Borrar
Juan Monserrat en el muro de la presa de Los Molinos, con el agua bordeando una de las dos fases: la de 1962. Javier Melián / acfi Press
«La presa de los Molinos, casi llena de agua; las tajeas, secas»

«La presa de los Molinos, casi llena de agua; las tajeas, secas»

obras hidráulicas ·

Juan Monserrat, con casi 81 años y criado en la colonia rural fundada en 1946 por el Mando Económico de Canarias, sólo recuerda otro año en que la lluvia llegó a la pared nueva de la presa. Su padre fue uno de los 23 beneficiarios de una vivienda, dos hectáreas de terreno para cultivo, agua de riego agrícola y 56 pesetas para adquirir aperos de labranza. De Las Parcelas salía la alfalfa que se embarcaba por el muelle de Gran Tarajal

Catalina García

Las Parcelas

Sábado, 5 de noviembre 2022

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Opciones para compartir

Juan Monserrat, con casi 81 años y desde los cinco criado en Las Parcelas, confirma: «La presa de los Molinos, llena de agua hasta tapar la obra vieja; y las tajeas secas, llenas de tierra». Es la segunda vez que ha visto el nivel del agua de lluvia tan alto y la primera en que tanta agua se desaprovecha, sin beber las aljibes de las 23 casas de la colonia rural creada por el general García Escámez en 1946, a través del Mando Económico de Canarias, y sin regar lo poco que ya se planta en las 30 parcelas de tierra, de donde el pueblo toma su nombre actual: Las Parcelas, en el municipio de Puerto del Rosario.

Desde la pared de la presa, primero señala al fondo del barranco. «Mire, mire, toda esa agua de allí abajo se está filtrando de la presa y podría ir para Las Parcelas, pero no, terminará en el mar por la playa de los Molinos», lamenta Juan Monserrat Cabrera (Tefía, 1941).

Luego, se da vuelta y apunta hacia Buen Lugar, a cuyos pies llega la lengua de agua de lluvia de la presa y donde los tarros canelos y las fochas viven por cientos y cientos: «ahora los turistas vienen mucho a sacar fotos a los patos. El agua, sólo para ellos, que se bañan allí».

Patos comunes en la presa cerca del Lugar de Arriba. javier melián / acfi press

Justo debajo de Juan, a sus pies, la medida de la cantidad de lluvia que coge la presa en los contados inviernos de Fuerteventura: el muro viejo, terminado en 1946; y el nuevo, en una segunda fase construida en 1962. Las precipitaciones del ciclón tropical Herminia hicieron subir este mes de septiembre el nivelhasta tapar la obra vieja, como ocurrió otro invierno, cuando «faltaron siete filas de piedra» del muro nuevo para rebosar.

Otra vez, cuando sólo estaba la primera fase hecha, casi se rebosa también. «Los vecinos de Las Parcelas volvían de un entierro en Casillas del Ángel, no me acuerdo el año, cayó un rayo y empezó a llover y la presa se llenó en dos horas».

Y es que a esta infraestructura hidráulica de los Molinos, de un kilómetro de largo, 200 metros de ancho, 3.500 metros cuadrados de superficie inundable y cinco metros de profundidad, «para llenarse, le cuesta. De hecho, nunca ha llegado al final de la obra nueva».

Con los inviernos buenos, el agua abastecía a la cercana Las Parcelas hasta dos años seguidos. Pero la realidad pasa por los años malos, sin gota de lluvia, «cuando se podía caminar sobre el barro seco del fondo de la presa».

De las dos fases de la presa construida para abastecer a la cercana colonia rural García Escámez, hoy Las Parcelas, Juan Monserrat Cabrera sabe bien porque trabajó en la grúa que, desde arriba, subía la piedra que cogían de la misma ladera del barranco de los Molinos. «Yo relevé al frente de la máquina a Manolete, el de Tefía, ¿se acuerda usted, el del bar de los mejillones?».

La tajea, rota y aterrada, a la altura de Chicoe. javier melián / acfi press

A mitad de camino entre los cuatro kilómetros que separan el pueblo de la presa, en Chicoe, la tajea de piedra asciende hasta la altura de la pista de tierra y Juan vuelve a lamentarse. «¿De qué sirve que la presa tenga un buen charco este año si las tajeas están secas y llenas de tierra, rotas en algunos tramos?».

La última vez que los vecinos se unieron y limpiaron las tajeas fue hace unos seis años. «Por aquí, está entullida, pero la gente no se junta ya para limpiarlas. El campo es trabajoso y la gente nueva quiere una vida más cómoda. Antes las teníamos a punto y, cadaNavidad, íbamos de casa en casa, cantando con timples y guitarras. Las Parcelas era un pueblo alegre porque vivíamos un poco mejor que el resto de la isla por tener agua».

Durante decenios, el agua llegó por gravedad desde la presa hasta las 23 casitas. «Abríamos la llave de la cantonera y ya teníamos agua». Los vecinos plantaban coles, papas, tomateros y sobre todo alfalfa que salía por el puerto de Gran Tarajal.

La tajea, cuando llega a Las Parcelas, al lado de la casa de Juan Monserrat Cabrera que heredó de su padre, uno de los beneficiarios del Mando Económico de Canarias en 1946. javier melián / acfi press

De los primeros años como colonia rural García Escámez, Monserrat se acuerda que vio al general varias veces. «Hasta Franco vino una vez, no me acuerdo mucho porque yo era chico».

En realidad, su padre Juan Monserrat Espinel fue el adjudicatario de la vivienda, más dos hectáreas de terreno, el uso del agua agrícola y las 56 pesetas para aperos de labranza (0.34 euros de ahora). El entonces niño tenía cinco años y empezó una vida entre cuidar cabras, crecer paralelo a la presa y los cuatro kilómetros de recorrido del agua, aprender a nadar en el cercano Charco de los Chorros con el resto de chiquillos y asistir por fin a la escuela con doce años cuando se construyó la escuela y luego la casa de la maestra, «aunque la primera maestra vivió en una de las viviendas de la colonia rural porque nadie quería vivir en esa parcela por lo mala de la tierra, llena de piedra».

Placa que recuerda la inauguración de la colonia rural García Escámez y que luce en la casa de Juan. javier melián / acfi press

Con sus casi 81 años, su memoria fértil nombra fuentes, gambuesas, suertes, llanos, majadas, la casa primera del cañero (el encargado de repartir el agua de la presa entre los regantes, que primero vivió en la casa de canto rojo de Montaña Bermeja cercana a la presa y luego pasó al pueblo), aparta la hierba de la cantonera que reparte el agua cada dos viviendas, matiza que fueron 23 viviendas a repartir y siete terrenos con derecho a riego y llama la atención sobre los pinos que también plantó el Mando Económico de Canarias. «Y la parcela se la quitaban si no la trabajaban, si no la atendían bien».

Poco de eso queda ya. Y vuelve a decirlo de otra manera: «el agua no viene para abajo, para el pueblo».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios