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Manuel Azuaga Herrera
Sábado, 13 de abril 2024, 21:56
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El relato de Guillermo García, 'Guillermito', el segundo gran maestro cubano tras José Raúl Capablanca, debería timbrarse en los libros de historia del ajedrez. Vino al mundo en Santa Clara un 9 de diciembre de 1953. Para entonces, se había cumplido más de una década de la muerte de Capablanca y la cosecha de nuevos campeones estaba en barbecho en la isla, a la espera de una jugada maestra de la diosa Caissa. Guillermito fue el tercer hijo de José Rafael, abogado, y de Gisela, profesora. Aprendió a mover los trebejos a la edad de seis años sin que hubiera ningún influjo familiar, por pura curiosidad, un rasgo este que lo acompañaría durante toda su vida, dentro y fuera del tablero.
Un buen día, una desconocida, fatigada por el calor, pasó por la casa de la familia García para pedir agua. Agradecida, la mujer le dijo a Gisela: «Uno de sus cuatro hijos tiene una cruz blanca en el paladar. Es la señal de que este hijo suyo hará grandes cosas». Gisela sonrió con amabilidad al oír el extraño presagio y, cuando la desconocida siguió su camino, quiso salir de dudas. En efecto, la cruz estaba ahí, en el paladar de Guillermito. Imaginen el pálpito.
La primera «gran cosa» llegó en 1969, en el Memorial Capablanca que se celebró en La Habana. Guillermito se presentó al torneo con solo 15 años y, pese a su falta de experiencia, derrotó al argentino Óscar Panno, figura superlativa de las blancas y negras. Aquella fue la primera vez que nuestro protagonista derrotó a un gran maestro. Imaginen el júbilo.
La segunda machada ocurrió en 1971. El Guille, como ya se le conocía en los círculos ajedrecísticos, ganó el Torneo Nacional Juvenil de Ajedrez con un resultado inédito: once victorias en once encuentros. La prensa cubana comparó la hazaña con la del campeón Emanuel Lasker en el Torneo Internacional de Nueva York de 1893, donde el alemán se adjudicó trece puntos sobre trece. En 1913, también en Nueva York, Capablanca obtuvo el mismo número de victorias. Años más tarde, en 1964, le tocó el turno al genio entre los genios, me refiero a Bobby Fischer, quien se coronó campeón de los Estados Unidos (y lo hacía por quinta vez) con once partidas ganadas sobre once. Es cierto que Guillermito triunfó en una categoría juvenil, pero la aplastante superioridad que mostraba ante sus rivales puso a la isla en un estado de boyante excitación. La diosa Caissa, en silencio, sonreía dichosa.
Después llegaron otras muchas «grandes cosas», tal y como estaba escrito. El Guille obtuvo el título de gran maestro a los 22 años. Se coronó tres veces campeón nacional (1975, 1976 y 1983). Representó a Cuba hasta en siete olimpiadas y, a salto de caballo, recorrió medio mundo: España, Suiza, Bulgaria, México, Ecuador, Yugoslavia, Venezuela, la Unión Soviética, Estados Unidos… Fueron miles de partidas, cientos de torneos y de aventuras. Y algún que otro episodio misterioso, como cuando desapareció en Málaga, en abril de 1986, antes del inicio del Torneo Costa del Sol celebrado en el Castillo El Bil-Bil de Benalmádena. La prensa local informó del caso: «El jugador cubano Guillermo García está ilocalizable y los organizadores no saben dónde se encuentra». Debido a su incomparecencia en las dos primeras rondas de la competición, El Guille fue descalificado.
Guillermo García se casó dos veces. En cierto modo, a su segunda esposa la conoció gracias al ajedrez. Corría 1980. El Guille participaba en la primera edición del Torneo Carlos Manuel de Céspedes, celebrado en San Salvador de Bayamo. El dato es curioso (aunque, bien pensado, no puede ser casual) porque Bayamo es el primer lugar en el que se jugó al ajedrez en Cuba, nada menos que en 1518. En los descansos del torneo, a Guillermo le gustaba pasear por el Parque Granma del lugar. Y en uno de esos paseos se topó con Ada María, una joven de la que se enamoró al toque. El amor, por una vez, no hizo de las suyas en el tablero y El Guille ganó el campeonato. A los dos años de aquel encuentro, se casaron. Y dos más tarde, el matrimonio tuvo un hijo.
Guillermo García Labrada, hijo de Ada y Guillermo, tomó el testigo apasionado de su padre por el ajedrez. «Es una pena que no coincidiéramos más», confiesa. «Él viajaba mucho y, sobre todo, yo era muy pequeño. Empecé a recibir mis primeras clases de ajedrez a los seis años, en septiembre de 1990, pero mi papá murió de seguido, en octubre. Lamentablemente, no pudo ser mi maestro». A pesar de ello, García Labrada, como el niño que guarda para siempre la cuerda de un globo que se pierde entre las nubes, volcó todo su afán en las sesenta y cuatro casillas. Tanto fue así que trabó amistad con la flamante hornada de nuevos talentos cubanos, como Lázaro Bruzón o Leinier Domínguez.
Guillermo García escribió su mayor gesta deportiva en el Interzonal de Moscú, en 1982, donde se dieron cita catorce de los mejores ajedrecistas del momento. Solo los dos primeros clasificados lograban el pase para jugar el Torneo de Candidatos, paso previo (y último) para pelear por el título de campeón del mundo, en manos del todopoderoso Kárpov. En el arranque del Interzonal, para sorpresa de propios y extraños, Guillermito se colocó en cabeza con 5 puntos sobre 6. Y eso que el cubano partía antepenúltimo en la clasificación inicial, por fuerza de juego (ELO). El resultado fue tan inesperado que El Guille, junto a su ayudante Román Hernández, cambió su plan de entrenamiento, pues se vio con opciones reales de clasificar. Más tarde, El Guille confesó: «Desde el punto de vista psicológico, no fue fácil».
«Cuba estaba paralizada. Hasta el que no sabía mover una pieza necesitaba saber qué había hecho mi padre en Moscú», cuenta el hijo de El Guille, con orgullo. Pero las cosas se torcieron en la segunda vuelta del campeonato. A pesar de hacer tablas con Kaspárov, Guillermito perdió en la última ronda contra el filipino Rubén Rodríguez, lo que le dejó con la miel en los labios. De haber ganado esa última partida habría jugado el Candidatos. La tuvo en la jugada 24. Si hubiera movido el rey a la casilla 'h8'…
García Labrada nos dibuja el contexto de aquellos días: «Después de la mitad del Interzonal, mi padre empezó a sentirse mal, esa es la verdad. Su entrenador también enfermó. Sabemos que los dos tuvieron los síntomas propios de un fuerte catarro. Y a Román lo medicaron con unas pastillas». El hijo de Guillermito no pretende justificar, en ningún caso (me insiste en ello, con nobleza), los resultados de la segunda vuelta de su padre en el torneo. Sin embargo, el maestro internacional mexicano Raúl Ocampo, amigo de El Guille, escribió que el cubano enfermó «por una carne rara». Y llegó a más: «Todos pensábamos que era un arma secreta soviética». Palabra de Ocampo.
En 1988, Guillermito participó en un súper torneo de ajedrez en Nueva York. El organizador era José Cuchí, un joyero segoviano amante del noble juego que había emigrado a los Estados Unidos. El Guille quedó segundo, tras un joven ucraniano (aún soviético, por entonces): Vasili Ivánchuk. Por allí estaban dos muchachas que, años más tarde, se convertirían en leyenda: Judit y Sofía Polgar. El premio en metálico para Guillermito ascendía a 10.000 dólares. Un dineral, en aquellos tiempos. Pero Cuchí se encontró en una situación tan incómoda como injusta: por orden del Departamento del Tesoro de Ronald Reagan, en aplicación de la Ley de Comercio con el Enemigo, tenía prohibido pagar un solo dólar a cualquier ciudadano cubano, lo que afectó directamente a Guillermito.
Nunca antes había pasado nada igual. La revista 'New in Chess' habló de un caso «abominable» y de «injerencia de la política en los asuntos del ajedrez». Un portavoz del Departamento del Tesoro dijo: «Es parte del embargo económico contra Cuba». Por su lado, el hijo de El Guille aporta una información muy reveladora: «A Cuchí le dio mucha pena no poder pagar. Alguien, no sabemos quién, le ofreció a mi padre quedarse en Estados Unidos. De ese modo, le dijeron, podría cobrar el premio. Incluso recibiría algún tipo de ayuda». Pero Guillermito se mantuvo firme y regresó a Cuba, de vacío. En 2023, la familia de El Guille ganó una larga batalla judicial y logró, treinta y cinco años después, cobrar el premio embargado.
En la madrugada del 26 de octubre de 1990, Guillermo García perdió la vida en un fatal accidente de coche, en el municipio habanero de Nueva Paz. La noticia cayó como una bomba en la comunidad ajedrecística del mundo entero. Guillermito tenía 36 años. Javier Ochoa, actual presidente de la Federación Española de Ajedrez (FEDA), vivió durante un tiempo en Cuba. Conoció bien a Guillermo: «Me enteré de su muerte en Madrid, en casa de Zenón Franco», recuerda. Ochoa le rindió un sentido homenaje a su amigo en las páginas de la revista 'Jaque': «En mi opinión, era el mejor jugador latinoamericano». «Los torneos ya no serán lo mismo sin tu presencia», escribió.
Unos días antes del accidente, Guillermito participó en el Campeonato Nacional que se celebró en Santiago de Cuba. Su hijo, en compañía de los abuelos maternos, fue a visitarlo y pasó allí tres días. Al despedirse, el chico se puso a llorar y Guillermito, buscando un consuelo, le regaló a su hijo un pequeño tablero de ajedrez (muy hermoso), con una transcripción en ruso. Fue la última vez que se vieron.
En la actualidad, el nieto de Guillermito, el tercer Guillermo de la familia, también juega al ajedrez, como su abuelo. Por su lado, García Labrada, el hijo del campeón cubano, enseña los secretos del noble juego a las jóvenes promesa de San Salvador de Bayamo. Y lo hace con amor, con la cuerda del globo de su infancia en el bolsillo.
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