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La reciente travesía por las aguas situadas al norte del archipiélago de un planeador submarino, denominado glider y equipado para acopiar datos acústicos, ha constatado la abundante presencia de cachalotes, además de detectar otras especies de cetáceos.
«En la campaña, de 20 días de duración, casi la mitad de los días detectamos cachalotes y también una alta concentración de delfínidos y varias especies de zifios», señaló ayer Jorge Cabrera, director del proyecto MacPAM, incluido en CanBio.
Cabrera afirma que el hallazgo de numerosos ejemplares de cachalotes no contradice la hipótesis de que las poblaciones de la especie estén mermando, pero sí «completa una foto» de su distribución en las islas.
Esta afluencia de cetáceos se produce pese al ruido de los barcos, incluso en zonas de mucho tráfico como el norte de Lanzarote o los canales entre islas. «Se puede deber a que la cantidad de alimentos disponibles compensa los niveles de ruido que no deberían de producirse», señala Cabrera sobre unos animales afectados, con toda seguridad, ya que «dependen del sonido para relacionarse, encontrar alimento o reproducirse».
Las expediciones del glider han registrado por primera vez señales de cortejo de balenoptéridos, ballenas grandes de barbas, conocidas como rorcuales.
Estos sonidos emitidos por los machos fueron captados en enero, la época reproductiva de estos animales, y corresponden a dos especies; el rorcual común y el rorcual boreal o norteño, explica Cabrera sobre unas especies de las que se sabía que pasaban por Canarias pero se desconocía que usaban sus aguas para aparearse en sus largas travesías, en las que viajan desde el hemisferio norte al sur o entrando y saliendo del Mediterráneo. «Las rutas que hacen estos animales todavía es un aspecto muy poco conocido», aclara.
En todo caso, pese al estruendo reinante en las aguas canarias, ahí están los cetáceos para sorpresa del científico. «El ruido que notamos, a veces, es increíble. A 950 metros de profundidad, que es la que alcanza el planeador, el ruido que registramos nos hace pensar que tenemos el barco casi encima de la cabeza».
A este impacto se suma la velocidad de los buques que, si superan los 10 nudos, pueden provocar la muerte de los ejemplares por las colisiones.
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