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Domingo, 7 de octubre 2018, 07:00
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G. Florido / Telde
En la loma de Taliarte hay algo más que chalés, jugadores de la UD Las Palmas (en esta lujosa urbanización viven unos cuantos) y grúas de obra. En la parte más alta de lo que llaman Montaña de La Atalaya quedan ruinas de una guerra que, afortunadamente, nunca llegó aquí. Pocos saben que un terreno yermo que hoy decenas de vecinos usan como retrete para perros, y que, además, custodia, aunque muy mal, una joya botánica única en el mundo como la piña de mar, esconde una red de pasadizos subterráneos diseñados para proteger las costas del este de la isla de una posible invasión de Gran Bretaña en plena Segunda Guerra Mundial. Es la conexión Churchill que agujereó Taliarte.
Allí se montó una batería militar con tres cañones, la 12º Batería del Regimiento de Artillería número 8 de Gran Canaria. El Cabildo, a través de la casa museo León y Castillo, y de la mano del historiador Juan Ismael Santana, organizó días atrás una visita al enclave en un intento de rescatar del olvido una infraestructura por la que la isla pudo jugarse su futuro. Constaba de tres piezas de artillería que solo pegaron tiros de prueba y una estación telemétrica con unidad de mando.
Aquel plan de ocupación, la llamada Operación Pilgrim, no pasó de los papeles y libró a Canarias de una derrota segura, como recalcó Santana durante su instructiva charla sobre el terreno. La operación fue ideada por el ejército del país que por entonces lideraba el mítico Winston Churchill como una alternativa para el control de la navegación en el Atlántico Sur ante una hipotética pérdida de Gibraltar si España entraba en el conflicto en apoyo a la Alemania nazi. Como a Franco le entró un ataque de cordura, la alianza que quiso cocinar con Hitler en Hendaya quedó solo en una foto para la historia, o para el álbum del dictador, y al final España optó por no implicarse demasiado, por lo que hizo desistir a Gran Bretaña de meterse en más líos y dejó tranquilas a las Canarias.
cañones de barco en tierra. Pero hasta tanto no fue así, España tuvo conciencia de que las islas eran territorio codiciado y trazó su propio plan de defensa. Las armó, aunque mal y con muy pocos recursos. La etapa más crítica para la invasión británica fue la primavera y verano de 1941, pero ya desde abril de 1940 el Jefe del Estado Mayor del Ejército había ordenado construir a lo largo de toda la costa nidos de ametralladoras, búnkeres y baterías. Una de ellas fue la de Taliarte, que se creó en el verano de 1941, a 67 metros sobre el nivel del mar, en una superficie de 20.000 metros cuadrados. Sin embargo, no fue artillada hasta febrero de 1942, para lo que se usaron, y aquí está la curiosidad, con tres cañones SKL de 170/40 milímetros Krupp modelo 1902 de fabricación alemana que fueron reciclados de un crucero germano que se usó durante la Primera Guerra Mundial. Además, esta batería cuenta con otra particularidad respecto a otras infraestructuras de defensa que se construyeron en aquellos años en la isla. Fue diseñada, financiada y dirigidas sus obras por los alemanes. Se desplazaron militares germanos hasta Taliarte para ponerse al frente de los trabajos. Ahora bien, tampoco es que semejante patrocinio fuera garantía de éxito. Como contó Santana, los cañones instalados en esta loma eran piezas de tiro rápido, que podían disparar a blancos móviles proyectiles de 64 kilos de peso y con un alcance teórico de 27.200 metros. Por contra, la artillería de los acorazados y cruceros de batalla de la Royal Navy en la Segunda Guerra Mundial alcanzaba los 40.000 metros. Basta con que dispararan desde esa distancia para destruir esta batería sin que los cañones de Taliarte pudieran siquiera hacerles cosquillas.
Así y todo, esta infraestructura militar, gestionada por turnos de 12 hombres con un alférez o capitán al mando situado en la estación telemétrica, tenía algunas ventajas. A saber. Las plataformas que alojan las baterías no están ubicadas en línea, sino en zig zag, para dificultar el acierto en los ataques aéreos. También les asistían antiaéreos Krupp. Y otro punto a su favor: la estructura circular de la batería en sí, de unos 7 metros y medio, que permitía un giro de 300 grados al cañón y daba mucha más amplitud de tiro.
Al frente de todo estaba la estación telemétrica, en la parte más alta de la loma, algo así como el corazón y el cerebro de la batería. En ella estaba la unidad de mando, desde ahí se vigilaba y, sobre todo, albergaba el telémetro, el dispositivo que medía la distancia a la que estaba el objetivo. Calculaba velocidad y metros, coordenadas que luego eran comunicadas a las piezas de artillería.
Defensa la vende. Lo cierto es que, por fortuna, nunca tuvieron que entrar en guerra. Los únicos cañonazos que entonces oyeron los vecinos de Melenara, 67, fueron de prueba. Según Santana, en 1949 pasó esta batería a la reserva y 10 años después se desartilla. Hoy, casi 60 años después, solo quedan las estructuras de hormigón que les daban soporte y los pasadizos subterráneos que conformaban cada una de las piezas, que, por cierto, no estaban comunicadas entre sí. Ni un cartel que diga qué son. Ni una mínima atención. Solo albergan basura y olvido. E indiferencia, la de un Ministerio de Defensa que, por enésima vez, intenta vender toda esa superficie en 27 parcelas de 250 metros cuadrados y por unos 100.000 euros cada una. Interesan poco. El suelo es zona libre.
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