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«Siento que estoy en el mundo»

El sahariano Saleh Marzouki regresó al mundo hace unos meses cuando por fin, después de un año viviendo entre las calles de la ciudad, el centro de acogida a personas sin hogar de El Lasso y el piso tutelado del Ayuntamiento, consiguió trabajo. Valora su experiencia sin hogar como lección de vida.

Ibón S. Rosales

Lunes, 29 de mayo 2017, 12:22

«Yo nunca pedí dinero ni pasé hambre. Nadie pasa hambre en las calles porque puedes ir a Gánigo o al colegio de las monjas», relata Marzouki, un saharaui de 40 años que se vio, sin trabajo ni ayuda, viviendo en las calles de Las Palmas de Gran Canaria. La crisis económica le dejó sin empleo y con «tres bocas que alimentar, mi mujer, mi hijo de ocho años y mi cría de dos», expone, en El Aaiun.

Marzouki trabajó en Fuerteventura, a donde llegó en 2006, durante dos años. «Cuando ya empieza la crisis todo se da la vuelta, en Canarias cerraron montón de empresas y me tuve que buscar la vida. Me fui a probar suerte a la Península y a veces trabajaba un mes o dos, no me llegaba ni para comer y tenía a mi familia muy lejos», cuenta.

Las Islas le quedaban mucho más cerca del Sáhara y decidió regresar esta vez a Gran Canaria. En marzo de 2016 llegó «perdido», dice, y la falta de trabajo le obligó a pernoctar al raso «en la zona Puerto, por Mesa y López o en Las Alcaravaneras, yo me escondía, no quería que nadie me viera», recalca. Su preocupación era que su madre, mujer y sus hijos en el Sáhara se enteraran de su situación: «Mejor que sufriera yo solo». Primero estuvo conviviendo con okupas en un local en Guanarteme, «y te digo la verdad, prefería la calle porque yo no soy de esa gente que toma drogas o se mete en problemas», sostiene en referencia a la comunidad de okupas.

Lo peor de ser una persona sin hogar es el miedo, dice Marzouki. «Siempre tenía miedo de que me pasara algo porque estás en la calle, no sabes lo que puede pasar. Mira lo que le ocurrió al señor que le iban a prender fuego», menciona. «En Canarias hace buen tiempo pero sí que pasé frío montón de veces porque me tapaba con una sábana», admite.

«La verdad que los amigos me ayudaron mucho, sabían mi situación, que tengo familia y que era una persona responsable así que me llamaban para trabajar», comenta. Marzouki acudía habitualmente a la mezquita y tenía contactos que confiaban en él como empleado, aunque solo fueran cuatro o cinco días. «Nunca pedí dinero, solo trabajo», asegura.

«Gracias a un amigo que me dio la idea de acudir al centro gánigo, al principio tenía miedo porque dicen que en los centros hay yonkis y gente mala», menciona sobre el centro de atención a personas sin hogar situado en Miguel Rosas. En su cita con el trabajador social, el saharaui le contó su historia y este le consiguió ese mismo día una habitación en una pensión. «No te miento, esa oportunidad no la hubiera encontrado en la Península», menciona agradecido con el recurso de Cohesión Social del Ayuntamiento capitalino. Tras 20 días en la pensión le trasladaron al centro de acogida en El Lasso y de ahí a un piso tutelado en Siete Palmas.

«La trabajadora social siempre estaba detrás de mí para, saber a dónde iba el dinero que gastaba. Era para mi familia. En octubre de 2016 me llamaron desde el Ayuntamiento para trabajar como pintor. Ahí empecé a mejorar mi vida y la de mi familia», relata. Marzouki se prepara el examen para conseguir la nacionalidad española y sueña, en unos años cuando consiga algunos ahorros, traerse a su mujer y a sus hijos a la isla. Ahora, con su trabajo y su casa compartida en Arguineguín mira atrás valorando lo vivido: «No estoy enfadado con el pasado, al revés, lo que he sufrido me ha servido para ganar experiencia, conocer el valor de la vida».

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