Fataga ya coge carrerilla con los canarios
El pueblo más blanco de las medianías de San Bartolomé de Tirajana echa de menos a los turistas, pero le sobran los encantos para seducir a los locales. Sus restaurantes son siempre una buena razón para visitar este caserío. Uno ya abrió
Gaumet Florido y Fataga
Martes, 2 de junio 2020, 08:00
Hace sol. Mucho sol. Y el reloj no marca ni las 12. No se ve un alma en la calle. La desescalada ya está en marcha, pero no todo lo que quisieran en Fataga. Este pueblito de casas blancas y tejados encarnados necesita turistas. Y esos no vendrán, como muy pronto, hasta finales de este mes o julio. Los echa de menos porque son su fuente de vida desde hace ya bastantes años. La covid-19 le ha robado el pulso de su dinamismo. Hubo una época, ya casi olvidada, en que esta zona era agrícola, pero ese ya no es su fuerte. Fataga está demasiado cerca, a solo 15 kilómetros, de Maspalomas, la meca turística de Gran Canaria y de Canarias, y eso, qué duda cabe, se contagia. Por eso, si el turismo estornuda, este caserío se resfría.
Bien lo sabe, por ejemplo, Conchi Batista. «¿Qué cómo estoy? Aburrida. Por aquí no pasa nadie. Da pena». Regenta uno de los dos únicos negocios, junto con la gasolinera del barrio, que ha estado abierto durante todo el confinamiento. Es un pequeño, pero coqueto punto de venta, en el que se conjugan la típica tienda de aceite y vinagre de toda la vida con un bazar de souvenirs y una cava gourmet. La sala del fondo es lo más parecido al paraíso de las delicatesen. Antes por aquí pasaban los turistas que iban camino de la Cumbre, los que hacían senderismo o los que practicaban ciclismo. Pero esa clientela voló. Con todo, Conchi está dispuesta a aguantar. «Ya volverán». Ella lo tiene claro. Algo debe pesar también la voluntad que tienen de mantener vivo el legado de una tienda que perteneció a la familia de su marido y que ya tiene varias décadas a la espalda.
Pero no, no todo está parado en Fataga. Arriba, cerca de la iglesia de San José, se escuchan voces. Y se solapan. No se entienden bien. Suenan como que no son de aquí. Una parece italiana. Tampoco es raro. Este pueblo es tan chiquito, de apenas 300 habitantes, como diverso y políglota. Los locales, los de toda la vida, comparten vecindad en sus estrechas y laberínticas calles con gentes de toda Europa que vinieron en búsqueda del verdadero El Dorado canario, el clima. Al girar la esquina se destapa el misterio. No hablaban entre ellos. Son los sonidos de las conversaciones telefónicas de tres almas solitarias. Y en efecto, uno es italiano. Guardan la distancia. Comparten terraza, solo que en mesas separadas. Son las del conocido restaurante El Labrador, que aún no ha abierto. Sin embargo, ya tiene lista de espera. A Selene Armas se le hizo algo tarde y se le acumula la faena antes de abrir. Es el primero de los locales de restauración de Fataga que ha abierto tras los dos meses de cierre obligado. Luego le siguió la cafetería de la gasolinera. Y es probable que muy pronto se le sumen el resto de restaurantes. No en vano, es el otro punto fuerte de este pueblo: un destino gastronómico de fin de semana para los que viven en la isla.
Por lo pronto, y hasta que el turismo no suelte amarras, Fataga tendrá que depender de los de aquí. No es mal plan para el caserío, pero tampoco para los grancanarios, que quizás llevan demasiados años pasando de largo. Ojalá este trance les redescubra este pueblo a los residentes, más allá del Molino del Agua, que, por cierto, aún cerrado tras un pavoroso incendio en marzo de 2019, reabrirá (todavía no, pero están en ello), o de las vistas imponentes del cañón del barranco desde el mirador de la Degollada de las Yeguas, en la misma orilla de la espectacular y no muy pesada carretera que une las playas del sur con este caserío de medianías.
Y es que este barrio tirajanero bien merece perderse por sus intrincadas, irregulares y a veces empinadas callejuelas. O sentarse al fresco bajo los árboles de la plaza. Se habrá dedicado al turismo, es verdad, pero no es solo fachada, no es un pueblo souvenir. Al contrario. Es un reducto de una muy particular autenticidad.
Conchi Batista
«Antes le vendía sobre todo a los turistas y ahora solo me viene la gente del pueblo, pero aquí somos muy pocos y la mayoría te compra alguna cosa que le falta para el día, poco más». Regenta la única tienda con productos de alimentación de Fataga, pero hasta su negocio depende mucho del turismo. Buena parte de su tienda está enfocada al visitante. En sus baldas ofrece exquisiteces canarias, desde miel a vino o mermeladas.
Selene Armas
Originaria de Tunte, cogió las riendas de El Labrador junto a un socio en septiembre pasado y nunca imaginó que apenas empezando iba a lidiar con una crisis como la de la covid-19. El suyo ha sido el primer restaurante de Fataga en abrir y, aunque reconoce que la cosa aún está muy floja, ya ha tenido reservas, sobre todo en fin de semana. Con ella son 4 empleados, pero no saldrán todos del ERTE a la vez.
Una escultura preside la plaza del pueblo, la de San José. Es la del Monumento Homenaje a la Mujer Artesana. La hizo Luis Montull, insigne escultor canario que escogió Fataga para crear durante años. En medio del pueblo, en lo alto de lo que llaman La Montañeta, estaba y está su casa-estudio. Antes, cuando pasaba los días ahí, solía dejar la puerta abierta y dicen que no era difícil que invitara a pasar. Pero Montull ya no está en Fataga. Queda su legado y el Ayuntamiento se ha marcado el objetivo de conservarlo. En el mandato anterior se compró la vivienda-estudio, que tiene también jardín, y ahora el nuevo gobierno está decidido a convertirla en casa-museo. La edil de Cultura, Elena Espino, explica que en los presupuestos de 2020, que se aprobarán en breve, hay una partida para encargar el proyecto que hará realidad esta aspiración municipal. Asegura Espino que estará abierto antes de que acabe al mandato y confía en que contribuya a la dinamización de Fataga.