Generosa con todos y resignada ante los golpes de la vida
Los recuerdos son, a veces, como imágenes fijas, fotografías de un instante que quedan grabados en la memoria para siempre. En el caso de mi tía Rosario Álamo Jiménez, Saro para todos, el recuerdo es su imagen en la casa de la playa de Ojos de Garza, a eso de las seis de la tarde, sentada en la cocina, haciendo bocadillos para el ejército de chiquillos que pululábamos por allí. Era escuchar la bocina del panadero que hacía el reparto, alguien saltaba como si tuviese un muelle a comprar las panes, y empezaba ella a abrirlos y rellenarlos para saciar ese hambre que dejan los baños en el mar cuando se combinan con la infancia y la adolescencia.
Ese recuerdo es el de una mujer generosa, madre, abuela y tía de todos sus sobrinos por igual. Como también está el recuerdo de Saro sentada tras la ventana que da la confluencia de la avenida de América con la calle Antonio Benítez Galindo, viendo pasar los días y asumiendo con resignación los golpes de la vida.
Le tocó vivir la muerte de dos de sus hermanas y de su marido, Carmelo Benítez, avatares que superó esforzándose por poner buena cara a los malos momentos y, sobre todo, no preocupar más de lo necesario a los que la rodeaban.
El día 10 hablamos por última vez. Fue su cumpleaños y tocaba la felicitación. Cariñosa como siempre, le dije que a ver cuándo me acercaba a saludarla. Llegué tarde.
Desde aquí, un abrazo a mis primos.
Saro, descansa en paz.
