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En los albores de la civilización, los humanos debimos alucinar con la variedad de fenómenos meteorológicos que ocurrían sobre nuestras cabezas. Rayos, truenos, relámpagos, lluvia, viento, sol, nubes, arcoíris, nieve, granizo… ¡todo era nuevo y desconocido! De ahí que nuestro primer instinto fuese relacionar estas condiciones atmosféricas con los dioses, inventando mitos variopintos y desarrollando ritos para aplacar la furia de las divinidades.
Actualmente, la ciencia nos ha permitido comprobar que todos estos elementos surgen por causas muy distintas. La temperatura del aire, la humedad, la radiación solar, la intensidad y dirección del viento, la temperatura del agua del mar, la presión atmosférica, la cobertura nubosa o la precipitación son algunos de sus condicionantes. Lo sabemos porque llevamos años intentando predecir los fenómenos atmosféricos, no solo para saber si coger el paraguas o las gafas de sol al salir de casa, sino también porque juegan un papel muy importante en la navegación, la aviación o la agricultura, entre otros.
«Cuantos más datos de observación tengamos, más calidad tendrá el pronóstico del tiempo. Por eso, dichos parámetros son registrados por multitud de estaciones meteorológicas diseminadas a lo largo y ancho de la superficie terrestre, así como por aviones, satélites, instrumentos de teledetección, globos-sonda y otros instrumentos. El desarrollo de la tecnología ha sido clave en la evolución de esta ciencia», explica Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Española de Meteorología (AEMET).
Toda esta información está basada en modelos matemáticos que parten de las ecuaciones físicas que rigen los movimientos de la atmósfera, y los cálculos corren a cargo de potentes ordenadores que agilizan mucho el trabajo a los meteorólogos. Aun así, acertar con la predicción del tiempo es complicado, sobre todo a largo plazo.
La razón es que «la atmósfera es un sistema caótico, lo que limita nuestra capacidad de predecir su evolución. Por eso, incluso con muchísimos datos de inicio, ya desde el principio existen pequeñas carencias y/o errores en las observaciones que, con el paso del tiempo, se van haciendo cada vez más patentes», señala del Campo. Como consecuencia, un pronóstico es más fiable a dos días vista que a cinco.
Otro obstáculo importante es que los propios modelos matemáticos también tienen sus limitaciones. «Las simulaciones informáticas no son perfectas y también pueden dar lugar a errores en la predicción», agrega el especialista.
Cuanto más a futuro realicemos el pronóstico meteorológico, más errores se acumularán y menos se parecerán las condiciones previstas a las reales, de manera que, conforme avance el tiempo, también la predicción estará cada vez más alejada de la realidad. Por todo ello, «el periodo en el que las predicciones siguen siendo válidas ronda las dos semanas en condiciones ideales, pero habitualmente es menor, entre una semana o diez días», puntualiza el portavoz. De ahí que, a día de hoy, 17 de diciembre de 2020, no podamos saber a ciencia cierta si en Reyes, dentro de 20 días, amanecerá lluvioso o soleado.
Para que la predicción sea lo más veraz posible, la AEMET actualiza sus pronósticos del tiempo cuatro veces al día (a las 0 horas, a las 6, a las 12 y a las 18). Por su parte, los avisos por fenómenos adversos son actualizados dos veces al día, así como aquellos que se puedan activar por fenómenos observados. El resto de las predicciones (provincial, autonómica, nacional, riesgo de incendios, radiación ultravioleta, montaña...) se actualizan cada 24 horas.
Y, ¿es más fácil predecir el tiempo en un lugar que en otro? «No depende tanto del territorio como del tipo de tiempo que se espere. Cuando sobre la Península domina un anticiclón estacionario, podemos predecir el tiempo en la mayoría de las regiones durante varios días con bastante fiabilidad; pero cuando se acerca una borrasca o una dana la cosa se complica, pues pequeñas variaciones en la dirección del viento, o en la posición del centro de la depresión, pueden suponer grandes cambios en el tiempo en un lugar determinado», explica del Campo.
¡No te quedes en las nubes!🌬️☁️⛈️🌪️
SINOBAS (@AEMET_SINOBAS) December 10, 2020
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Aun así, «podemos decir que en las regiones con relieves suaves y sin grandes montañas, la predicción del tiempo es más 'sencilla', pues los modelos de predicción son capaces de simular esas superficies con mayor precisión. En cambio, para los lugares donde la orografía es complicada hay veces que la resolución de un modelo no es suficiente y este puede no interpretar bien cómo interacciona con la atmósfera una determinada montaña», añade. Todo esto trata de solucionarse con modelos de cada vez mayor resolución, que simulan mejor el relieve de un terreno y que son capaces de predecir fenómenos atmosféricos de pequeña escala que pueden ser muy violentos, como las tormentas.
A futuro también se trabaja en la obtención de datos meteorológicos a partir de dispositivos y redes de telefonía móvil, e incluso cada vez se tiene más en cuenta el 'crowdsourcing', es decir, la obtención de datos meteorológicos que, por su escala, pueden pasar desapercibidos para las redes de observación convencionales y que se recopilan gracias a la implicación de la ciudadanía. Para ello, la AEMET ha desarrollado la aplicación web SINOBAS, que tiene más de un millar de usuarios registrados y cuenta, además, con un perfil en Twitter (@aemet_sinobas).
Es importante destacar que 'tiempo' y 'clima' son conceptos muy distintos. El primero se refiere al estado de la atmósfera en un momento dado. Por ejemplo, hoy está lloviendo en San Sebastián. El segundo, al conjunto de condiciones atmosféricas que caracterizan una región. Por ejemplo, normalmente llueve en invierno en San Sebastián. Los modelos matemáticos que se utilizan para determinar ambas afirmaciones son completamente diferentes, así como los parámetros que los alimentan.
Para determinar el clima se tienen en cuenta factores como la radiación que llega a nuestro planeta procedente del sol, la concentración de gases de efecto invernadero, la cantidad de hielo presente en los océanos o el volumen de masa vegetal capaz de realizar la fotosíntesis, entre otros. Por eso, aunque no podamos saber qué tiempo va a hacer con exactitud en una ciudad dentro de dos meses, sí podemos estimar cómo va a evolucionar el clima en un país, continente o a escala global. Por eso sabemos a ciencia cierta que el calentamiento global o el cambio climático son una realidad.
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