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El informe técnico municipal que instó a que se talara la palmera canaria ('Phoenix canariensis') de Sardina del Sur que estaba situada en la confluencia de las calles Carmelo Calderín y San Isidro reveló «el peligro inminente de desplome de la cogolla por la debilidad estructural de su corona». Esta última, según los especialistas, presentaba tejido necrosado en su base. Y advertían de otra señal: la gran cantidad de hojas secas que tenía desprendidas sin ser senescentes, es decir, que no eran viejas. Toda esta sintomatología, se apunta en el escrito, ha sido el fruto del ataque combinado de la 'Diocalandra frumenti' o picudo rojo, en asociación con el hongo 'thielaviopsis punctulata', también conocido como podredumbre del corazón o síndrome de la cabeza doblada.
Los primeros signos de alarma salieron a la luz tras un control rutinario el 10 de febrero de 2022. Se observó que el ejemplar tenía muy pocas hojas verdes y que la cogolla se había desplazado levemente. Dada la situación, se optó por una revisión continua durante 10 días que fue la que alertó de que su situación era crítica y el peligro de desplome de la cogolla, «inminente».
El mal estado que presentaba y su cercanía al colegio Policarpo Báez y a una residencia de mayores llevaron a los técnicos a recomendar su tala, realizada este martes. Lo cierto es que su emplazamiento, en medio de dos calles, y su antigüedad, la habían convertido en un icono paisajístico, de ahí el sentimiento de pérdida que se ha instalado en este pueblo.
El maestro de escuela jubilado e investigador, Juan Bolaños, apuntaba este miércoles que, según sus informaciones, este ejemplar, conocido como la palmera de Juan Arbelo, superaba los 100 o 120 años y llamaba la atención por su elevado porte, de entre 12 y 15 metros, calcula. Advierte de que creció tanto porque durante décadas se benefició del agua que se filtraba del macho de riego, sin mampostería, que pasaba a su lado. «Era de las pocas palmeras que quedan de las más de 50 que hubo en ese centro del pueblo», se lamenta Bolaños. Esos riegos están hoy cubiertos por el asfalto o debajo de casas.
«Por todos estos ejemplares caídos, que heredamos de nuestros abuelos y no hemos sabido cuidar, deberíamos plantar otras 100 palmeras y atenderlas para dejarlas en herencia a nuestros nietos», sugiere Juan Bolaños.
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