«Llegamos tarde al rediseño térmico de las ciudades»
Refugios climáticos | La urbanista Noemí Tejera señala que, aunque se conocen las fórmulas para aclimatar las ciudades, de momento, apenas se están aplicando
Entre los años 2000 y 2023, según datos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en Canarias se registraron 40 olas de calor, más del doble de las contabilizadas en los 25 años previos. Los expertos aseguran que esta tendencia al alza de las temperaturas continuará en los próximos años. Por ello, no resulta extraño que cada vez sea más evidente la hostilidad térmica que presentan muchas calles y plazas en los entramados urbanos del archipiélago.
La creación de una red de refugios climáticos se perfila como una necesidad urgente. De hecho, la Consejería de Transición Ecológica y Energía del Gobierno de Canarias trabaja en la elaboración de una guía digital que indique a la población los lugares más cercanos donde poder refrescarse en caso de necesidad: desde bibliotecas hasta centros comerciales o museos. Un mapa que estaba previsto activarse este verano, pero que, por ahora, sigue sin funcionar.
Ante este panorama, las ciudades canarias deberían reorganizarse para mitigar los episodios de calor extremo a través del rediseño de los espacios públicos. ¿Cómo lograrlo? «Habría que plantear una estrategia multiescala basada en el aumento de la biodiversidad y la mejora de la calidad ambiental, sin olvidar que estos refugios bioclimáticos deben ser lugares pensados para todas las personas que conforman el espacio de Canarias», explica la arquitecta y urbanista Noemí Tejera, especialmente comprometida con transformar estos espacios hostiles poniendo en el centro los cuidados y la proximidad.
«La creación de refugios climáticos es una oportunidad para repensar los espacios públicos y tejer redes de apoyo ciudadano: lugares seguros, de cuidado, con condiciones climáticas confortables, pero donde también se pueda compartir y convivir», detalla la profesora asociada del Departamento de Arte, Ciudad y Territorio de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Lo dice mientras, por deformación profesional, inspecciona el lugar elegido para la entrevista: el parque de Los Parquistas, un espacio ajardinado con algo de césped, ficus y palmeras, sin apenas pavimentación, que actúa como una pequeña isla húmeda y sombreada en plena capital grancanaria.
Observa los bordillos, que dificultan la accesibilidad. Lamenta la ausencia de bancos bajo los árboles, de una fuente, de un baño público... «Al final, en este espacio no estás cómodo», resume Tejera, quien aboga por revisar cómo son las plazas y parques del archipiélago para constituir esa urgente red de refugios climáticos. «Este concepto, bien aterrizado, permite repensar nuestros espacios públicos y analizarlos con una nueva mirada», señala. Un trabajo que ya se ha realizado en ciudades como Madrid, Bilbao o Valencia, donde se sabe dónde están y cómo funcionan estos refugios climáticos, añade la también docente del departamento de Arte, Ciudad y Territorio de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
En su opinión, uno de los grandes errores del urbanismo en Canarias ha sido ceder el espacio público al hormigón. «Está claro que las estrategias actuales deben enfocarse en recuperar el suelo y hacerlo permeable, no solo para recuperar biodiversidad, sino también para mitigar el efecto isla de calor», apunta Tejera, presidenta de la Asociación de Mujeres Arquitectas de Canarias Marca Púrpura.
Plazas duras y calientes
Estos espacios hostiles, pavimentados con hormigón o granito, se consolidaron como modelo urbano en los años 90 bajo el concepto de «plaza dura». «Hay que recuperar esos espacios ideados con una materialidad donde lo natural era ajeno a lo urbano. Hoy es evidente que hay que renaturalizar la ciudad y sus espacios públicos», sostiene Tejera, que advierte que no basta con plantar árboles para contrarrestar el efecto térmico de esas superficies que absorben y retienen el calor del sol.
«Nunca hay una receta única. Pero empezar por plantar árboles no estaría mal. Claro que los elementos vegetales deben responder a criterios de biodiversidad y adaptarse al tipo de suelo. Los enfoques deben ser ecosistémicos, van más allá del arbolado, y el sustrato es clave», aclara la socia fundadora del estudio de Arquitectura Anca.
El modelo danés
«El gran referente internacional en cuanto a confort urbano y su integración con la naturaleza en el espacio público es Copenhague», destaca la urbanista.
En Canarias, hubo un intento de incorporar espacios más amigables con los colectivos vulnerables mediante normas urbanísticas orientadas a los cuidados en la reciente modificación de la Ley del Suelo, pero no prosperó. «Desde la academia y la investigación se están desarrollando estrategias. Sé de proyectos que están trabajando muy en serio en esta línea, y probablemente estén ya sobre la mesa de quienes tienen competencias en política territorial», comenta Tejera.
En cualquier caso, lo que sí tiene claro la arquitecta es la incapacidad de las autoridades para reaccionar ante problemas señalados hace décadas por la academia, por profesionales del urbanismo y, sobre todo, por la ciudadanía. «Llegamos tarde. No hay excusa. Esto se viene señalando desde los años 70 con los planteamientos del urbanismo ecofeminista», indica Tejera, en referencia a una corriente que gira en torno a la idea de que habitamos espacios limitados, «como nuestros cuerpos». En lugar de castigarlos, deberíamos revalorizar las relaciones de cuidado, tanto entre personas como con el entorno, es decir, «recuperar la identidad de nuestros lugares», apunta.
«Confío en que se estén diseñando estrategias para aclimatar las ciudades. Pero es cierto que vamos tarde, y ahora nos toca coger carrerilla», sostiene Tejera, aludiendo a una preocupación que se refleja en la fiebre por colocar toldos, como se ha hecho recientemente en la madrileña Puerta del Sol, o desde hace años en la calle Larios de Málaga o en las calles de los pueblos de la Alpujarra granadina, cubiertas de coloridos tejidos de ganchillo. «Son tiritas, muy grandes, pero tiritas. Evidencian la importancia de la sombra, pero nada mejor que la de un árbol, que además ayuda a cambiar las condiciones climáticas», concluye la experta.