En 2014, Apple presentó un producto de impacto: era un sistema de monitorización de la salud que lo controlaba todo. Los pasos que dabas, la presión, hasta el nivel de alcohol en sangre. Lo que no medía era el ciclo menstrual: como escribe en 'La mujer invisible' Caroline Criado-Pérez, los desarrolladores se habían olvidado de la regla, demostrando de forma práctica uno de los efectos de la brecha de género en la industria de la tecnología.
La presencia de las mujeres en la tecnología es todavía baja, incluso teniendo presente que la propia industria es consciente de ello —y de que esto es un problema— y se ha pasado la pasada década intentando encontrar soluciones. En España, solo el 16% de las personas que trabajan en el área STEM (las siglas en inglés que referencian a estas compañías) son mujeres, según cálculos del Observatorio Social de la Fundación LaCaixa. Y solo el 0,7% de las adolescentes se muestra interesada por estos estudios. No es una rareza. Es la tónica global.
Sin embargo, no siempre fue así. Como recuerda el documental 'Code: Descifrando la brecha de género' (Filmin), las mujeres tuvieron una elevada presencia en los inicios de los ordenadores. Se les daba el hardware para que viesen qué se podía hacer con esas máquinas. Y mujeres eran, por ejemplo, quienes operaban las máquinas que intentaban descifrar los secretos de guerra durante la II Guerra Mundial, como ocurría en el británico Bletchey Park. En parte, pasaba porque se consideraba que el trabajo de hacer que las máquinas funcionasen no era tan sofisticado (y, por tanto, menos importante), aunque, como explican en 'Code', esto implicaba asumir una falsedad. Se necesitaba una mente matemática compleja para lograrlo.
16%
es el porcentaje de mujeres
en el área STEM
Después de la guerra, las mujeres siguieron contando con una presencia elevada en ese campo emergente: eran entre el 30 y el 50% de todos los programadores en Estados Unidos —el entonces líder tecnológico— entre los años 50 y 60.
De hecho, en 1967, la revista 'Cosmopolitan' publicó un artículo que ahora puede llamar la atención. Se titulaba 'The Computer Girl' y hablaba de los empleos de tecnología: eran trabajos para chicas, una oportunidad para acceder a un buen salario. Y esto no era exactamente algo sorprendente: las cifras que manejaba el artículo —como recoge el historiador Nathan Ensmeger— hablaban de que 20.000 mujeres eran programadoras y que la industria necesitaba 20.000 más de forma inmediata.
Entonces, ¿qué ocurrió para que la industria de la tecnología se masculinizara y las mujeres empezasen a ser una minoría en la profesión?
Profesionalización y cultura popular
El proceso tiene dos fases clave, como apuntan en el documental. La primera fue en los propios años 60, cuando la industria tecnológica empezó a buscar de forma activa a trabajadores hombres con anuncios en los que se subrayaba lo masculino del trabajo. Un eslogan preguntaba si serías el hombre digno de ese trabajo. Igualmente, empezó a crearse la idea del genio —hombre, poco social— que era el único capaz de desentrañar ese universo tan complejo que suponía el desarrollo de la tecnología. La industria también se estaba profesionalizando, alerta Ensmeger. Históricamente, cuando las cosas ganan caché y valor económico, han tendido a masculinizarse.
La segunda gran fase de cambio fue en los años 80, cuando emergió un estereotipo en la cultura popular que sigue siendo hoy rápidamente reconocido. Fue algo que exportaron el cine y la televisión estadounidense y que tuvo un efecto directo sobre quién creemos que es bueno en tecnología que va más allá de ese país. Películas y series afianzaron al nerd, al geek de los ordenadores: eran hombres, jóvenes, antisociales y que se lanzaban a romper las normas. Era el hacker. Por supuesto, sabían mucho de ordenadores y todo era un tanto misterioso y complicado para quién lo veía desde fuera.
Eran un cliché, pero uno que tuvo un elevado impacto. En EE UU, a mediados de los 80, el 40% de la gente que estudiaba informática en las universidades eran mujeres y todo parecía indicar que se iba a alcanzar la paridad de forma inminente en las aulas. La realidad fue muy distinta: la tecnología se vinculó a esos chicos con camisetas, mucho talento y pocas habilidades sociales (por mucho que fueran un estereotipo) y la idea de que era un entorno poco amistoso para las mujeres cogió peso. Las cifras de universitarias empezaron un retroceso (algo que no ocurrió, para poner en contexto, con otros estudios de ciencias, como Medicina).
Y a eso se suma, como establece una investigación de la radio pública estadounidense, NPR, que los 80 fue el período del inicio del boom de los ordenadores personales: sus ventas se segmentaban al público masculino y joven. En los 90 ya había cuajado la idea de que los ordenadores eran «para chicos». También la de que ellos eran por defecto mejores que ellas en todo eso.
¿Por qué se necesitan más mujeres?
Había nacido una brecha de género, una que es más determinante que una simple curiosidad histórica. Los propios avances de la tecnología y sus desarrollos —como ocurre con la inteligencia artificial— hacen más importante que quienes trabajan en ella sean equipos diversos y que, por tanto, incluyan a quienes son, al final, la mitad de la población mundial. Para que la IA no acreciente las brechas sociales, no puede caer en los sesgos: hacer que sea más ética implica equipos que sean capaces de ver sus puntos débiles, que tengas diferentes perspectivas.
Una mayor presencia de mujeres en la industria de la tecnología «es una necesidad», como señala Idoia Salazar, presidenta de OdiseIA (un organismo que vela por los buenos usos de la IA). «No es solo que haya que fomentar que haya igualdad, es que con la IA es fundamental», indica. Se necesita sumar esa perspectiva en el trabajo de desarrollo.
«La solución pasa por que haya políticas públicas»
Idoia Salazar
Presidenta de OdiseIA
La gran cuestión es cómo lograrlo. En 'Code' se habla de la importancia de que existan referentes, de que las niñas vean a las mujeres que están ya haciendo tecnología; porque si no las ves no sabes que eso es posible y el lastre de todos esos estereotipos de décadas de quién es un científico o un genio informático pesan más.
Salazar concede que las referentes son valiosas, pero pide más acciones concretas. «Hay una necesidad real», señala. «La solución pasa por que haya políticas públicas», indica. Es decir, hay que fomentar que las mujeres entren en estas carreras y potenciar que las empresas las contraten, porque, como recuerda la experta, «sigue habiendo problemas» en la contratación de mujeres. Puede que no sea legal, por ejemplo, pero algunas compañías siguen teniendo presente cuestiones como los embarazos a la hora de pensar a quién van a fichar.
Y tampoco hay que perder de vista que este es un trabajo de fondo y no hay soluciones mágicas. Así, para lograr que más niñas piensen en una carrera en STEM, el trabajo debe arrancar mucho antes del instituto. «Esto no es dar una charla y ya está», señala Salazar, recordando la importancia de potenciar en la escuela las matemáticas, la física o los talleres tecnológicos. «Más que mirar al pasado, hay que mirar al futuro», concluye.
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.