo a la isla para participar en el festival. Me llamó al regresar, porque le había contado que sin previo aviso mi tía Mary Carmen, mi madrina, había sido hospitalizada, y me había vuelto corriendo a Gran Canaria para estar con ella. Él estaba preocupado. Todo va bien, le comenté. Le imagino al otro lado del móvil, en mitad del trabajo del festival, sonriendo. Qué bien sonreía Alexis. Qué bien reía. Qué bien contaba. Qué bien abrazaba.

Y eso fue todo.

Lo asombroso del milagro de esto que pasamos, la vida, es el poco sentido que tiene. Un profesor que tengo estos días, Pedro Viana, nos dice que nuestra propia existencia y su acontecer es algo tan raro, tan improbable, y tan inexplicable que en sí misma es un milagro.

Alexis Ravelo fue, es y será, un milagro.

Y fue un privilegio compartir un poco de tiempo con él.

Vivamos el milagro mientras podamos, y recordemos los milagros hechos personas que hemos tenido la dicha de conocer en nuestras cortas y azarosas vidas.

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