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La cochinilla, el oro rojo que pide respeto y reivindica futuro

Los productores canarios del colorante natural aspiran a resucitar un cultivo que dio de comer a las islas en el siglo XIX. Ven viable un nicho protegido de 150 hectáreas dedicadas a la exportación. Hay demanda.

Gaumet Florido e Ingenio

Jueves, 1 de enero 1970

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Lorenzo manipula con paciencia la cuchara y la milana o bandeja. En cuclillas o agachado, según se tercie, acaricia una penca de tunera. Le da varias pasadas. Sin perder el pulso. La rasca para limpiarla de madres de cochinilla, como él las llama. Son las hembras del insecto parásito que dio de comer a Canarias durante el siglo XIX. De ellas se sacaba y se sigue sacando el oro rojo que ahora le demandan a Lorenzo artesanos textiles de media Europa, EE UU o Australia.

Es ingeniero informático, pero la crisis le devolvió a sus raíces. Hijo y nieto de productores de cochinilla, Lorenzo Pérez lleva 10 años embarcado en la tarea de demostrar que este cultivo tiene futuro. Y lo hace vendiendo tradición y calidad. «Trabajamos la cochinilla como se hacía a mediados del siglo XIX, todo manual», reivindica. A su entusiasmo y a su lucha, y a la de los 24 productores que forman parte de la asociación que representa al sector, Acecican, le debe Canarias haber logrado de la Unión Europea, en febrero de 2016, la Denominación de Origen Protegida (DOP) para este curioso cultivo, un sello de prestigio que, lo tiene claro, abrirá muchas puertas.

Producto de calidad

Hace 6 años plantó dos fincas en Ingenio, en un lugar perdido del mundo donde 1.600 tuneras le rentan entre 150 o 200 kilos al año de la fuente de un carmín natural que a día de hoy es tenido por un tesoro, aunque, también es verdad, más fuera que dentro de las islas. Gran Canaria pone las condiciones, Lorenzo, sus atenciones, e Internet e Instagram, las alas. Partidas de la cochinilla que produce su empresa, Canaturex, han volado a Australia, Polonia, Islandia, Francia, Alemania, Italia, Canadá, Bélgica o India.

¿El secreto? La calidad del producto. Canarias no puede competir, por ejemplo, con Perú, líder mundial en exportaciones. Ni en cantidad ni en precios. Pero sí en calidad. El ácido carmínico que da el pulgón que se cría en las tuneras (Opuntia ficus indica) de las islas, el Dactylopius coccus, registra un 19% de concentración, frente al 15 o 16% de la de los mayores competidores. «Y si nos ayuda el Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA), estamos en condiciones de llegar al 22 o 23%», advierte con convicción.

Así las cosas, apunta, los cimientos están puestos, lo que falta es darle un empujón, para lo que cree indispensable el apoyo de las instituciones de las islas. «En 10 años no hemos recibido ayudas de la administración, he tenido más de 20 reuniones y todavía no he visto nada». Pero justo ahora empieza a ver la luz al final del túnel. Días atrás le recibió el vicepresidente del Gobierno canario, Pablo Rodríguez, y tras años de ir cada uno por su lado, los productores de Lanzarote ya le han mostrado interés en sumarse a Acecican para remar juntos.

Proyectos y caminos

Tras décadas de abandono renace un cultivo que, de la mano de emprendedores con sentimiento identitario hacia la cochinilla, pide respeto por lo que fue y reivindica futuro. Con la DOP en la mano, Lorenzo Pérez cree que se puede aspirar a destinar al menos 150 hectáreas de las islas a la producción del oro rojo y a crear un mercado de trabajo de al menos 500 personas.

Entre sus proyectos figura abrir una especie de pequeño centro de interpretación de este cultivo en una casona en ruinas que tiene en su finca, una extensión de 109.800 metros con solo 10.000 en uso, pero que podría reverdecer de tuneras. Y conversa con colegios para que visiten su terreno y conozcan qué es la cochinilla. Para eso, aclara, necesitaría que el Cabildo adecentase el camino de acceso a la explotación. Pero mientras tanto, no se distrae. Sigue acariciando pencas. La clave de su lucha ha sido la constancia. Kilo a kilo, tunera a tunera.

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