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Sofía muestra la cantidad de documentos acumulados en este proceso. COBER SERVICIOS AUDIOVISUALES
«Lo único que pedimos es descansar»

«Lo único que pedimos es descansar»

Sofía Sánchez denuncia el «infierno» que vive su familia desde hace 3 años por el ruido del bar de copas que se encuentra bajo su casa, en la calle Ruiz de Alda

Rebeca Díaz

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 20 de febrero 2022, 00:00

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«Estamos viviendo un infierno», afirma Sofía Sánchez, una vecina de la calle Ruiz de Alda esquina con Bernardo de la Torre, en la capital grancanaria, que denuncia que desde «finales de 2019» es «imposible vivir en mi casa». La razón, señala, está en las molestias que le genera la actividad «del Makako», un bar de copas que se ubica bajo la que es su residencia «desde hace 33 años» y que impide el descanso de su familia.

Explica que el nivel de ruido que soporta procedente del local «entre las 19.30 y las dos de la mañana, su horario de apertura de miércoles a domingo, a no ser que haya partido de fútbol como este martes», hace que descansar y conciliar el sueño sean misión imposible. Y es que asegura que el volumen al que ponen la música es tan alto que «el suelo vibra», por eso «no me molesto en acostarme hasta que cierra».

Sofía recalca que «lo único que pedimos es descansar». Pero dice que en estos años ha tratado sin éxito que el Ayuntamiento ponga fin a lo que califica de «pesadilla», toda vez que los intentos de solucionarlo directamente con el responsable de la explotación del negocio no prosperaron.

«Nos pidió paciencia para hacer un poco de dinero y entonces insonorizar el bar», recuerda. Pero en vista de que no tomaba cartas en el asunto «y la música iba 'in crescendo' y se excedía en los horarios», y que las reiteradas «denuncias al Ayuntamiento y a la Policía Local» no tenían ningún efecto, decidió que era el momento de tomar cartas en el asunto por la vía legal.

Así, en septiembre de 2021 contrató los servicios de la abogada Yomara García, que además es presidenta de Juristas contra el Ruido, y proceden a remitirle burofaxs a la persona que explota el Makako, en los que se le da cuenta de la molestia que genera, y también «a una de las propietarias del local, porque son varias».

Además, «recogemos firmas entre los vecinos porque aunque no hay nadie al que esto le moleste como a nosotros, al resto también les afectan los gritos y peleas en los alrededores y las meadas y cagadas en la aceras y en los portales, e incluso consumo de drogas, todos los fines de semana».

Así las cosas, «volvemos a presentar quejas al Ayuntamiento, que nos contesta que la música no sale al exterior, que el local tienen doble puerta, que cumple las medidas». Una respuesta que la indigna porque asegura «que la música está tan alta que solo me falta ponerme la copa en mi casa, porque es como estar en el bar».

Fue entonces cuando «la abogada decide que tenemos que contratar a un ingeniero acústico que nos haga una medición de sonido, que es lo que llevamos solicitando al Ayuntamiento desde el principio y nos dicen que no tienen medios».

Medición de ruidos

Sofía comenta que fueron dos los técnicos que acudieron a su domicilio «en dos días distintos, para que no dijeran que era en un momento puntual». Así, «uno fue un viernes y el otro un sábado» de fines de semana diferentes. El resultado que les trasladó el ingeniero fue demoledor. «Nos dijo que el nivel de ruidos era de millones de veces por encima de lo permitido y que en 15 años de profesión nunca había tomado una medida así».

La vecina afectada comenta que ahora espera que le remitan el referido informe «para presentarlo al Ayuntamiento».

Insiste en que llega a este punto ante lo que considera «dejación por parte de todo el mundo» y «abandono del Ayuntamiento», que no ha atendido sus reiteradas quejas ante una «situación insostenible» y al que presenta escritos «cada 15 días para que no se olvide del tema». Pero también habla de falta de respuesta de la Policía, a la que «llamo todas la noches que el bar está abierto».

Éxodo el fin de semana

Sofía señala que «cambiamos el suelo de casa» para tratar de amortiguar el sonido. Pero el problema persiste y ha alterado la vida familiar hasta el punto de que «los fines de semana procuramos irnos, porque es cuando hay más follón», sin que eso signifique que entre semana no haya música. «El martes paró a la una y cuarto» de la mañana, pone como ejemplo.

Explica que irse a casa de algún amigo es el único modo de descansar, sobre todo su marido, que debe madrugar cada día para acudir a su puesto de trabajo.

Además, explica que su hijo se marchó de casa hace un año y aunque tiene edad para emanciparse, esta circunstancia que denuncia aceleró su decisión.

Pero si hay algo que angustia a Sofía es que este problema también afecta a sus padres, que hace «cinco años» se fueron a vivir puerta con puerta con ella. «Esa casa es de ellos pero estaba alquilada», así que cuando se desocupó les animo a mudarse para tenerlos más cerca y poder atenderlos en caso de que la necesitaran, «porque soy hija única».

Sus padres entonces vendieron su residencia y por eso Sofía confiesa sentirse «arrepentida» de haberlos alentado a mudarse. Especialmente porque su progenitor, que tiene 87 años, sufre de alzheimer y «los fines de semana, cuando nos vamos, él no sabe dónde se levanta».

Explica que «hemos presentado informes médicos, porque sufro insomnio persistente y padezco de tiroides y esto me está afectando», además de «un certificado de discapacidad de mi padre» en busca de una solución que no llega.

Por eso Sofía critica que el alcalde haya asegurado recientemente que la mayoría de los locales de ocio de la ciudad cumplen con la ley, pues «en mi casa no se puede ver la tele a un volumen normal y leer es imposible».

Asegura que el coste emocional que le está suponiendo este proceso supera el económico, que también es considerable. «Estoy desquiciada», dice quien es consciente de la zona de la ciudad en que vive y no se queja «de la actividad normal», pero exige no tener «una discoteca en la oreja».

Dice que no se va de casa por una cuestión económica, pero invita a quienes pueden tomar cartas en el asunto a que «vengan un viernes a las once de la noche y oigan el ruido».

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