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Ni van con sombrero Fedora ni enfundados en una cazadora de cuero ni mucho menos portan látigo alguno. Los estereotipos con los que la mítica saga de película de Indiana Jones regó la arqueología no tienen nada que ver con los profesionales de esta rama de la historia. Es más, el personaje que encarnaba Harrison Ford hacía casi lo contrario de lo que hoy hace un arqueólogo. Aparte de meterse en líos, Jones buscaba piezas concretas. Al arqueólogo de hoy le interesa la pieza, pero necesita un contexto. Si no lo tiene, lo investiga.
Puestos a comparar, su trabajo, minucioso, riguroso y cada vez más vinculado al desarrollo de las nuevas tecnologías, tiene bastante más que ver con aquella también popular serie de televisión norteamericana, de principios de este siglo, que contaba las historias de un grupo de peritos forenses y criminólogos que investigaba crímenes, CSI.
¿En qué se parecen? En el rigor de sus indagaciones. La escena del crimen del arqueólogo es un yacimiento del que extraen el mayor número de datos posible para generar así un conocimiento de un pasado más o menos remoto. Y eso se hace desde un enfoque cada vez más multidisciplinar y con recursos tecnológicos cada vez más sofisticados.
Canarias cuenta con una de las cinco empresas de gestión patrimonial más importantes de España, por número de trabajadores y también por volumen de trabajo. Tibicena Arqueología y Patrimonio, fundada en 2001, se antoja un ejemplo paradigmático de esta especie de arqueología canaria 2.0, capaz de competir de tú a tú con otras del sector a nivel nacional.
Su plantilla es un crisol de científicos que diseccionan el yacimiento antes, durante y después de la excavación. Y no solo eso, también se preocupan en darlo a conocer, en divulgarlo, por eso empresas como Tibicena ya cuentan incluso con una sección dedicada a la edición, porque publican sus propios libros, y otra a actividades de dinamización y de organización de visitas guiadas. Se han reconvertido en empresas de servicios patrimoniales.
La arqueología es una ciencia que indaga en los muertos y en el pasado, pero «es la disciplina más viva de las humanidades y, además obligatoriamente multidisciplinar», apunta Marco Moreno, gerente de la empresa. «Incorporamos sobre la marcha todo lo que se descubre en física o en química». Por eso la formación es una constante.
En Tibicena, como en otras empresas del sector, se siguen usando el cepillo, la cucharilla, el sacho o el balde, las herramientas de toda la vida en cualquier excavación al uso, pero eso lo combinan con las más avanzadas técnicas de fotogrametría, drones, cámaras de alta resolución y 360, programas de digitalización… y de forma indirecta, mediante contratación externa, datación con carbono 14, isótopos y analíticas de materiales, entre otros.
Puestos en faena, hay mucho trabajo previo antes de afrontar una excavación, con levantamiento fotogramétrico incluido, pero es que, ya en marcha, los arqueólogos no dan casi un paso en el yacimiento sin que quede registrado, documentado y fotografiado. Una vez conservado el enclave y retirados los materiales hallados, queda el trabajo en estudio o laboratorio, donde se le tratará de sacar el máximo partido a cada pieza descubierta.
Arqueólogo, formó parte del núcleo fundador. Recién licenciados, empezaron a trabajar para otras empresas hasta que decidieron lanzarse a la aventura. Uno hacía de autónomo y los otros, sus contratados. Hasta que en 2005 pasaron a ser sociedad limitada. «Éramos 3 y ahora somos más de 20. Estamos a cien proyectos por año, desde una visita guiada a una excacación». Moreno dirige un equipo multidisciplinar con especialistas en Arqueología, Historia, Conservación, Antropología, Restauración, Archivística, Interpretación del Patrimonio o Guías Turísticos.
Acumula 35 años de experiencia y 8 en Tibicena. «Me ocupo del trabajo de campo de las intervenciones y excavaciones arqueológicas, pero también aporto mi especialización en el campo de la bioantropología, las prácticas funerarias, y la antropología forense (estudio de los huesos)». Defiende que el trabajo de campo es clave. Si no se hace bien, la investigación posterior no sería fiable. No oculta que esa parte de campo es dura, pues implica estar en forma y acostumbrarse a trabajar a la intemperie. «Pero todo compensa por lo que luego te reporta».
Socio fundador, supervisa a los equipos que reconocen terrenos para documentar espacios arqueológicos, conocidos o no, para inventarios públicos o para informes de planeamiento o estudios de impacto. Fruto de su labor, ha inventariado 300 yacimientos nuevos para la isla. ¿Y qué es un yacimiento? Allí donde se «evidencia actividad de la población indígena». Puede tener solo material arqueológico superficial o una estación rupestre. «Hay yacimientos que solo vemos los que tenemos el ojo hecho».
«La gente piensa que en el campo lo único que hacemos es extraer los materiales y registrarlos, y luego generamos todos los datos en el laboratorio y no es exactamente así». La arqueóloga Verónica Alberto sabe bien de lo que habla. No solo por sus 35 años de trayectoria, sino que porque conoce muy bien esos dos mundos: el de la excavación propiamente dicha, una de sus principales funciones en Tibicena, y también la fase de laboratorio posterior, porque se ha especializado en bioantropología y en antropología forense o, dicho de otro modo, en el estudio de los huesos.
«La parte de campo es tan compleja y tan importante como la de laboratorio, están equilibradas; si en el trabajo de campo no ha habido una ejecución minuciosa, enfocada a caracterizar y a explicar desde el propio yacimiento, el laboratorio se queda cojo, los datos no tendrán ni la calidad ni el alcance que deberían». Para Alberto, «el trabajo de campo es imprescindible; es conocer y explicar la presencia humana en esos lugares recurriendo a unas técnicas ya estandarizadas».
«Antes, en los años 50 o 60, no había arqueología», reflexiona Moreno, uno de los fundadores de la empresa junto a otros dos compañeros. «La poca que había se había desarrollado en los museos… y de qué forma», ironiza. «Era casi una recuperación de piezas, no se investigaba, no había dataciones, no había analíticas, no había formación ni equipos de trabajo profesionales». Según explica, las empresas de arqueología nacen en España a partir de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español. «En los 90 fue el boom. La decana en la isla es Arqueocanaria; ha habido varios intentos, pero han colapsado, porque el mercado es duro y difícil», advierte.
Pese a ello, Tibicena no solo ha sobrevivido, sino que se ha consolidado, y Moreno lo explica por varias claves. Una de ellas radica en la apuesta política sostenida que se ha hecho en Gran Canaria por la investigación arqueológica. «Esta es la isla con mayor desarrollo arqueológico de Canarias; solo hay que ver que tenemos 7 u 8 espacios que visitar; digamos que se ha generado un ecosistema que permite que hayan coexistido hasta tres empresas; ahora hay dos, pero también hay muchos autónomos».
Con 22 años en la empresa, este licenciado en Historia es uno de los socios de Tibicena y se ha especializado en el desarrollo tecnológico. «Aprovechamos las últimas tecnologías para integrarlas en el día a día de las excavaciones». Pone un ejemplo. «Antes la documentación topográfica y la fotográfica iban por caminos diferentes, ahora con la fotogrametría van integradas». Y no solo facilitan el registro de un yacimiento, también su difusión. Puede recrear un enclave mediante modelado 3-D.
Desde 2017 en Tibicena, el cometido de esta licenciada en Bellas Artes especializada en restauración es precisamente la restauración de piezas tanto arqueológicas como artísticas, pero también se encarga, por ejemplo, del levantamiento de muros de casas aborígenes en un yacimiento. Ahora trabaja con una escultura del siglo XXque acabó rota en varios trozos. Con todo, su mayor reto, según cuenta, fue trabajar con la cerámica de La Fortaleza de la campaña 2018-2019.
Son los nuevos profesionales de Tibicena. Inés estudió el Grado en Historia y tiene un máster en Antropología Física y Forense. Jared Jiménez es graduado en Historia y máster en Evolución Humana. Y Rocío Morón es restauradora y se sacó un máster en Arqueología Subacuática. Salvo Jared, que durante el grado sí practicó en excavaciones, Inés advierte de que en la especialización no tocó huesos antiguos, que se estudian de manera muy distinta, y Rocío repara en el exceso de academicismo de la carrera.
Otra clave: la estabilidad laboral del personal, que ha permitido formar equipos profesionales solventes y bien coordinados en permanente formación. Y una última, la diversificación. «Hacemos arqueología, pero también gestionamos museos, hacemos mantenimiento y pequeñas obras en lugares patrimoniales, ofrecemos asesoramiento y elaboramos informes de impacto, restauramos tanto material arqueológico como piezas artísticas y sacamos proyectos editoriales». Por tener, tienen hasta una división para la arqueología subacuática, de la que se encarga Tinguaro Mendoza. Cuando no les sale un proyecto de una rama, les sale de la otra, o tienen en la cocina varios a la vez, que es lo que suele pasar.
Pero todo eso, que es lo visible, sería imposible de sostener si no hubiera alguien que mantuviera la estructura administrativa. La arqueología tiene mucho más de orden y de rigor que de aventura, por lo que no casa bien con el pequeño caos, que es un poco lo que, como confiesa Ana Hernández, se encontró ella cuando empezó en este equipo. Formada en gestión de recursos humanos, vive rodeada de papeles, tan vitales en una empresa que, no hay que olvidarlo, depende mucho de las administraciones públicas y, por tanto, de su complicada burocracia.
La mayor parte de los proyectos arqueológicos son promovidos por las instituciones, de ahí que Ana sea la encargada de estar atenta a los concursos que se convoquen, aportar la documentación requerida y cumplir con los plazos. «Este año nos hemos presentado a 8 o 10». Además, lleva las riendas administrativas del personal, 25 trabajadores. «Me toca la parte sucia de la empresa, la parte que no se ve; tuve un jefe que me decía que los administrativos éramos un mal necesario, y es verdad».
Entró en 2016. «Son muy buenos en su trabajo, pero, por ejemplo, no había ni un registro de facturas, ni un control de los gastos». Y otro hándicap, sus ingresos no son estables, trabajan por proyectos y dependen de las administraciones, que en su mayor parte no son rápidas en pagar. En cambio, Tibicena sí ha de abonar salarios, seguros sociales y facturas a proveedores. «Es difícil, si no tienes una estructura bien consolidada no podríamos afrontarlo».
Quizás sea en el yacimiento prehispánico de La Fortaleza, en Santa Lucía de Tirajana, gestionado por esta empresa, donde mejor se pueda percibir esta nueva forma de hacer y entender la arqueología. Es una ventana a un pasado milenario, pero también al desarrollo tecnológico de esta disciplina.
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