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La empatía y su relación con los mejores y peores instintos

La empatía y su relación con los mejores y peores instintos

«Hay estados pasajeros como la ebriedad, el miedo o el hambre capaces de disminuir fugazmente nuestras respuestas empáticas; los traumas infantiles pueden tener efectos más duraderos»

René de Lamar / Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 1 de enero 1970

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La maravillosa empatía es la capacidad intrínseca del cerebro humano de percibir o experimentar lo que esta sintiendo otra persona, recientes investigaciones han puesto de manifiesto que la empatía es como la chispa que enciende la comprensión y compasión en nuestro corazón, por lo que en base a tan interesante tema y los mecanismos que la generan así como su relación con el bien y el mal, estructuramos el artículo de hoy.

Desafortunadamente escuchamos cada día noticias espeluznantes de crímenes y atrocidades de la que no escapan ni menores inocentes, horrores que se producen con la frecuencia suficiente para que nos hagan reflexionar sobre una triste, oscura e impactante realidad: los humanos somos capaces de cometer maldades indescriptibles.

Diferentes estudios sociológicos y psicológicos han asociado las conductas violentas, psicopáticas y antisociales con la ausencia de empatía.

En un extremo del arcoíris del espectro moral, están el sacrificio, la generosidad y otras virtudes que nos ennoblecen y que reconocemos como buenas. En el otro lado se sitúan la violencia, el egoísmo y los impulsos destructivos que consideramos como malvados.

En el origen, o lo que pudiéramos definir como la raíz de ambas conductas, según los investigadores, está nuestro pasado evolutivo.

Su hipótesis es que los humanos y otras muchas especies, aunque en menor grado, adquirieron por vía evolutiva el deseo y la necesidad de ayudarse mutuamente porque en el seno de los grandes grupos sociales la cooperación era esencial para la supervivencia.

Pero como aquellos grupos debían disputarse los recursos, el deseo de lastimar y hasta de matar a los rivales era crucial.

«Somos la especie más social de la tierra y también la más violenta, tenemos dos caras porque las dos eran importantes para sobrevivir».

Durante siglos el origen y las manifestaciones del bien y del mal en el ser humano constituyeron un debate de tenor filosófico o religioso, pero en las últimas décadas los investigadores han dado pasos importantes en la comprensión científica de sus causas.

Hace relativamente poco tiempo que los investigadores estaban convencidos de que a los niños pequeños les daba exactamente igual el bienestar de los demás, una conclusión lógica al presenciar la rabieta de un pequeño de dos años.

Pero recientes hallazgos de prestigiosas universidades demuestran que los bebés sientes empatía mucho antes de cumplir un año de vida.

Modernas técnicas de neuroimagen funcional permiten identificar qué regiones cerebrales se activan cuando empatizamos con los demás.

La combinación de estos datos con los de otras evaluaciones complementarias, como los estudios neuropsicológicos y análisis genéticos comienzan a arrojar luz para determinar qué factores biológicos y ambientales refuerzan o socavan nuestra capacidad de empatía.

La empatía y la compasión utilizan diferentes redes cerebrales, ambas pueden inducir a conductas sociales positivas, pero la respuesta empática del cerebro que presencia el sufrimiento ajeno puede abocar en ocasiones a la denominada angustia empática, una reacción negativa que induce al testigo a alejarse de la persona que sufre para preservar su propia sensación de bienestar.

Las personas superaltruistas presentan mayor actividad neurológica en la amígdala, una zona del cerebro que se vincula con las respuestas emocionales aprendidas y con el procesamiento de los estímulos perturbadores que en su caso es de mayor tamaño.

La corteza prefrontal es la región cerebral que frena el comportamiento impulsivo, presentar anormalidades en esta zona podría predisponer a la persona a cometer actos violentos.

Según comités de expertos, en torno al 70% de los rasgos psicopáticos son genéticos, las lesiones cerebrales y la exposición prolongada al estrés también pueden dañar los circuitos de la empatía.

Hay estados pasajeros como la ebriedad, el miedo o el hambre capaces de disminuir fugazmente nuestras respuestas empáticas, los traumas infantiles pueden tener efectos más duraderos.

Las variaciones genéticas explican que algunas personas reconozcan mejor las expresiones faciales o produzcan mayor cantidad de una determinada enzima relacionada con un bajo grado de agresividad.

Una infancia marcada por el afecto tiene el potencial de transformar a un individuo genéticamente predispuesto a carecer de empatía en un ciudadano adecuadamente socializado y no violento.

Ver llorar a un amigo o escuchar los gemidos de un perro, por ejemplo, pueden desencadenar empatía y el deseo de eliminar lo que se percibe como un sufrimiento compartido.

Las personas sumamente empáticas, como las que arriesgan su vida por ayudar a un desconocido, reconocen mejor el dolor y el miedo en la expresión facial ajena.

Hay personas que tienen una indiferencia activa por los demás que suele iniciarse en la infancia y tienen muchas posibilidades de desarrollar tendencias antisociales y predisposición a meterse en problemas.

La pena simulada y la falta de remordimientos son dos de las características que definen a los psicópatas, sienten una indiferencia total por los sentimientos y sufrimiento de los demás, aunque parece que aprenden a imitar las emociones.

Realmente tienen serias dificultades para entender sentimientos como la empatía, la culpa o el remordimiento, son personas que no tienen nada que ver con el resto de la sociedad.

En estudios realizados en los Estados Unidos con 4000 presidiarios de diversos estados se comprobó que cuando se les pedía que recordaban una batería de palabras con gran carga emotiva como pena, dolor y enfado los delincuentes psicopáticos presentaban una disminución de la actividad en la amígdala cerebral, uno de los centros primarios de procesamiento emocional en comparación con los reclusos no psicopáticos.

Los psicópatas tienden a mostrar una activación más débil en las regiones cerebrales clave para el razonamiento moral.

Sufren deficiencias en un sistema de estructuras cerebrales interconectadas, entre ellas la amígdala y la corteza orbitofrontal que participan en el procesamiento de las emociones, en la toma de decisiones, en el control de los impulsos y en el establecimiento de objetivos.

Sin lugar a dudas la plasticidad de nuestro cerebro social persiste en la edad adulta y en el envejecimiento fisiológico, es factible entrenarnos para ser más amables y generosos.

Datos prácticos

La empatía es la energía que se genera en nuestro cerebro y nos induce a entender, simpatizar y ayudar a otra persona, más aun si está sufriendo.

Los superaltruistas y los psicópatas ejemplifican nuestros mejores y peores instintos.

La ausencia de empatía parece ser consecuencia de defectos en los circuitos neuronales.

Recientes investigaciones están sentando las bases de regímenes de entrenamiento y programas de tratamiento con el objetivo de elevar la respuesta empática del cerebro.

La empatía puede medirse con los test de coeficiente de empatía, las preguntas pretenden cuantificar el interés que siente el individuo por los sentimientos y pensamientos de los demás.

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