¿Son alubias o lentejas? No, es cochinilla, el Oro Rojo de Canarias
Divulgación. Participantes en el campus de verano de la Asociación Síndrome de Down de Las Palmas conocen el único tinte ecológico que se produce en Europa en la finca que gestiona Canaturex en Ingenio
A Pablo le cuesta estar de pie, así que hubo que convencerle de que dejara la piedra en la que encontró acomodo para desayunar. Menos mal que fue, porque no paró de hacer preguntas. «¿Y esto qué son: alubias o lentejas?», soltó en cuanto vio aquel recipiente lleno de unas bolitas negras, resecas. «No, es cochinilla», le dijeron. Luego descubrió la magia. Que aquellos granos molidos vestían el agua de colores: desde el naranja al violeta. Y que podría pintar con ellos.
Pablo participa en un divertido campus que organiza cada verano la Asociación Síndrome de Down de Las Palmas. Hacen actividades todos los días de la semana hasta el 28 de julio y esta vez les tocó una excursión a una recóndita y apartada finca de Ingenio donde un aventurero-emprendedor, Lorenzo Pérez, produce el único tinte ecológico de Europa. Una hectárea que da una media anual de 350 kilos de la primera cochinilla del mundo en merecer una denominación de origen protegida y que se exporta a los cinco continentes.
Hacía calor y el paisaje que rodea la plantación de tuneras es árido, pero a estos 10 expedicionarios tan especiales llegados de la capital, acompañados de sus monitores, les picó rápido la curiosidad. Lorenzo, que gestiona la empresa Canaturex, agarró la cuchara, raspó la penca de una tunera y recolectó unos bichos negros, aplastó uno contra la palma de su mano y brotó un rojo intenso. «¡Sangre!», exclamó otra vez Pablo. «No», le aclaró Lorenzo, «es carmín».
No les mareó a datos, pero sí les dedicó unos minutos, frente a una didáctica lona informativa, para contarles la historia de un producto que vino de América, que llegó a dar de comer a Canarias y que en el siglo XIX fue tan valioso que se le llamó el Oro Rojo. Para entonces, el grupo andaba ya con los ojos como platos. Y más cuando descubrieron que con ese carmín se tinta, o se podría tintar, el clípper que tanto beben en los cumpleaños o los ricos cubanitos. «Con esto se pintaban las caras los indios», les contó Lorenzo.
Luego pasaron a la acción. Les dejó perderse por la finca a la caza y captura de los insectos. No era difícil. No hay que perseguirlos. Están adheridos, pegados como lapas, a las pencas de las tuneras. Y encima son fáciles de distinguir. Les delata una capa blanca y algodonosa que tejen a su alrededor. Así que les bastó un poco de destreza en el manejo del instrumental que les prestó Lorenzo.
Dara aprendió rápido: la cuchara se mueve de abajo a arriba, raspando la penca. Los insectos, en concreto, las hembras de esta especie, 'Dactylopius coccus', caen sin oponer resistencia en el recipiente. Eso sí, las tuneras, ni tocarlas. Que pican, les advertían los monitores.
Acabada la cosecha, el grupo se distribuyó junto a las mesas que Lorenzo desplegó en una orilla de la plantación y descubrió de dónde vienen parte de los colores. Hasta 12 tonos distintos salen de la cochinilla. Llegó la sesión de magia, algo así como química básica para niños. Los ingredientes fueron el producto ya seco y molido, unos botes de cristal y agua. Lorenzo primero creó el rojo con el polvo de cochinilla. De ahí sacó el naranja: bastó echarle limón. Y luego el violeta, tras una pequeña cucharadita de bicarbonato. La sesión conquistó a alumnos y a monitores. La naturaleza siempre sorprende. A Pablo, por ejemplo, le hizo olvidar que le cansa estar de pie.