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Ingrid Ortiz / Vega de San Mateo
Jueves, 1 de enero 1970
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Hay lugares que se deben visitar a una hora determinada del día y San Mateo es un pueblo mañanero. El primer café y el desayuno pueden ir de la mano de la dulcería «de toda la vida», situada en la Calle Principal, la que conecta con la emblemática iglesia. Justo al lado, la Alameda de Santa Ana y el Ayuntamiento, un conjunto neocanario que es ya símbolo de La vega. Hasta el casco histórico llega el olor a gofio recién hecho del Molino de fuego, el último de los quince que llegaron a estar en funcionamiento y que durante años fue lugar de tertulias y noticiero del pueblo. Con una talega bajo el brazo ya se puede ir a la siguiente parada obligatoria que es el mercado, donde se encuentran algunos de los mejores productos de la isla, incluyendo pan de montaña, quesos y aceitunas ‘picositas’ que no dejan indiferente a ningún visitante. Una vez surtidos, es hora de volver al coche y continuar en dirección a la Cumbre para admirar el paisaje más rural de la localidad: los pastores con sus ovejas, casas terreras cada vez más distanciadas, la vegetación salvaje y, como no, las vistas del mirador Degollada Becerra.
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