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Moya recibe al alba a la «madre María»

Moya recibe al alba a la «madre María»

Centenares de moyenses acudieron a recibir la llegada de la Virgen del Pino a la villa norteña. Una alfombra de 400 metros elaborada por la vecindad adornó el camino de la imagen hasta la iglesia de la Candelaria donde permaneció todo el día

Jueves, 1 de enero 1970

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Para llegar al municipio de Moya hay que ascender casi 600 metros. Por la escarpada y sinuosa carretera que conduce a la villa desde San Felipe comenzó a las 6.20 horas el ascenso del séquito que acompaña a la imagen de la Virgen del Pino en su periplo por las zonas afectadas por los incendios de este verano. Las luces azules de los coches de la Guardia Civil y las amarillas de una ambulancia rivalizan en su lucha contra la noche. Mientras, la grúa que conduce Ibán García se abre paso transportando la urna en la que se exhibe la talla y el trono. «Hay que ir muy despacio, entre 20 y 30 kilómetros por hora» para evitar incidentes, explica. Es la velocidad justa a la que se mueven las cosas solemnes.

Aún no ha salido el sol cuando Moya comienza a limpiar las calles. Buena parte de la vecindad rodea la alfombra que recibirá a «María» en la arteria principal de la villa, conformada por la confluencia de las calles Magistral Marrero, en honor a al autor de Historia de Moya (1913), y Miguel Hernández, el poeta de las tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.

Se reparten velas, pero algunos vecinos y vecinas llevan sus propios faroles. Cuando pasan tres minutos de las siete de la mañana «aparece» por fin la grúa. «Viene a visitarme la madre de mi señor», se puede leer en la caja de madera que la protege. Salvo los técnicos y los representantes de la iglesia, nadie puede ver el «misterio» de la bajada. Tampoco se puede ver la tramoya de una obra de teatro, porque se perdería la magia. Una vez en tierra firme, un grito rompe el silencio: «Viva la Virgen del Pino». Aplausos rotos por los primeros compases de la banda militar.

Es la hora del recorrido diseñado según el poder, que diría Michel Foucault: el pueblo a los lados, venerando y admirando. La iglesia, las fuerzas de seguridad y las autoridades políticas por el centro de la calle, luciendo palmito detrás del trono. Desde el mundo de la Grecia clásica las procesiones no se han movido ni un milímetro: expresan quiénes mandan y quiénes obedecen.

Indiferente a la hoguera de la vanidad política, la virgen transita en un sube y baja que dura los 500 metros que separan la entrada de Moya de la iglesia de la Candelaria, patrona del municipio.

Desde el balcón del Ayuntamiento cuatro voces cantan la llegada de «la madre» mientras desde las casas a ambos lados de la calle caen pétalos de flores al paso de la imagen. Decenas de móviles inmortalizan el momento en el que, por primera vez, la advocación del Pino se convertirá en «alcaldesa» de Moya.

Mientas se inician los preparativos en el templo, comienza el «acto de recepción» en el que las autoridades eclesiásticas y civiles, todos ellos varones, ensalzan las bondades de los valores de la maternidad ideal de la iconografía secular cristiana: entrega, silencio, dulzura y dignidad. Borrón al feminismo y al sujeto político.

Voladores y campanadas

El acto acaba a las ocho de la mañana con el estruendo de voladores y campanadas para anunciar que ya se puede entrar en la iglesia bordeando la plaza de la Candelaria. A partir de esa hora, y hasta la noche, se seguirán actos religiosos para cuyo seguimiento se reparten folletos con la oración a la Virgen del Pino y su himno, Reina sonriente. Se pide silencio en el templo. Un silencio ahora casi imposible, con tanto bullicio de gente entrando, saliendo y saludando a sus vecinos y vecinas. La chiquillería tiene escuela, y los mayores, afán. Casi todos (alguien ateo indiferente habrá en Moya) han retrasado sus obligaciones para vivir el momento. «Es un acontecimiento», asegura Tomasa Rivero. Mañana se repite en San Mateo.

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