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La guerra que se está viviendo en Ucrania queda muy lejos de Melenara en medidas geográficas. Pero si se calibra por empatía y sensibilidad, se está viviendo muy de cerca. Tanto es así que Olha Kondrashova, su madre y sus dos niñas, que salieron hace algo más de dos semanas de Odessa huyendo de los bombardeos y la tragedia, han sido acogidas con los brazos muy abiertos por Beatriz López, Miguel Garzón y sus tres hijos en el barrio costero.
Estas cuatro valientes decidieron marcharse de su casa, en la ciudad portuaria que se sitúa a orillas del Mar Negro, por miedo a que la barbarie que tiene en vilo a todo el país les alcanzase. «Escuchábamos los bombardeos desde nuestro hogar. Todo estaba cerrado. Nuestros hijos no podían ir a la escuela ya y los estantes del supermercado estaban vacíos», asegura Olha, que decidió marchar con Olena Dolynska, su madre, hacia la frontera, en un «largo y duro viaje a pie» para poner a salvo a sus dos pequeñas, Anhelina y Zlata, de 10 y 6 años respectivamente.
La travesía no fue fácil para ellas. Dejaron atrás toda su vida, familiares y amigos. Indica Olha que también quisieron traerse a su sobrina, pero no pudieron porque no tiene pasaporte.
El marido de ella es marinero de un barco que suele arribar en el puerto de La Luz de Las Palmas de Gran Canaria, por lo que aconsejó a su esposa que comprasen billetes con destino a Gran Canaria para estar seguras. «Al principio teníamos la incertidumbre de qué iba a pasar cuando llegásemos. No conocíamos nada y traíamos muy poca cosa», cuenta la ucraniana, que además solo sabe comunicarse en ruso. A pesar de ello, al llegar a la isla no tardaron en encontrar refugio.
Beatriz y Miguel viven en Melenara desde hace años con sus tres hijos. «El 24 de febrero -día en el que estalló la guerra- viendo la televisión nos conmovió la situación que estarían viviendo muchas familias como nosotros y pensamos en el miedo que estarían pasando sin comerlo ni beberlo», expresa Beatriz. Ante esta sensibilidad, ella y su marido decidieron ayudar al pueblo ucraniano de cualquier forma y abrieron las puertas de su casa a niños o familias que buscasen refugio en Gran Canaria por el conflicto bélico. Incluso lo manifestaron en televisión.
El 19 de marzo recibió la llamada de una amiga suya, a la que le habían hablado de Olha, Olena, Anhelina y Zlata, quienes buscaban un hogar en el que quedarse hasta regularizar su situación.
Fue entonces cuando la bondad y solidaridad de esta pareja que habita en Telde pudo completarse y acogieron a las refugiadas en casa, donde ahora también comparten mesa con Nico, Guille y Cayetana, de ocho, siete y seis años respectivamente.
Desde que llegaron son cuatro más de la familia. Se turnan para hacer la comida y en los quehaceres diarios. Los niños juegan juntos sin ápice alguno de la barrera que podría suponer el lenguaje. «Los tratamos como si fuesen parte de la familia. Entran en nuestras salidas y rutinas», explica Beatriz. Ellos también les están ayudando con los papeles para que puedan trabajar y escolarizar a las niñas. Además, están intentando que entren más pronto que tarde al colegio de sus hijos y que hagan sus mismas actividades extraescolares.
El ruso y el español no se parecen, pero el traductor por voz de Google es la mejor herramienta que ha inventado la empresa estadounidense para estos casos y es la que usan ambas familias para comunicarse a cada rato.
Olha cuenta que ahora están bien y tanto ella, como su madre y sus hijas están muy agradecidas de haber encontrado con personas como Miguel y Beatriz. Las costumbres culturales son «ligeramente diferentes», pero se les ve muy a gusto, aunque no esconden la intranquilidad por los familiares y amigos que no pudieron salir de su país.
Ahora les gustaría encontrar un trabajo. Olha era peluquera en Ucrania y Olena economista. Su principal preocupación está en encontrar un apartamento para vivir con independencia y esperar a que el conflicto bélico termine para volver a su casa y reunirse con toda su familia.
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