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Sr. García
Eduardo Scala, pionero del AjedreZ educativo

Eduardo Scala, pionero del AjedreZ educativo

Cuentos, jaques y leyendas ·

A principios de los años 70, el Colegio Cerrado de Calderón de Málaga fue el primer centro de España en incorporar la enseñanza del noble juego como asignatura optativa

Manuel Azuaga Herrera

Domingo, 29 de septiembre 2024, 01:06

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De un tiempo a esta parte, el ajedrez pedagógico es una realidad. El noble juego se ha revelado como una excelente herramienta transversal para los docentes, un campo interdisciplinar que se abre paso en el aula porque despliega un fantástico racimo de bondades (atención selectiva y dividida, sentido crítico, pensamiento estratégico o anticipación, entre otras muchas) y las pone al alcance del alumnado, como dulces uvas de sabiduría.

En 1973, unos meses después de que Fischer y Spassky lucharan en Reikiavik por el título de campeón del mundo, Eduardo Scala, «poeta, artista y ajedrólogo», incorporó la enseñanza del ajedrez en el Colegio Cerrado de Calderón de Málaga. Hasta donde sabemos, esta fue la primera experiencia de ajedrez educativo que se desarrolló en España. Vanguardista, integral y simbólica. Y, lo que es más sorprendente, en horario lectivo. Acaso sea Scala el primer 'magister ludi' del juego-ciencia. Su historia de vida, además, parece un cuento de Borges.

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Scala descubrió el ajedrez gracias a Wenceslao, su abuelo materno, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, quien conoció a los más célebres ajedrecistas de los años veinte del siglo pasado. Wenceslao le contaba al pequeño Eduardo historias hermosas sobre el milenario juego. Una tarde, el abuelo le regaló a su nieto un tablero de viaje con piezas hechas de madera de boj. Hechizado, el nieto se escapó del Colegio de Nuestra Señora de El Pilar. Tenía 13 años. «En ningún otro lugar descubrí la verdad y la belleza como en el ajedrez», reconoce hoy Eduardo. En aquellos días, Scala pasaba hasta once horas al día estudiando a los clásicos, las partidas legendarias de Morphy, Capablanca, Rubinstein… Ahí empezó todo.

El juzgador de AjedreZ

La madre de Scala, visto el desmadre, contrató a un profesor particular, Paco Almazán. Este Paco, que en principio apareció en escena como un remedio académico, se convirtió en un tótem de inspiración formativa para Eduardo. A partir de su llegada, Scala descubrió a otros clásicos, los literarios, y bebió de los textos de los poetas (Juan Ramón Jiménez, Lorca, Antonio Machado…) y de los existencialistas (Sartre, Camus, Simone de Beauvoir…). Ambos, Paco y Scala, frecuentaron la cultura madrileña: el Café Lyon d'Or, el Ateneo, la primera planta del Café Comercial, centro de reuniones entre ajedrecistas y bohemios.

Con Almazán, Scala se implicó en la lucha antifranquista. Y a punto estuvo de ser asesinado por ello, aunque esa es otra historia. En el tablero de blancas y negras, Scala ya había alcanzado un cierto rango. En 1963, se proclamó campeón juvenil de Castilla. Más tarde, visitó París, donde siguió las huellas del maestro polaco Tartakower. En el Café de la Régence, contempló el tablero en el que jugaba Napoleón Bonaparte. O eso cuenta la leyenda. En 1967, Scala ganó el Torneo Ciudad de Burgos y, poco después, abandonó la competición. Desde entonces, dejó de ser un «jugador» y se transformó para siempre en un «juzgador de AjedreZ». Así, tal y como está escrito: «AjedreZ», con la primera y la última letra en mayúsculas. Alfa y Omega. Tenía 22 años.

La Brise

En 1973, Scala se mudó a Málaga. «Para pagarme el viaje y mi nueva vida, me deshice de mi biblioteca de ajedrez. Era un tesoro», recuerda. «Lo vendí todo». Para entonces, Scala había profundizado en cábalas, simbolismo y filosofía oriental. «En mis lecturas apareció de nuevo, como una bomba, el ajedrez», explica. «Entonces entendí por qué fui atrapado en mi juventud por este juego. Y cuando comprendo esto, comienzo a dedicarme a expandir mi conocimiento». En un anuncio de Diario Sur, Scala encontró residencia en La Brise, una villa del siglo XIX, en la calle Eugenio Sellés. La dueña era Margherita Morreale, eminente hispanista italiana. Los árboles y plantas centenarios de La Brise están hoy dentro del Catálogo de Jardines Protegidos de la ciudad.

«Nos pareció el paraíso», confiesa Scala. Usa el plural porque por entonces ya se había enamorado de Ana Bravo, con quien tuvo dos hijos. «Alquilamos la casa del guardés. Vivíamos en una atmósfera muy especial, parecía una película de Visconti». Margherita viajaba con frecuencia y se limitaba a cobrarles el alquiler. «Creo que incluso le asustamos, nos veía como unos hippies», aclara Scala. Por La Brise pasaban amigos y poetas. Con el tiempo, sin que nadie ni nada lo pretendiera, la casa del guardés se convirtió en «la casa del AjedreZ».

Ajedrez-Arte

Por entonces, el madrileño Nicolás de Laurentis era, a sus 24 años, el director de periódico más joven del país. El Profesor, como era conocido, dirigía el diario 'Sol de España', con sede en Marbella. Laurentis era un apasionado del noble juego y le ofreció a Scala la oportunidad de publicar diagramas en una sección propia. Así nació 'Ajedrez-Arte', donde Scala mostraba una posición crítica que seleccionaba de partidas magistrales. Lo novedoso era que Scala incorporaba una pista a la solución del diagrama a partir de un aforismo de místicos, filósofos y pensadores. Tengo delante algunos ejemplos. Les leo este de Platón: «Las cosas difíciles son las más hermosas». Seguido de un «Negras juegan y entablan». O este otro de Lorca, que tanto me evoca al 'Omega' de Morente: «Esos caballos soñolientos los llevarán al laberinto», como refuerzo lírico a un «Blancas juegan y matan en seis».

Eduardo Scala se veía con el pintor Dámaso Ruano (hoy Hijo Predilecto de Málaga), en la galería de arte La Mandrágora. Dámaso daba clases de pintura en el Colegio Cerrado de Calderón. En cierta ocasión, Scala le preguntó: «¿Crees que el ajedrez funcionaría». «Claro, ¿por qué no? El ajedrez es cultura», respondió Dámaso. Dicho y hecho. Scala compró un tablero mural al editor y ajedrecista Ricardo Aguilera. Empezó a dar clases en un aula exclusiva del colegio. «Desde un principio, me inspiré en el 'magister ludi'. Yo quería hablar del alma del ajedrez, no solo enseñar la técnica del juego», recuerda Scala. Y añade: «Los alumnos se quedaban maravillados cuando les mostraba los 'mansubat' árabes, ya sabes, problemas en los que, a primera vista, parece que te dan mate, pero siempre hay una jugada escondida, una combinación letal, mágica y salvadora».

Los «'mansubat' iluminativos», como los define Scala, fueron también la base para impartir sus lecciones de «Ajedrez Transcendental», en Benalmádena. «Eran sesiones de 'mindfulness', ahora tan de moda, pero a través de las enseñanzas del juego-ciencia», precisa Eduardo.

La Biblioteca Nacional

La aventura malagueña se prolongó hasta 1976, año en el que Scala regresó a Madrid con Ana y sus dos hijos. Su afán era trabajar en la Biblioteca Nacional, investigar a fondo sobre el origen y el simbolismo del ajedrez. Scala entró en contacto con José Alcalá Zamora y Queipo de Llano, nieto del expresidente republicano Alcalá Zamora y, al mismo tiempo, del general Gonzalo Queipo de Llano. Jugaban al ajedrez en el Club Pegaso. José había vivido durante años en el exilio, en México. De vuelta a España, y en calidad de doctor en Historia, recomendó a su amigo Scala para que pudiera entrar a la Biblioteca Nacional como investigador. Una vez más, el ajedrez abrió las puertas de un nuevo destino.

Demos un salto en el tiempo. En 2018, Scala fue el comisario de la exposición 'AjedreZ. Arte de silencio. Ocho siglos de cultura', exhibida en la Biblioteca Nacional. En ella se mostró un hito clave (y desconocido) en la historia del ajedrez educativo. Scala rescató un texto del astrónomo y teólogo Petrus Alfonsi, rabino sefardí, médico personal de Alfonso I de Aragón. Hombre sabio, Alfonsi escribió 'Disciplina Clericalis', donde recogía las siete artes, habilidades y virtudes que debía tener un príncipe o un buen caballero. Entre las habilidades, Alfonsi incluyó la de saber jugar al ajedrez: 'scaccis ludere'. «Estamos en el siglo XII», advierte Scala. «Se trata del primer texto puramente educativo de Occidente y se nos habla del noble juego como fuente de enseñanza».

Encuentro con Botvinnik

A lo largo de su vida, Eduardo Scala ha conocido a algunas de las figuras más preeminentes de la historia del ajedrez. Ilustres de la talla de Najdorf, Anand, Kaspárov, Chiburdanidze… O del genio de Fischer. En diciembre de 1994, con motivo de la celebración de la XXXI Olimpiada de Ajedrez, Scala peregrinó a Moscú y, en el corazón mismo del noble juego, conversó con Mijail Botvinnik, patriarca del ajedrez soviético. Es probable que esta fuese la última entrevista pública del excampeón mundial.

En 1973 Scala se mudó a Málaga: vivía en la casa del guardés de La Brise, la villa de Margherita Morreale en Pedregalejo

Eduardo, con su cayado de peregrino, arrancó el diálogo haciendo alusión al ajedrez como un «oficio divino». Al poco, hizo referencia a Lewis Carroll y a su tratado matemático 'Alicia a través del espejo', al ajedrecista Ruy López de Segura, confesor de Felipe II, y al interés de Alfonso X por descubrir los arcanos secretos de los maestros árabes. «En su origen», planteó Scala, «el ajedrez era pura metafísica, y el gran maestro, maestro de la vida». Botvinnik, en pleno gambito dialéctico, respondió: «Antiguamente, los gobernantes eran más sabios. Ahora, prescinden de los ajedrecistas como asesores y consejeros».

La conversación es una delicia. La pueden leer íntegra en el libro de Scala 'El juzgador de AjedreZ', una obra exquisita y culta. De un modo natural y poco frecuente, Scala fue llevando el diálogo a su terreno: «Maestro Botvinnik, sus mejores partidas son perfectas. Usted conectó con el Misterio. Usted es un monje». Lo maravilloso es que Botvinnik no se arrugó, todo lo contrario, y armó un discurso cabal y sincero: «Me temo que, después de nuestro encuentro, voy a comprenderme y valorarme más». «De eso se trata», puntualizó Scala.

Nada más leer este pasaje, hablo con Scala: «Me sorprende que te atrevieras a hacer este tipo de preguntas, Eduardo», le digo. «Pues imagínate», me dice. «En sus días de gloria, a Botvinnik lo llamaba el mismísimo Stalin. Era alguien que paseaba tan tranquilamente por el Kremlin. Y yo estaba allí, hablándole de monjes». Me río. «¿Sabes qué?», apostilla Scala. Se hace un (largo) silencio. «Cuanto más elevado pongas el rango, más elevada y noble será la respuesta».

En ese justo instante siento que Scala tiene razón. Y me doy cuenta de que él se dirigió a Botvinnik desde el corazón, tal y como lo había hecho con sus alumnos en el Colegio Cerrado de Calderón, años atrás. Al escuchar su voz, soy consciente de estar oyendo al 'magister ludi' del juego-ciencia, al gran maestro de los 'mansubat', al «juzgador de AjedreZ».

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