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Las olas de calor de este verano se hicieron esperar hasta la segunda quincena de julio; pero, llegadas, no han dado respiro y han tenido consecuencias. Sumidos en la tercera consecutiva, ya entrados en agosto, el exceso de muertes atribuidas al exceso de temperatura es de 771, según los datos publicados por el Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria (MoMo), del Instituto de Salud Carlos III, responsable de la vigilancia del efecto de las temperaturas -por exceso y por defecto- en la población. De esta cifra, 750 son personas mayores de 65 años, el colectivo más vulnerable a los estragos del verano.
La cuarta semana de junio, la comprendida entre el 22 y el 28 de julio, ha sido la más dura, con 337 fallecimientos atribuibles a esta causa, según las estimaciones del citado organismo. Los últimos días de julio (del 29 al 31) tampoco arrojan una cifra desdeñable, con 246 casos.
A medida que el mes ha avanzado, las estimaciones de mortalidad han ido creciendo, como se aprecia en la gráfica. En total, en julio se notificaron 32.582 muertes, con un exceso sobre la media de 824 por «todas las causas» y de estas, las 771 citadas, «atribuibles a la temperatura» según el cribado que realiza el sistema.
Una lectura más detallada de las estimaciones revela quiénes son, con diferencia, las personas más vulnerables al exceso de calor. Los ancianos, inevitablemente, por su condición frágil. Las víctimas del calor mayores de 85 años fueron más de medio millar, un 66% del total.
Esta realidad impone extremar los cuidados con las personas de mayor edad, ya sea en las viviendas particulares o en las instituciones. Y comprender cómo el calor es un acelerante de los estados carenciales de salud ayuda en esta tarea.
María Herrera Abian, jefa del departamento de Cuidados Paliativos de los hospitales públicos Quironsalud y profesora de Geriatría y Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria, explica que el origen del empeoramiento físico de estas personas no es otro que la deshidratación provocada por el mismo el exceso de calor.
Con la edad, una de las capacidades que se pierden es la de tener sed. «Se les olvida que tienen que beber agua y recordárselo y ofrecerles es una tarea constante que deben cumplir las personas que los cuidan, ya sean los hijos en casa o profesionales en las residencias, porque se deshidratan con facilidad», apunta la especialista.
Cuando se habla a nivel global de los peligros de las olas de calor intensas y frecuentes, -la Organización Mundial de la Salud (OMS) las cataloga como la principal causa de mortalidad relacionada con el clima- a priori puede parecer difícil relacionar como causa directa de un fallecimiento un pico de temperatura. Pero nada más lejos de la realidad. El mecanismo es, en realidad, sencillo.
María Herrera Abian
Jefa de Cuidados Paliativos en hospitales públicos Quirón
La doctora Herrera explica que la mera deshidratación ya empeora las enfermedades subyacentes o provoca que aparezcan nuevas. Una mala hidratación sube la glucosa, empeora las infecciones, las insuficiencias cardiacas, las respiratorias y renales... El metabolismo ya no trabaja al mismo ritmo, se enlentece en las personas mayores, y esto provoca esta serie de daños colaterales.
La incapacidad del cuerpo para compensar la temperatura central y disipar el exceso de calor a veces también conlleva una respuesta inflamatoria dañina. «La sobrecarga a la que se ve sometido el organismo al intentar enfriarse también afecta al corazón y los riñones», explica por su parte la doctora María Andrea Castillo, del centro Sanitas Reina Victoria, de Madrid.
Nada de esta serie de empeoramientos que pueden acabar, en última instancia, con la vida tiene que ver con los golpes de calor propiamente dichos. Esa especie de colapso al que llega el cuerpo sometido a las altas temperaturas se relaciona a veces con el único peligro de exponerse en verano, pero estos casos se dan menos. El verdadero peligro que supone el calor es más, digamos, sutil.
Más allá de la mella que hace en el funcionamiento del organismo, las circunstancias inherentes al verano también acarreran consecuencias nefastas para las personas mayores. Por ejemplo, está comprobado que en verano se dan muchas más caídas. Y una caída grave a cierta edad puede ser problemática.
Aunque parezcan consejos muy básicos, a veces se olvidan cosas como el uso de un calzado adecuado -las chanclas, prohibidas- o el acompañamiento en lugares propios del verano como la arena de la playa o el campo. «También, el mero hecho de cambiar de lugar de residencia es algo que a muchos mayores les desorienta, les hace estar un poco más torpes. Esto, sumado a que se mueven más lento, obliga a tener más cuidado con ellos», añade la doctora Herrera.
Si en vez de veranear, se quedan solos sin la familia en casa, y teniendo en cuenta que las ciudades y su tendencia al efecto 'isla de calor', también hay que apuntarse como prioridades que tengan un acompañamiento adecuado -profesional o no-, medicación de sobra -esto también para viajar-, y que la vivienda -también para el resto del año- está acondicionada para soportar los excesos del clima.
A pesar de que el ambiente no invite, ya sea en los destinos de veraneo o en la propia ciudad, la actividad física es algo que no deben dejar de hacer estas personas. «Hay que tener en cuenta su estado funcional, claro está, pero especialmente en los octogenarios el hecho de dejar de dar el paseo de rutina resulta muy deteriorante», recuerda la especialista de Quirsonsalud. Con adaptar la actividad a las horas de menos calor es suficiente.
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En un plano menos físico, el deterioro también viene de la falta de interacciones sociales, de la ruptura con la rutina que se construye con las personas queridas y que se rompen en estos periodos de verano.
«Muchos mayores no solo pierden el contacto temporal con sus familiares, sino que incluso cambian sus cuidadores habituales porque, lógicamente, estos también descansan. Todos estos cambios les obligan a hacer un esfuerzo añadido», recuerda Herrera. Dejarles medios de comunicación suficientes, siempre en la medida de lo posible, es otro de los cuidados de salud que no deben desplazar al resto.
El verano puede traer muchas cosas malas para las personas de edad avanzada, pero hay una buena que casi podría compensar a todas las demás: el tiempo que pasan con sus nietos. La doctora María Herrera defiende que este tiempo se dedique a «hablar con los abuelos, para que cuenten su historia familiar, sus recetas, sus legados inmateriales. Es un tiempo muy bonito que hay que aprovechar». Y solo porque, como recuerda la especialista, «puede ser el último verano», sino porque les sienta bien a nivel físico. Los ancianos mejoran su estado de salud porque algo les ha dado sentido a sus vidas, en este caso sería el cuidado y acompañamiento de sus nietos. «Sin esclavizarlos con los cuidados todas las vacaciones, eso sí, pero está demostrado que todas las actividades que refuercen el vínculo entre abuelos y nietos mejoran el estado de salud de los primeros», recuerda Herrera, y concluye: «Las personas mayores, con un proyecto de vida más corto, quieren dejar alguna enseñanza y este periodo es el mejor, mejor que la Navidad».
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