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‘El espíritu de la colmena’ sigue vivo

Víctor Erice contó para dar forma al guion con Ángel Fernández Santos, palabras mayores en la crítica de cine en España. Ambos articularon una historia que tiene como excusa el mito de Frankenstein

Sábado, 24 de marzo 2018, 13:01

En el cine «todo es mentira, es un truco». La frase es de Isabel y quien la escucha es su hermana Ana. Este 2018 hará 45 años que el público la oyó por primera vez en una sala de proyección, en concreto en el cine Conde Duque de Madrid, donde dicen las crónicas que se ofreció el primer pase de El espíritu de la colmena, una película que en todas las antologías aparece entre las cinco mejores de la historia del cine español -habitualmente encabezando el listado- y entre las diez inolvidables del celuloide rodado en Europa.

Cuatro décadas y media después de aquel estreno, el truco de El espíritu de la colmena sigue funcionando perfectamente. La película ha resistido el paso del tiempo como pocas y aunque las niñas protagonistas se han hecho mayores -Ana Torrent, la Ana del filme estrenó el viernes en el teatro Cuyás Todas las noches del día, e Isabel Tellería lleva una vida alejada de los focos- y algunos ya no están, como Fernando Fernán Gómez o la impagable maestra que encarnaba Laly Soldevila, la cinta no solo vive del éxito del pasado sino que sus méritos siguen intactos. Otra cosa es cuál sería hoy la reacción de los distribuidores y de la taquilla ante una obra de sus características.

Para valorar esos méritos quizás conviene ponerse en situación: estamos en 1973, en las postrimerías del franquismo, donde hay un nuevo cine español que ejerce de vanguardia cultural y que planta cara a la censura con inteligencia. Convive con ella, aprovecha su ignorancia y también la certeza de que algunos censores son conscientes de que su tiempo está próximo a acabar. Influidos en gran medida por el cine francés de las últimas dos décadas, por las huellas del neorrealismo italiano y también por lo que empieza a filmarse en Estados Unidos en la costa este, sobresalen directores como Carlos Saura, Ricardo Franco, José Luis Borau, Jaime de Armiñán y Manuel Gutiérrez Aragón, entre otros. Algunos acumulaban ya trienios en la industria y otros estaban empezando, pero todos ellos estaban unidos, a pesar de sus diferencias estéticas, por un denominador común: un ansia de ruptura que lograba el plácet de la taquilla. Y tras ellos, o sobre ellos, que es el caso que nos ocupa, productores que arriesgan su dinero pero que, en el fondo, tenían alma de directores. Como Elías Querejeta, productor de El espíritu de la colmena y de una docena de películas que están también por derecho propio entre las cincuenta mejores de la historia de ese arte en España.

En ese listado de creadores tras la cámara se coloca Víctor Erice, un director que entra con El espíritu de la colmena en la categoría de culto. Que vuelve a hacerlo con El sur y que a partir de entonces añade, seguramente a su pesar, otra etiqueta: la de maldito.

Erice venía de estudiar Ciencias Políticas y Derecho, después cine, había hecho crítica de películas y participó en Los desafíos, un largometraje con otros dos directores rodado en 1969 y producido por Querejeta.

Vídeo.

Con ese bagaje, ciertamente escaso, Erice se cruza con Ángel Fernández Santos. Aquí estamos hablando también de palabras mayores: Fernández Santos, probablemente uno de los mejores y más cultos críticos de cine del periodismo español, da forma de guion a lo que habían sido ideas compartidas por Erice y Querejeta sobre la influencia de la figura de Frankenstein en la cultura popular y en especial en el cine. Por supuesto, del Frankenstein en la versión de James Whale, con Boris Karloff encarnando al monstruo. De una primera idea que obligaba a un presupuesto astronómico se va pasando poco a poco a una película de costes austeros, que reflexiona sobre los mitos y los sueños, donde el cine no es más que una excusa para enlazar el mundo de la ficción con el real. Y todo ello en una España de pueblo, rural a más no poder, seca en las formas, que da frío al espectador con solo ver la llanura en la que aparece un tren rompiendo la paz, y donde la Guerra Civil está presente. Pero no por lo que se ve, porque la contienda ya pasó, sino por lo que van diciendo (poco, ciertamente) los personajes, por las ausencias y por la presencia de un maquis reconvertido en Frankenstein.

Esos dos mundos en los que transita la película tienen como puerta para pasar de uno a otro la mirada de las niñas protagonistas, pero sobre todo la de Ana. La película es ella. En Huellas de un espíritu, un documental producido por Canal+ en 1998 sobre el filme, Víctor Erice contaba con orgullo que lo mejor que ha filmado en su vida es la secuencia en que Ana Torrent ve en el cine del pueblo la película de Whale. Es casi, decía, «un documental» en una obra de ficción, pues era la primera vez que Torrent contemplaba en pantalla a Frankenstein y el operador Luis Cuadrado captó, camára en mano y con Erice sujetándolo a sus espaldas, ese instante mágico en que Ana (la de verdad y la de ficción, pues en la película se llama igual) queda sobrecogida ante el monstruo. Luego vendrá en la trama ese diálogo con su hermana Isabel en la que ésta le advierte de que en el cine todo es truco. Pero segundos después la devuelve al mundo de los sueños con esta advertencia: «Ya te he dicho que es un espíritu. Si eres su amiga puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas: Soy Ana, soy Ana...»

Para no escatimar en el reparto de méritos, hay que mencionar a Pablo G. del Amo, el montador. En 2005 el crítico e historiador del cine Diego Galán le hizo justicia con el documental Pablo G. del Amo, un montador de ilusiones. En un país donde esa profesión pasa desapercibida en las alfombras rojas y entre el público, Pablo G. del Amo fue una referencia. Sus manos dieron forma a los grandes títulos de ese nuevo cine, pero también del más clásico. Y de su tijera salió una edición de El espíritu de la colmena en la que no sobra nada y no falta nada. Aunque según afirma Ángel Fernández Santos en Huellas del un espíritu, lo que no debió verse nunca fue la imagen en primer plano del actor que hacía de Frankenstein, pues al no ser Boris Karloff se rompía la magia. Montaje, por cierto, en el que la censura no quitó una sola imagen. Según Víctor Erice, porque los censores no entendieron la película y porque, como señalaron en su informe, estaba condenada al fracaso comercial.

La realidad fue bien distinta: la película cosechó en su estreno el triple de lo que había costado, ganó la la Concha de Oro en San Sebastián -fue el primer filme español en conseguirlo- y en su palmarés se incluyen, entre otros reconocimientos, el Premio de la Crítica de Londres a la Mejor Ópera Prima y a la Fotografía del Año; el de la Confederación Internacional del Cine, Arte y Ensayo Europeo de Turín a la Mejor Película de Arte y Ensayo; el Fotogramas de Plata para Ana Torrent; y el del Círculo de Escritores a la Mejor Película.

Después Ana Torrent volvería a deslumbrar en Cría cuervos, con Carlos Saura, y años más tarde con Tesis de Alejandro Amenábar; de Fernando Fernán Gómez sobra decir que siguió consolidándose como el creador total del cine; Teresa Gimpera tuvo una carrera poco lucida; Isabel Tellería se borró del mapa del espectáculo... y Víctor Erice tropezó con Elías Querejeta en El sur, una gran película que marcó sin embargo el final de un tipo de cine donde el director llevaba la voz cantante. Cineasta y productor acabaron como el rosario de la aurora, la película se estrenó con un final improvisado y desde entonces Erice se consagró como un maldito que se hizo leyenda de El espíritu de la colmena y por ese trance abrupto con El sur.

Cuarenta y cinco años después, la sugerencia de Isabel a Ana bien vale para el cine en su conjunto. Abramos como Ana la ventana y cambiemos las palabras: «Cierras los ojos y le llamas: Quiero buen cine»... A ver si reaparece ese monstruo, que buena falta que hace.

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