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La música no se detiene en el Timbeque

La música no se detiene en el Timbeque

El histórico bar de Canalejas cumple un cuarto de siglo de servicio a las almas nocturnas de la capital. El sonido del rock sureño define al local de Carmelo Angulo, capitán de un navío que alimenta a las hordas de la sombras hasta bien entrada la madrugada.

Jueves, 1 de enero 1970

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El ruido de unos hielos al caer en un vaso acompaña a los primeros acordes del Song in the Breeze de los Outlaws, escupidos por el equipo de sonido. Mientras, las bisagras de la puerta que precede a la escalera en bajada no paran de trabajar por el trasiego de los clientes, que al descender a la altura de la barra, sueltan el ya clásico «buenas noches, Carmelo». Eso es el Timbeque, el histórico bar de Canalejas que cumple este mes de septiembre 25 años de servicio ininterrumpido a los espíritus noctámbulos de Las Palmas de Gran Canaria.

Carmelo Angulo es el Timbeque. No solo porque lo recoja así una licencia administrativa. Lo es porque el local es una prolongación de su personalidad. Y así ha sido desde que abrió la persiana en 1993. El Timbeque es probablemente el último reducto del rock en la ciudad. Mientras Carmelo sirve copas y prepara hamburguesas, bifes o unos calamares, siempre hasta bien entrada la madrugada, por las pantallas de bar se ve y se escuchan los ritmos más famosos del género, del blues o el del jazz como banda sonora ineludible cada noche.

Angulo es el propietario. Pero también el que cada jornada, de martes a sábado, enciende las luces a las 19.30 –los sábados a las 21.00 horas–, se pone tras la barra, a los mandos de la plancha y, fundamentalmente, al frente de la selección musical. Acompañado por su esposa Esther Acosta y con el refuerzo los fines de semana de Melissa Espino.

Un bar que responde a una necesidad vital de su alma mater. «Desde pequeño mi gran pasión fue la música. Siempre quise tener un local cómodo, con buena música, y en el que la gente pudiera comer. Con esa idea abrimos el Timbeque. El bar en el que a mí me gustaría estar como cliente. En aquella época, y pasa lo mismo ahora, no había muchos locales que sirvieran de comer hasta tarde como hacemos aquí», indica.

Los antecedentes familiares de Angulo se retrotraen a La Madrileña, la histórica churrería que se encontraba en el corazón de Triana y que fue regentada por ellos durante 47 años. «La hostelería siempre me ha tirado. Porque era a lo que se dedicaba mi familia. Desde pequeños pasamos mucho tiempo allí y echábamos una mano», dijo.

El Timbeque es prácticamente el local más longevo de su zona, en el barrio de Arenales. Quedan otros históricos como El Guincho o el Imperial, incluso El Bote. Pero el local de Carmelo Angulo es perfecto testigo de lo difícil que ha sido mantenerse con una combinación de copas y música durante un cuarto de siglo. «Todo ha cambiado mucho durante estos 25 años. Leyes, cambios de moneda. Creo que lo que a nosotros nos ha permitido estar en la brecha durante todos estos años es el tipo de música que ponemos. Como no se podía escuchar en muchos sitios, esto ha hecho una clientela que se ha sentido atraída y se ha hecho fiel. Por lo que opinan creo que lo pasan muy bien y es uno de los factores. Aparte de mucha gente que conocíamos y que en los principios siempre te ayuda. Lo mejor del Timbeque es la clientela, de verdad. Da gusto trabajar con una gente que es tan agradecida con lo que hacemos».

Carmelo Angulo lleva estos 25 años acostumbrando sus biorritmos a la noche y a los extraños especímenes que de vez en cuando alberga. «La noche es dura, pero te acostumbras a ella. Tienes que tener mucha mano izquierda para muchas cosas. Pero no nos ha sido tan duro gracias a la clientela que tenemos. Hemos hecho muy buenas amistades, con un gran vínculo. Algunos se han quedado en el camino...», recuerda con emoción.

Y es que el Timbeque es para Carmelo como el Johnny’s Garden de su admirado Stephen Stills, un lugar en el que estar a gusto y en familia. Disfrutando de pasiones comunes. «Hay muchas anécdotas en todos estos años. Por ejemplo, recuerdo con mucho cariño una pareja que se conoció aquí y el día de su boda, después de casarse, vinieron al bar con sus trajes de novios. Otras parejas que se conocieron aquí y suelen venir a recordarlo. O un señor de la península que vio en el CANARIAS7 un artículo que hablaba del bar y la música que poníamos aquí y me envío un paquete con una selección de discos y una carta en la que decía que nos agradecía que en la isla, donde él suele veranear, hubiera un bar que pusiera este tipo de música».

Carmelo Angulo es un hombre discreto. Al que quizá mucha gente solo reconozca tras la barra del bar. Pero en su vida ha cultivado muchas más áreas, desde su pasión por el motociclismo o la pesca, a su pasado como motorista. «Desde muy jovencito tuve mucha pasión por la música y las motos. Empecé a correr muy joven, con solo 18 años. Hice unas cuantas carreras en la península y conozco mucha gente de ese ambiente. De ahí empecé a pintar las motos, porque por culpa de las carreras, en las que tenía que tener todas mis piezas bien, a la gente le gustó mucho y comencé a trabajar con ello. Y de ahí pasé a pintar guitarras, que es otra de mis pasiones. También he practicado deportes como el submarinismo. Siempre hay que aprovechar los días libres, a veces incluso sin dormir, pero es la única manera de atender esas otras pasiones», dice.

Angulo ha visto pasar todo tipo de público en 25 años del Timbeque. «Ha habido un cambio generacional, y se ve mucha gente nueva que no había conocido el local y le está gustando. Porque les gusta nuestra música y eso hace que se clasifique a la gente que viene. A pesar de estar un poquito apartados. Se da el caso de que ahora vienen mucho los hijos de clientes que teníamos cuando abrimos hace 25 años», comentó.

El origen del nombre.

Desde la apertura de sus puertas en 1993, el local del número 18 de la calle de Canalejas, en el barrio de Arenales, ha llevado por nombre el de Timbeque. Este salió del imaginario de Orlando Hernández, renacentista artista canario del siglo pasado. «Yo le comenté que iba a abrir un local con esta filosofía y había pensado unos nombres y él hizo una lista. En ese listado yo elegí el Timbeque, más que nada por su sonoridad, porque no sabía lo que significaba. Me dijo que habíamos acertado porque iba en consonancia con lo que íbamos a abrir. Un Timbeque era un local de aceite y vinagre en los campos, donde la gente se buscaba la vida».

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