Una jornada cualquiera en la Cruz de Tejeda
La Cruz de Tejeda, en la periferia de la zona cero del incendio que desde el miércoles abrasó la cumbre de Gran Canaria, recupera su pulso y vuelve a ser lugar de parada y fonda. Este domingo tenía poco de diferente en las alturas de la isla, con el pequeño cinturón comercial recibiendo el tránsito y el refresco de los paseantes.
David Ojeda y / Tejeda
Lunes, 25 de septiembre 2017, 09:16
El Parador, damnificado por las llamas, era testigo con sus puertas cerradas a cal y canto de la vida en el cruce. En el puesto número 12 se ofrecía a los transeúntes esos quesos de vino o tuno que han sido recientemente galardonados por su sabor. Como si días atrás no hubiera pasado nada. O sí. Y eso hiciera efecto llamada para los curiosos.
Sin embargo, la febril actividad en la Cruz rompía con el paisaje que este fin de semana ofrecía la cumbre. Entre pagos ennegrecidos por el paso del fuego, apenas aparecían los domingueros. «Es normal, si encima en los informativos de la televisión han dicho que se recomienda a la gente que no suba», exponían desde el camión/comercio que se cobija bajo las grandes bolas del EVA 21 en el Pico de las Nieves.
El día invitaba a echarse al monte, bañado por esa atlanticidad de temperaturas medias y luz clara en el cielo. Incluso el aroma a cenizas y brasa que llevaba días instalado en la cumbre se ha ido disipando junto a la niebla que en las últimas jornadas había aplacado el primer impacto que produce el tizne de las montañas.
Pero parece que esta vez imperó el pudor. Y las zonas recreativas de las alturas de la isla permanecían desnudas de usuarios. Más bien recibían la desnortada visita de extranjeros asombrados al volante de vehículos con sus pegatinas de empresas de alquiler como distintivo identificador en el maletero.
Esa imagen casi desértica, cartografía de los caprichos del fuego y su recorrido por las laderas, daba la impresión de un estado de ánimo opaco ante la enésima muestra de fuerza de la naturaleza. Pero esa sensación se desacreditaba al acercarse a la Cruz de Tejeda desde la distancia, al poco de rebasar la Degollada de Becerra –donde operarios cableaban de nuevo la zona– y se asomaba al horizonte el aparcamiento público, plagado de coches y motocicletas.
La Cruz era un hervidero. Con sus dos burras de nuevo presidiendo la entrada y con su pequeña oferta comercial expuesta al público como cualquier otro domingo. «Esperamos mucha más gente que en otras ocasiones», vuelven a explicar en el puesto 12, «la gente es muy novelera».
Y es que en ese punto simbólico de Gran Canaria volvieron a desembarcar hordas de moteros, con su chaquetas protectoras, y sus gargantas dispuestas a acabar con la existencia de botellines en las terrazas de Yolanda. Donde el personal trabajaba sin tregua entre los barrotes que afianzaban el dañado techo de El Refugio.
Y es que allí se espera que todo pronto quede atrás. Quizá el Parador, inoperativo durante años, sea el que más tarde en levantarse, Pero una vez convertido el fuego en cenizas, la cumbre de Gran Canaria espera ir recuperando todas sus constantes vitales. Intentar borrar las huellas del incendio, y volver a contar con todo el esplendor del que es considerado uno de los pueblos más bonitos de España.
Para ello ayudaba la estampa de ayer, normalidad absoluta y un trasiego vital de personas. La imagen que pronto espera recuperar el resto de la cumbre de Gran Canaria.