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Jovencísimos guerrilleros de Sierra Leona, durante la guerra que se vivió en el país hasta 2001. AFP
El pasado atroz de Gibril Massaquoi

El pasado atroz de Gibril Massaquoi

Reclutador de niños soldado | Ochenta testigos han revelado las graves violaciones de derechos humanos cometidas por un exguerrillero de Sierra Leona refugiado en Finlandia

Domingo, 28 de marzo 2021, 00:05

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La suerte ha vuelto la espalda a Gibril Ealoghima Massaquoi. Se ha evaporado aquella buena fortuna que le permitió abandonar Sierra Leona, un país en ruinas, y su pasado terrible. Su peripecia resulta insólita e internacional. La historia de su penuria comienza en la plácida Tampere, en el corazón de Finlandia, donde vivía este refugiado sierraleonés de 51 años con su familia hasta que fue detenido por la Policía. La fatalidad provino nada menos que de la lejana Suiza, la sede de Civitas Maxima, ONG empeñada en conducir hasta el banquillo a los perpetradores de barbaries. Sus informes atribuyen al exiliado cargos por homicidio, violencia sexual y reclutamiento de niños soldado. Hasta 80 testigos están dispuestos a dar su testimonio contra este antiguo líder guerrillero, sobre el que recaen cargos por la comisión de crímenes de guerra y contra la humanidad.

Su historia es compleja. El juicio se inició el pasado febrero en la república nórdica y prosigue en Liberia y Sierra Leona. Porque, curiosamente, el reo no puede ser juzgado en su tierra natal, allí donde se le atribuyen la comisión de la mayoría de los delitos. Massaquoi supo jugar sus cartas cuando el Frente Revolucionario Unido (RUF), la milicia a la que pertenecía, se rindió y acabó la guerra civil. La creación de un tribunal especial, impulsado por el gobierno local y Naciones Unidas, pretendió dirimir las responsabilidades de la brutal contienda, extendida entre 1991 y 2002. Entonces, quien fuera lugarteniente y portavoz de Foday Sankoh, comandante en jefe, decidió sacar partido de sus conocimientos y capacidad de comunicación para eludir la cárcel.

La locuacidad del exguerrillero le proporcionó inmunidad. Su testimonio, recabado en 2005, permitió juzgar a camaradas como Issa Sesay, a quien se declaró culpable de 16 delitos; o Charles Taylor, presidente liberiano e instigador de todo el espanto a uno y otro lado de la frontera común entre su país y Sierra Leona. El programa de protección de testigos le proporcionó un destino lejano y seguro. Tres años después, se afanaba por dominar la armonía vocálica del finés junto a los suyos.

El olvido general favorecía que pasara inadvertido. Los medios de comunicación tan sólo han vuelto a reparar en la existencia de Liberia y Sierra Leona, antigua colonia inglesa en el Golfo de Guinea, cuando la crisis del ébola las golpeó hace siete años. Pero alguien no lo olvidaba. Como los cazadores de criminales de nazis, Civitas Maxima seguía reuniendo pruebas contra los responsables de ambas contiendas que habían huido tras el fin de las hostilidades. ¿Qué conectaba ambas guerras civiles? «Es una cuestión de diamantes», sentencia Chema Caballero, antiguo misionero, escritor y responsable de la ONG Dyes. «No hay problemas políticos o tribales, tan sólo rapacidad».

Por los diamantes

La revuelta comenzó en 1989 en Liberia. Al principio, un sector del Ejército pretendió desplazar a la élite dirigente de origen estadounidense, descendientes de libertos que detentaban el poder desde finales del siglo XIX. El conflicto encumbró a Charles Taylor, un caudillo con amplias miras. «Fomentó una guerrilla en la vecina Sierra Leona para expoliar sus recursos diamantíferos, enriquecerse y proveerse de armas», explica. Massaquoi se integró en el Frente Revolucionario Unido (RUF), esa milicia aliada del presidente liberiano y también implicada en la explotación ilegal de los brillantes que, envalentonada, creció militarmente y acosó al gobierno de su propio país.

Gibril Massaquoi, durante una reciente comparecencia judicial en Finlandia, el país en el que residía y donde fue arrestado hace un año.
Gibril Massaquoi, durante una reciente comparecencia judicial en Finlandia, el país en el que residía y donde fue arrestado hace un año. afp

El misionero riojano José María Chavarri asistió a esa expansión de la guerrilla desde su condición de responsable del equipo de la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios en el hospital en Lunsar, a 80 kilómetros de la capital Freetown. Entre 1992 y 1995 contempló el avance rebelde. «El territorio se convirtió en el reino del terror», recuerda, y relata que aquellos jóvenes de aspecto alucinado y característica cinta roja alrededor de la cabeza emboscaban en las carreteras y asaltaban villorrios. «Los enfermos saltaban de las camas y buscaban refugio en la espesura, mientras que la gente se cobijaba en nuestro dispensario o huía al bosque y los niños más pequeños se perdían».

El sacerdote habla de la llegada continua de individuos con piernas o brazos cercenados, habitual forma de castigo impuesta por las bandas que abundaban en los alrededores. «En cierta ocasión, los nativos nos pidieron que acudiéramos a un poblado atacado donde permanecían cadáveres de vecinos sin sepultar», explica. «Acudimos y encontramos cuerpos con el cráneo abierto y vacío por la acción de los buitres. Cuando intentábamos levantarlos, los órganos se desperdigaban porque habían sido desmembrados». En otra ocasión, llegó un pick-up de gente armada hasta el hospital y sus ocupantes arrojaron once cuerpos. «Eran sus caídos y los entregaban para que nosotros los sepultáramos». Afirma que el pánico disparó las enfermedades mentales. «Dos hermanos fueron repatriados porque no lo pudieron soportar. Las ONG se fueron y la población huyó a la capital».

Freetown cayó, por primera vez, en 1997. El músico sierraleonés Seydou Zachariah Jalloh residía en España cuando la ciudad fue ocupada por los guerrilleros. La película 'Diamantes de sangre' reproduce esa entrada como una matanza de civiles atrapados entre los invasores y las tropas gubernamentales. «Fue peor aún», asegura. «Los milicianos eran muy jóvenes, niños convertidos en máquinas de matar provistas de armas automáticas y empujados por Taylor y Massaquoi. Estaban drogados, llegaron por el norte, una zona muy poblada, y lo primero que hicieron fue asaltar una fábrica de cervezas. Saqueaban y asesinaban indiscriminadamente. Su avance acabó sembrado de ruinas y muertos. Destruyeron tres cuartas partes de la ciudad».

Imposición extranjera

El final del conflicto, cinco años después, fue una imposición extranjera. La Operación Palliser, iniciativa británica, impidió una nueva ocupación de la capital, derrotó al RUF y restableció el orden en 2002. «Tony Blair acabó con la guerra y se quedó con los brillantes», asegura Seydou, colaborador de Alejandro Sanz y Kiko Veneno, entre otros, y que ha impulsado la Diamond Child School of Arts and Culture, proyecto educativo en su país de origen. Un tribunal fue establecido en Sierra Leona, pero no en Liberia, donde los señores de la guerra todavía forman parte de su clase política. Entonces Massaquoi demostró que su memoria no flaqueaba y relató todo tipo de tropelías ajenas.

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La impunidad parecía asegurada hasta que los investigadores descubrieron que participó en una misión diplomática a Monrovia, la capital liberiana. Las pesquisas demostraron que, en realidad, una partida de guerrilleros sierraleoneses penetró en el país vecino para combatir al LURD, un grupo contrario a Taylor. Civitas Maxima, en colaboración con Global Justice Research Project, ha probado que esos combatientes del RUF tomaron la aldea de Kamatahun Hassala. Los supervivientes aseguran que los extranjeros reunieron a buena parte de sus habitantes en dos casas que luego incendiaron, que varias mujeres del lugar fueron forzadas y asesinadas, y que otras víctimas fueron ejecutadas, despedazadas y devoradas por sus verdugos. También dicen que Massaquoi participó en las matanzas y las prácticas caníbales.

Detenido hace un año

El estatus del exiliado no le libra de dar cuenta de crímenes cometidos fuera de Sierra Leona. El informe de 4.000 páginas que llegó a Helsinki provocó su detención, hace ya un año. El juicio dio comienzo el pasado 1 de febrero. No todo está perdido. Taylor, su anfitrión en Liberia, cumple una condena de medio siglo de prisión en una celda de Reino Unido, mientras que la duración de la cadena perpetua en Finlandia es de tan sólo de 14 años.

Las consecuencias de este proceso van más allá del caso personal. «Vamos a ver si sienta jurisprudencia», explica Caballero. Los antiguos señores de la guerra de Sierra Leona han fallecido o se hallan recluidos en cárceles de Ruanda o Tanzania, mientras que en Liberia ocupan escaños parlamentarios. «Puede ser útil en aquellos lugares donde no hay ley de memoria histórica, ni reparaciones ni amago de justicia».

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