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Animales que sanan

Animales que sanan

«El lenguaje emocional de los perros o los caballos de terapias asistidas a veces es más efectivo que cualquier cosa que podamos decir o hacer los profesionales».

Elena Martín López / Madrid

Miércoles, 5 de agosto 2020, 18:47

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Aunque parece un método bastante moderno, las Terapias Asistidas con Animales (TAA) existen desde hace siglos. Ya en la antigua Grecia (1.200 a.C.), perros y caballos se utilizaron en los templos de curación y, más recientemente, científicos como Sigmund Freud o Boris Levinson, documentaron que la presencia de un animal en las sesiones de terapia ayudaba a que el paciente estuviera más animado, relajado y confiado.

En la actualidad, el abanico de especies que se emplea con este fin es mucho más amplio, desde insectos palo a ratas, conejos, gatos, aves rapaces, burros o delfines, entre otros. Aun así, la canoterapia y la equinoterapia siguen siendo las más practicadas.

En esencia, las TAA consisten en introducir un animal dentro de un plan de tratamiento, de uno o varios individuos, para que actúe como facilitador o motivador y ayude a alcanzar los objetivos terapéuticos marcados por un profesional. Es un recurso que, hoy en día, se emplea en multitud de disciplinas (medicina, psicología, fisioterapia, terapia ocupacional, educación social). También son variadas las patologías o problemas que se tratan con ellas, desde demencias y discapacidades físicas o psíquicas, hasta conflictos socialescomo el acoso escolar, la exclusión o el maltrato.

«Una de sus grandes ventajas es que son aptas para cualquier edad, desde bebés hasta ancianos, aunque no funcionan con todo el mundo por igual», señala Javier Vallejo, coordinador académico del máster de Terapia Asistida con Animales del Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP) y educador social en Animal Nature. Además, hay unos pocos casos en los que están desaconsejadas: personas a las que no les gustan los animales, aquellas con alergias que puedan verse afectadas al entrar en contacto con ellos, quienes les tienen fobias (excepto si se va a tratar dicho problema) y cualquiera que pueda presentar un riesgo para el bienestar de la mascota.

Tampoco todos los animales son aptos para realizar terapias. En el caso de los perros, que es el más común, los requisitos básicos son: que busque el contacto humano de manera natural y más allá de su entorno familiar, que les guste trabajar por comida o por juego, que garantice que es fiable y que se puede adaptar a situaciones incómodas y personas extrañas sin tener una mala respuesta, que le guste relacionarse con otros perros y que esté sano. «Un buen perro de terapia es difícil de encontrar, aunque la gente piense lo contrario, porque los requisitos que deben cumplir son muchos. No vale solo con que sea cariñoso o sepa cumplir órdenes», expresa Maribel Vila, técnico de terapia de la Fundación Affinity.

La raza es otro cantar. Aunque los Labradores y los Golden Retriever han sido los más utilizados tradicionalmente, a día de hoy hay mucha más variedad, incluyendo chuchos. «Al buscar un perro de terapia nos importa más la personalidad que la raza», recalcan ambos especialistas. De hecho, aseguran que utilizar perros de protectoras ayuda mucho con determinados colectivos, como personas en riesgo de exclusión social, las que han sufrido abusos o los niños tutelados. «Muchos perros de refugios han sido maltratados o abandonados, por eso es fácil que individuos que han pasado por algo similar se sientan identificados con ellos», detalla Vila. Esto es muy beneficioso, porque cuanto mayor es el vínculo entre el humano y el animal, mejores resultados se consiguen. En la Fundación Affinity, por ejemplo, más del 70% de los perros con los que trabajan son de protectoras.

Sobre este lazo de unión especial con los perros habla Héctor, uno de los chicos con los que Vallejo ha realizado terapias durante ocho años. Él vivía en un centro de menores y determinadas situaciones le llevaron a perder el rumbo. «Estaba triste y bloqueado, sin saber hacia dónde dirigir su vida», explica el educador social. Tras ocho años asistiendo a sesiones de trabajo con perros, logró superar el bache y, actualmente, a sus 21 años, está dado de alta, trabaja y tiene una casa propia. De su experiencia destaca a tres canes con los que se sintió especialmente unido: «Nuit se alegraba mucho cuando me veía, Crom tenía una personalidad que me hacia pensar; y me gustaba mucho cómo Budha se tomaba la vida», expresa el joven.

Sesiones de una hora

El planteamiento de los programas de TAA depende del área que se quiera trabajar. Hay cuatro: física, psíquica, emocional y social. Siguiendo con el ejemplo de la canoterapia, en las sesiones de terapia física, cuyo objetivo es que el individuo se mueva, se realizan ejercicios como tirarle la pelota al perro, enseñarle trucos de adiestramiento o acompañarle en la realización de un circuito. En las psíquicas, donde se trabaja la memoria a medio y largo plazo, las actividades se centran en recordar aspectos del perro (tamaño, color, nombre) o de cosas relacionadas con él (dónde le han escondido un premio). En las emocionales, aquellas en las que se necesita que el usuario deje aflorar sus emociones, conversar mientrar se acaricia al perro o hablar de los problemas del animal en tercera persona y relacionarlos con los problemas personales es muy práctico. Esto mismo también sirve para las terapias en las que se tratan aspectos sociales, como el acoso escolar o el riesgo de exclusión.

La equinoterapia se aborda de forma similar, pero con actividades adaptadas a las posibilidades del caballo. Una de las grandes ventajas de este mamífero es que se puede montar, lo que permite estimular y fortalecer los músculos y mejorar el equilibrio, la coordinación neuromotora, la orientación y el control de la postura de forma diferente al popular método de intentar caminar entre dos barras de metal.

Los programas de TAA tienen una durabilidad mínima de 10-12 sesiones, «número a partir del cual se empiezan a ver resultados», indica la técnico de la Fundación Affinity; y cada una de ellas suele extenderse entre 45 minutos y una hora, tiempo suficiente para realizar varias actividades, pero no excesivo para que ni los humanos ni los perros se agoten.

Sus beneficios han sido probados científicamente, e incluso comparados en eficacia con otras terapias más convencionales. El principal problema es que las TAA no están reguladas. «Ni en España, ni en casi ningún país del mundo excepto Italia. La organización estadounidense sin ánimo de lucro IAHAIO, que aúna más de cien entidades internacionales, tiene un decálogo de buena praxis al que te puedes suscribir, pero poco más», apunta Vila. «Aquí se ha intentado promover una norma en muchas ocasiones, pero parece ser la última prioridad de la agenda política», agrega Vallejo.

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