Héctor Roldán: «Algunos de los acuerdos del Cabildo viejo estaban en los corrales»
Historia ·
El hijo único del juez que, entre otras tareas ingentes relacionadas con el Patrimonio Histórico, rescató los acuerdos del Cabildo viejo de Fuerteventura, con sede en Betancuria, reconoce que su padre sucumbió al «embrujo de la Majoria y de sus gentes»Neurocirujano de profesión, entregó al Museo Arqueológico de Fuerteventura el legado de Roberto Roldán Verdejo, compuesto por dos recipientes cerámicos, un molino de mano en basalto (en la foto), cinco elementos líticos y 25 fragmentos cerámicos de distinto tamaño profusamente decorados, pertenecientes a la Cueva de Esquinzo. Califica a su progenitor como «majorero de corazón» hasta el punto de que, cuando niño, aprendió de memoria uno de los sonetos de Miguel de Unamuno dedicados a Fuerteventura.
–En la presentación del legado de su padre, el juez Roberto Roldán Verdejo (Santa Cruz de Tenerife, 1934-2004), el director del Museo Arqueológico de Fuerteventura, Luis Lorenzo Mata, confirmó que con él se acabó la saca de bienes históricos de la isla.
– Creo que mi padre contribuyó mucho a crear la conciencia de la importancia del Patrimonio Histórico de Fuerteventura. El tenía la visión de que los pueblos también se definen por su historia y eso había que ponerlo en valor. Contribuyó a poner una barrera para que no se expoliase de manera indiscriminada y no se sacasen fuera de su lugar de origen muchos de los restos históricos de esta isla.
– Vuelvo al discurso del director del Museo Arqueológico, quien aludió a su vez a la definición que el exfiscal general del Estado Eligio Hernández hizo de su progenitor: «el último jurista-humanista de Canarias».
– No sé si fue el último, pero de que él fue un jurista-humanista no me cabe la menor duda. Era un hombre renacentista, con muchísimos intereses en muchos ámbitos. Cuando Eligio Hernández hablaba de humanismo, se refería a que mi padre tenía un gusto por una variedad amplia de disciplinas: le gustaba mucho la historia del Derecho, pero también sabía mucho de temas tan dispares como Botánica o Matemáticas. Era un hombre con muchos saberes y mucha inquietud. En su biblioteca se mezclan diccionarios de idiomas, libros sobre Asia, mucho sobre Historia del Arte, es decir es un gusto por ese conocimiento enciclopédico más bien de otras épocas, fuera de lo que es la superespecialización que tenemos hoy en nuestros días.
– El primer destino de su padre como juez fue Puerto del Rosario en 1963. En Fuerteventura, pasó casi siete años. Usted mismo constata que los describe como los mejores años de su vida, «aunque la isla de la que hablaba nada tiene que ver con la Fuerteventura próspera que los majoreros han sabido crear».
– Desde luego no se encontró al llegar aquí con mi madre ya casados con una Fuerteventura paupérrima, no es ese el adjetivo. Era una isla en la que habían muchas carestías. El hecho de que no fuera la isla que es ahora, no quiere decir que mis padres no encontraran un nicho en el que desarrollarse personalmente, sobre todo en el que caso de mi padre en su labor muy importante de protección del Patrimonio Histórico majorero.
– Usted afirma que él sucumbió al «embrujo de la Majoria».
– Aparte de que tuviera una época muy buena en Fuerteventura, mi padre cayó ante los pies de un pueblo con un pasado tremendamente duro, con un presente en aquella década del siglo XX probablemente menos duro que en la época de las hambrunas, pero en muchas ocasiones difícil y, sin embargo, un pueblo absolutamente resiliente y con visión y proyección de futuro.
– En su libro 'El hambre en Fuerteventura (1600-1800)' se hace eco precisamente de esas penurias de los majoreros.
– Yo evidentemente no soy un experto en la materia, mi padre sí porque trabajó las fuentes. Creo que entendió por lo que pasó el pueblo majorero en el pasado, por eso sintió una parte de admiración por sus gentes.
– Su padre le contó «mil anécdotas» sobre la recuperación de los acuerdos del Cabildo viejo, que fue a buscar con el coche, casa por casa. ¿Cuál es la primera que se le viene a la cabeza?
–Algunos de esos papeles estaban en los corrales de las cabras y me contaba que tuvo que pelearse con ellas para poder acceder a esos documentos. Parte de esa documentación estaba depositada en el Ayuntamiento de Betancuria, pero él siguió yendo más allá, buscando más papeles, que algunos de ellos estaban en casas particulares. El problema es que esos documentos no estaban apreciados por su valor y eran considerados simplemente legajos, con un contenido desconocido para sus propietarios.
– Usted se refiere a la «amada Betancuria» de su progenitor.
– Sí, se refería a Betancuria con un afecto especial. La restauración del conjunto monumental de la villa histórica es con lo que más se identificaba de entre todas las labores de preservación del Patrimonio en las que participó. Por eso, si digo su amada Betancuria, estoy siendo justo con el sentimiento que él tenía hacia la antigua capital.
–¿Aún se acuerda del soneto de Miguel de Unamuno que aprendió de memoria con su padre cuando era niño?
– Pues claro: «Ruina de volcán esta montaña / por la sed descarnada y tan desnuda,/ que la desolación contempla muda».......... [Y los versos siguen sonando en el silencio de Betancuria, que se mantiene intacto desde los tiempos de su padre Roberto Roldán]