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Comer sin calentar... el planeta

Comer sin calentar... el planeta

Es posible alimentarse cuidando el entorno. Y no hace falta dejar la carne ni comprar todo 'eco'

Miércoles, 26 de mayo 2021

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Los expertos prevén que en 2050 seremos 10.000 millones de personas (hoy andamos por los 7.800 y hace solo medio siglo, en 1970, éramos 3.700). Eso se traduce en estómagos que llenar y, a su vez, en alimentos que producir. Una pesada carga sobre el medio ambiente, ya que en su elaboración o consecución se genera una gran huella de CO2, el gas que más contribuye al calentamiento global que amenaza el planeta. Y si planeta, así en general, suena demasiado vacuo, lejano incluso, un reciente estudio de la Universidad de Santiago de Compostela publicado en la revista científica 'Atmospheric Research' sobre proyecciones climáticas de las olas de calor, promete que en 30 años alcanzaremos en España temperaturas como las de Irak.

Muchos expertos alertan sobre lo peligroso de la situación que está por llegar e intentan dar con la receta para frenar su avance; es el caso de la británica Lindsay Miles –educadora, oradora, escritora y abanderada de la vida libre de plástico y el 'desperdicio cero'– en su último libro, 'Cocina sin residuos. Simples pasos para comprar, cocinar y comer de forma sostenible y sin complicaciones'. «Con estas predicciones tenemos que pensar de manera distinta sobre cómo y qué comemos. La razón por la que la reducción de carne y otros productos de origen animal se discute tanto es que, aunque toda la agricultura tenga un impacto, la producción de carne y otros productos de origen animal alcanza la máxima repercusión. El sistema alimentario sostenible durante siglos se ha desequilibrado rápidamente y es responsable ahora de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero en todo el mundo, más de la mitad de las cuales corresponden a productos de origen animal».

Miles coloca a la carne de vacuno –incluyendo al ganado lechero– y a la de cordero entre las más contaminantes no solo por el metano que liberan con sus flatulencias, sino por la deforestación que provocan para cultivar sus pastos y forraje. «La carne, la acuicultura, los huevos y los lácteos utilizan aproximadamente el 83% de las tierras de cultivo, aportan hasta un 58% de las emisiones de carbono de los alimentos y proporcionan el 37% de las proteínas y el 18% de las calorías que consumimos», informa la experta.

Los 'Lunes sin carne'

¿Y qué propone? Pues tampoco hace falta dejar de comer carne radicalmente. Cita como ejemplo la iniciativa sin ánimo de lucro creada por el ex Beatle Paul McCartney y sus hijas Stella y Mary: los 'Lunes sin carne'. Propugna que con solo dejar de comer carne un día «estaremos haciendo un mundo de diferencia», y no solo para ayudar al planeta, sino a la salud de las personas. Según un estudio de 2015, una dieta que limitara el consumo de este producto a dos días por semana reduciría las emisiones de carbono a la mitad, en comparación con las que supone un consumo diario.

Aves y quesos menos curados

Aconseja cambiar la carne de vacuno, cordero y cerdo por la de pollo, pavo y pato, porque produce menos CO2, y recomienda comprar cortes de aves de corral con piel y huesos para aprovechar más al animal (para hacer caldo, por ejemplo). Promueve optar por cortes menos demandados o directamente rechazados ya que eso ayuda a reducir la demanda general, y no solo para las personas: si tenemos perro, elijamos carne de ave, conejo o pescado, en pienso o fresco (cuello, cascarones de pollo y despojos como el hígado). Los quesos tiernos, menos curados, como el requesón, la ricotta, el brie, el gorgonzola y el feta emiten menos CO2 en su producción que los más curados porque llevan menos leche. La de oveja tiene el doble de grasa que la de vaca y menos agua, por lo que es más sostenible –necesita menos leche un queso de oveja que uno de vaca–.

Productos 'eco', sin pesticidas

Los productos con denominación Eco son aquellos en los que en su producción no se utilizan fertilizantes químicos, que emplean una gran cantidad de combustibles fósiles –en su lugar usan compost, estiércol y la rotación de cultivos– ni pesticidas sintéticos, fomentando los predadores naturales para que controlen las plagas al dejar árboles y setos en sus campos. Tampoco usan antibióticos (utilizados en las granjas intensivas porque al haber tantos animales juntos las enfermedades se propagan más fácilmente). ¿Lo eco es más caro? «Casi siempre, pero la realidad es que los alimentos cultivados y procesados industrialmente son a menudo artificialmente baratos porque el precio no refleja el coste real, en concreto el coste para el medio ambiente. Cambiar a una dieta totalmente ecológica puede afectar al presupuesto para alimentación, con lo que mucha gente opta por empezar poco a poco. Nunca es todo o nada».

'Locávoro' no viene de loco, al contrario

La palabra 'locávoro' se ha inventado para designar a aquellas personas que apuestan por comer alimentos de origen local, en un radio como máximo de unos 160 kilómetros desde su punto de compra o consumo. Algunos evitan todos los ingredientes que no se produzcan en su entorno, aunque otros se permiten algún alimento deshidratados o frutos secos que vengan de lejos. La mejor forma de comprar alimentos locales en el súper es mirar en la etiqueta el país de origen y elegir el que se haya cultivado más cerca. Comprar directamente a agricultores facilita la labor y lleva a consumir más productos de temporada. Estos se pueden recolectar en un país donde estén en temporada y enviarlos a otro, pero supone CO2 en su transporte y, además, suelen recogerse antes de estar maduros, lo que puede afectar al sabor.

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