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En árabe, imposible es mustahil; aunque esa palabra no se encuentra en el lenguaje de los dubaitíes. En Dubái se puede tocar casi el cielo desde lo alto del Burj Khalifa, el edificio más alto del planeta con 828 metros de altura, o sumergirte a 60 metros en la piscina más profunda jamás construida. Así es la segunda ciudad más importante de Emiratos Árabes Unidos, una ciudad de récord y que lo lleva en su ADN.
Hace apenas cuatro décadas, Dubái contaba con medio centenar de habitantes que se dedicaban al comercio o a la pesca de perlas. Ahora, su población supera los 3,3 millones y recibe casi 15 millones de turistas al año. El maná negro del petróleo la llevó, a finales de los 90, a ser la ciudad que más rápido crecía en todo el mundo. Así en una estrecha franja de 35 kilómetros cuadrados entre el Golfo Pérsico y el Desierto de Arabia empezaron a crecer los grandes rascacielos que dan forma al skyline de la ciudad emiratí.
La fiebre del oro negro trajo a Dubái el Burj Al Arab, uno de los hoteles más lujosos del mundo y el mítico Burj Khalifa. Desde los 154 pisos, a unos 800 metros, la vista se pierde en la inmensidad del mar de luces, aunque si se mira al este la oscuridad del desierto aparece.
A los pies de este gigantesco edificio de 500.000 toneladas de acero, hormigón armado y vidrio, los turistas se recrean con un espectáculo acuático en pleno desierto, mientras a poco más de 35 kilómetros los líderes mundiales debaten si el pico de emisiones de gases de efecto invernadero ha de llegar en 2025 o si hay que cerrar el grifo de los combustibles fósiles.
Muchas de estas personas no son conscientes de la cita que se celebra hasta el día 12 en la ciudad. «¿COP? ¿Qué?», responde una turista argentina mientras sostiene su teléfono móvil para grabar el espectáculo acuático frente al Burj Khalifa. Una exhibición de la fuente más grande del mundo que rocía al aire más de 83.000 litros de agua, al ritmo de la música que emana de los altavoces a su alrededor. «Contamos con un sistema que reutiliza el agua residual del edificio para reponer la que se pierde en el espectáculo», señala Hitachi, encargado del sistema de la fuente, en su página web.
Dubái es una ciudad a la que le gusta el agua, pero carece de ella. Su principal sustento está en el Golfo Pérsico y de ahí bebe. Una urbe sedienta que, según datos de la Autoridad de Electricidad y Agua de la ciudad, consumió en 2022 un total de 6.170 millones de litros de agua y se espera que para 2040 la cifra se duplique.
6.170 millones de litros de agua
se consumieron en Dubái en 2022
Para acabar con esta sed, Dubái cuenta con uno de los mayores complejos de desalación del planeta: Jebel Ali. Con 43 plantas, la ciudad emiratí canaliza el agua del mar y a través de una serie de tratamientos la distribuye a la ciudad como agua potable. Pero para ello quema montones de combustibles fósiles. El pasado ejercicio, Emiratos Árabes Unidos produjo más de 200 millones de toneladas de carbono, una de las emisiones más altas per cápita a nivel mundial. Aunque con los ecos de la música que mueven las fuentes del Burj Khalifa, a la misma hora, a esos 35 kilómetros de distancia, el Sultán Al-Yáber, director de Adnoc -la petrolera estatal del país-; ministro de energía de Emiratos y presidente de la COP28, recuerda al planeta que «hay que acabar con los combustibles fósiles». Precisamente, estos días en los que la lucha contra las emisiones centra el debate global, Dubái registra niveles «insalubres» de calidad del aire. Este sábado, la ciudad registró 72µg/m³, cinco veces más del nivel óptimo marcado por la Organización Mundial de la Salud.
Una contradicción más, aunque es cierto que Dubái y también Emiratos Árabes Unidos, a diferencia del resto de países del Golfo Pérsico no dependen tanto del petróleo. Dubái ha enfocado su economía al lujo, al turismo y a la aviación. Este combustible suponía el 50% del PIB de la ciudad, mientras que en este último año apenas ronda el 1%, según Carbon Tracker.
Además, las autoridades emiratíes anunciaron una serie de iniciativas ecológicas para controlar su enorme consumo de recursos. Entre estas medidas se incluye un esfuerzo para reducir la demanda de energía y agua en un 30% para 2030 y lograr que el 100% de su producción energética provenga de fuentes renovables para 2050 y también quiere buscar otras fuentes alternativas para surtir de agua a su población.
Mirar al cielo es la otra opción, aunque no es muy abundante. Sin embargo, es posible ver llover en Dubái. No hay que esperar a la época de precipitaciones, solo tienen que darse una condición: tener una temperatura superior a los 27 grados. Cuando se pasa esta cifra, en la Raining Street de la ciudad llueve. Solo en esta calle. Una décima por encima, un sistema de tuberías sobre esta pequeña arteria de un kilómetro de longitud permite controlar la precipitación que va desde aguacero a ligera brisa.
Más allá de esta particularidad en una de las islas artificiales de la ciudad, Dubái cuenta con una media de precipitaciones que no llega a los 100 mm, una cifra que, en España, en los últimos meses se ha superado en pocas horas. Para encontrar nuevas soluciones, las autoridades tienen en nómina a un equipo de científicos para estimular químicamente las nubes y generar precipitaciones. Un proceso, cierto es, que tiene poco consenso científico.
EAU tiene aproximadamente el mismo tamaño que Portugal, pero alrededor del 80% de su superficie terrestre ya es desierto. En estos días de diciembre, la temperatura en las horas principales del día ronda los 30 grados, una cifra que se alcanza por las noches en pleno verano. Entre los pabellones de la Expo2020, lugar que acoge la COP28, la sombra es el lugar más cotizado, mucho más que los puestos de comida.
A pesar de las altas temperaturas, muchos de los delegados presentes en la cumbre climática han podido fotografiarse con pingüinos que habitan en esta ciudad desértica u olvidar el calor del exterior con una de las pistas de esquí más grandes del planeta. Pueden pasar de 27 grados a la sombra a cero grados bajo los focos del Emirates Mall, uno de los más grandes de la ciudad.
Pero si son más de disfrutar de las aguas tranquilas del Golfo Pérsico, y siguiendo la tradición de las cumbres climáticas con negociaciones hasta altas horas de la madrugada, las playas públicas de Dubái «están abiertas todo el día», recuerda Kashem. Las altas temperaturas veraniegas no permiten el baño durante el día, por ello sobre la arena crecen grandes pilares que iluminan la zona para asegurar el disfrute de las aguas para turistas y nacionales. «Esta ciudad nunca duerme», recalca este dubaití.
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