Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos... y uno de los helados de nuestra infancia
Cuando 75 pesetas nos separaban de la felicidad
Los carteles de helados de nuestra infancia parecían minuciosamente diseñados para ilusionarnos al primer vistazo: combinaciones imposibles de colores, formas y sabores que distan bastante ... de lo que podemos encontrar hoy en día en los kioscos. Sí, el mítico Frigopie (un cremoso helado de fresa a imitación de esa parte de la anatomía humana) sigue entre nosotros, pero se trata prácticamente de la excepción que confirma la regla. Su primo Frigodedo, por ejemplo, desapareció del mundo aunque siga firme y siempre frío en la memoria de los niños de entonces.
Una de las referencias más curiosas en el catálogo de Frigo, allá por 1992, fue la versión comestible de Cobi. La mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona se convirtió en un helado de fresa, nata y chocolate que, una vez desenvuelto, distaba bastante del diseño ideado por Javier Mariscal:los rasgos del personaje se derretían en segundos, una rápida desfiguración que no impidió que se convirtiera en todo un éxito.
La historia tras la creación de Cobi reviste interés: Mariscal presentó tres diseños al Comité Organizador de las Olimpiadas de Barcelona (COOB). Uno de ellos ('Petra', la representación de una niña sin extremidades superiores) resultó elegido como mascota para los posteriores Juegos Paralímpicos. Los otros dos (una gamba y, en palabras del diseñador, «una palmera con aspecto de negrito punki») terminaron descartándose.
Fue entonces cuando el consejero delegado del COOB, Josep Miquel Abad, sugirió a Mariscal las ideas que darían forma al Cobi que todos conocemos, cuyo nombre obedece a las siglas del propio Comité: un perro pastor catalán que los niños quisieran abrazar al irse a dormir. Ni que decir tiene que el antropomórfico diseño, de corte vanguardista, despertó polémica: hubo quien lo tildó de garabato infantil, indigno de representar a unos Juegos Olímpicos, pero de algún modo terminó calando.
Aquellos carteles están repletos de helados hoy extintos, con la excepción del superviviente Frigopie
Aquellas orejas puntiagudas y los ojos diminutos despertaron simpatía más allá de nuestras fronteras, hasta el punto de que Cobi se considera actualmente una de las mascotas más queridas en la historia de los Juegos Olímpicos. Además de convertirse en helado, su popularidad le hizo protagonizar una serie de dibujos animados ('The Cobi Troupe') y adaptarse a infinidad de formatos en clave de 'merchandising': llaveros, peluches, cuadernos, mochilas... que muchos aún guardamos en el trastero.
Y también Curro
Cobi no fue la única mascota de evento internacional que se convirtió en helado: La Ibense Bornay despachó una tarrina con la forma del carismático Curro, de la Exposición Universal de Sevilla de 1992. Lo encontramos en los chiringuitos de aquel verano junto a los gélidos Calippo y Boomy o los extravagantes Doctor Strabik (un par de ojos ensartados que parecían mofarse de las personas con estrabismo, algo impensable en los tiempos que corren) y Tubi Tabi (diseñado a imitación de una pasta dentífrica).
El precursor de estas transgresiones en la materia, en un tiempo en el que apenas se habían superado los helados de corte, fue Drácula. Aquella combinación de cola, fresa y vainilla capaz de teñirnos la lengua de rojo surgió a finales de los 70 a manos de un grupo de empleados de Frigo, que presentaron la idea a sus superiores sin saber muy bien qué esperar.
Después llegarían clásicos como el Miko Lápiz, las bromas subidas de tono por la longitud del Pirulo, el indescriptible Kriko de Camy (recubierto de diminutas bolas de caramelo) y el fugaz Frigurón, surgido en torno a la película de Steven Spielberg y que también manchaba la lengua, en este caso de azul. A fin de cuentas, eran solo un sinfín de excusas para pedirles monedas de cien pesetas a nuestros progenitores con cada visita a la playa, mientras ellos degustaban unos más convencionales Negrito, Maxibon o Magnum, que aún hoy siguen vigentes.
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