Antonio González Carrión, con su libro en la era de El Camacho, en Villaverde, en el municipio de La Oliva, con la horqueta en los haces de lentajas por aventar. Javier Melián / Acfi Press
«Soy Antonio González»: los nietos publican las memorias del abuelo
agricultura ·
Con 95 años, recuerda su niñez en Villaverde, el curso que sustituyó a Navarro Artiles al frente del colegio, las pretendientas, los cincos años de carpintero en El Aaiún y la jubilación que le devolvió al cultivo de los cereales y las legumbres
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Con letra clara y renglones rectos, Antonio González Carrión recuerda sus 95 años de vida que han transcurrido entre el arado con un camello en Villaverde, el trabajo de carpintería en El Aaiún y la vuelta a las gavias y los arenados de su pueblo natal donde sigue plantando lentejas majoreras, arvejas y hasta fresas. Sus nietos Ibón y Sandro le regalaron por Reyes Magos aquellas hojas manuscritas convertidas en un libro.
Doce kilos de lenteja majorera es la cosecha de este año que acaba de trillar y aventar Antonio (Villaverde, 1927) en su finca de El Camacho. Pensaba coger una fanega (60 kilos), pero el ciclón Herminia «me las tiró todas al suelo» a su paso en septiembre por el norte majorero. La cosecha cabe en dos baldes: «Mírelas bien, estas lentejas son únicas en Fuerteventura».
Se sienta en la era donde aún quedan ramas de lentejas, con una mano la horqueta y la otra el libro 'La vida de un labrador. De un día a 95 años'. «Empecé a escribir boberías, por estar entretenido, para tener escritas mis cosas». En la portada, sale el carpintero jubilado y aún campesino orgulloso al lado de la palmera centenaria de Peña Erguida, «siempre me gustó desde que era chico, pero hoy está abandonada como está todo el campo».
Portada del libro, con la foto suya en la palmera centenaria de Peña Erguida.
javier melián / acfi press
El libro está dividido en capítulos (Niñez, Trabajo en el campo, Una historia de harina, Fiesta y amores, La mili, Pretendientas y amigos, Carpintero, Animales de labranza, Coches). Los dos primeros capítulos (Niñez y Trabajo en el Campo)del «carpintero y campesino», como el mismo se define, van juntos: a los nueve años, cogió por primera vez un arado para no soltarlo hasta pasada la adolescencia. «Mi hermano, el más viejo, se lo llevaron para la guerra y me quedé a cargo de la casa». En su casa eran cinco hermanos: dos mujeres y tres hombres.
De aquella época, escribe los recuerdos más duros. «Yo no podía ni con el arado, de tan chico que era. Me pasé nueve años arando y sembrando trigo, cebada y arvejas con un camello en esos valles: Finemoy, Fimapaire, Los Risquetes». Cuando se casó, siguió haciendo lo mismo, pero con un burrito que le prestaron y que protagoniza uno de los capítulos: Una historia de harina.
Antonio sustituyó a Francisco Navarro Artiles durante unos meses como maestro de la escuela de Villaverde.
javier melián / acfi press
No todo fue campo. Un año, y cuando menos se lo esperaba, el entonces maestro de Villaverde, Francisco Navarro Artiles, vino a su casa y le dijo «¿Te haces cargo de la escuela que me tengo que ir a Las Palmas?». Y así se quedó con los alumnos «toda la zafra, hasta el verano». Cuando volvió el maestro titular, le dio «¡2.000 pesetas! ¿Sabe usted lo que era eso para mí y para mi familia? Le dije a Navarro que cuándo se volvía a ir para Las Palmas».
En su publicación, que está pendiente de su primera reedición, también hay páginas dedicadas a los buenos momentos y que no hace falta leerlas porque las tiene en la cabeza. «Un día me dijo mi padre, llénale el pesebre de barrilla a la camella y vete para las fiestas de Corralejo. Y me dio un duro. Pero mi madre me paró y me pidió que sólo me llevara tres pesetas. Finalmente, mi padre dijo que no, que me llevara el duro y estuve ocho días de parranda. El hotel eran los amigos, que decían hoy, te quedas en mi casa, y así un día tras otro».
Un capitulo merecen las pretendientas. «Tuve una novia y uno que tenía dinero le escribió para casarse. Se fue, pero el novio la dejó plantada al poco y se casó con otra. Intentó hablarme otra vez y le hice un cantar: cuando quise, no quisiste/ ahora que quieres, no quiero/ pasa tú la vida triste/ que yo ya la pasé primero».
Antonio todavía planta lentejas majoreras en El Camacho, una finca que le regaló a su nieta.
javier melián / acfi press
Un día, le ofrecieron trabajo de carpintero en Puerto del Rosario y de allí siguió para El Aaiún, donde permaneció cinco años. «A mí me gustó estar allí. Venía de vacaciones en verano. Una Navidad, todos los majoreros alquilamos un avión y venimos a pasar la noche de Pascua con nuestras familias. Lo alquilamos como si fuera un coche».
Cuando regresó, abrió carpintería en Puerto del Rosario. «No trabajaba de sol a sol, no, trabajaba más. Me levantaba de madrugada para hacerlo con la luz encendida».
Al jubilarse, volvió a sus cultivos de Villaverde, pero asegura que no se levanta tan temprano como en la carpintería porque, «sabe usted, las lentejas se aventan y se trillan a mediodía porque están calentitas y se suelta el grano de la vaina. Lo mismo pasa con el trigo. La cebada es lo contrario, hay que trillarlas tempranito porque está amorosa y suelta el grano. Cada cual tiene su cosa«. Y lo va contando sentado al sol, »aquí me siento al sol de mediodía para coger la vitamina D« y ríe.
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