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Antonio F. de la Gándara
Jueves, 1 de enero 1970
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Se ha decidido a denunciar públicamente por impotencia. Por lo mal que se sintió, dice, la primera vez que acudió a la Policía a denunciar malos tratos y fue tratada, recuerda, «como si la delincuente fuera yo». Por aquella vez que fue al juzgado llevando una grabación en la que su marido la insultaba y empujaba, y nadie se dignó a oírla. Por las tres denuncias –en 2009, 2015 y 2016– con las que intentó que le pararan los pies y nadie movió un dedo por ella hasta que fue acuchillada mortalmente en la puerta de su casa, cuando volvía de ver a una abogada.
«Los abogados de oficio, a mí, no me sirvieron para nada», sentencia. «Ni siquiera se leían la denuncia», afirma. Si alguien cree que exagera, ahí están sus cicatrices. Le callan la boca a cualquiera.
Ketty Sequeda, colombiana de 33 años, vecina del barrio capitalino de San Roque, madre de dos niños de 6 y 9 años, es la otra cara de las campañas a favor de que las víctimas denuncien. Esa solidaridad que pretenden transmitir es «mentira», o al menos lo fue con ella.
En la mañana del 17 de enero de 2017, a Ketty, que volvía de hacer trámites para su divorcio, la esperó su marido ––el guardia de seguridad Antonio O.Q., de 48 años, hoy en prisión preventiva a la espera de juicio–, en la escalera de la vivienda que habían compartido –de aquellas ya estaban separados; él vivía en el piso de abajo, ella en el de arriba–.
Cuando ella fue a abrir la puerta de su casa lo sintió respirándole en la nuca. Se volvió y lo vio con guantes de cuero negro. Un cuchillo en cada mano.
No sabe cuantas puñaladas le asestó. Sólo puede apuntar que en el informe del médico forense las lesiones ocupan cuatro folios. En la barriga, en la cabeza, «serrando» el cuello, en los brazos, en el pecho. Con el cuchillo clavado en el pecho estuvo agonizando cerca de media hora. Mientras, él se duchaba. Incluso quiso rematarla asfixiándola con una bolsa de plástico.
Recuerda que le dijo, «déjame morir desangrada» y él reaccionó hundiéndole el cuchillo en el pecho hasta el mango.
Se hizo la muerta, y gracias a eso, él se fue de casa.
Antes de salir, al pasarle por encima, rememora Ketty, Antonio le dio una patada, «ya se acabaron los problemas», dijo.
Tras oír su coche, se arrastró a una ventana y pidió auxilio. La oyeron unos vecinos en el parque.
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