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Ingrid Ortiz Viera y / Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 1 de enero 1970
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La tarde de ayer se presentaba tranquila y calurosa en las emblemáticas calles de Valsequillo. Podría haberse tratado de un día de verano cualquiera -y en cierto modo lo era, a la sombra de un gran árbol y sin ningún repique de campanas- de no ser porque el pueblo estaba de fiesta al celebrar el esperado enlace entre Carla Míguez Martel y Gregorio Martínez Gómez.
La novia, que lucía un vestido sencillo con espalda descubierta y algo de pedrería en las mangas, no podía perder la sonrisa. La descendiente de la familia de Pérez Galdós es bien conocida entre los vecinos naturales del pequeño pueblo, aunque partió muy joven a Madrid para estudiar Ciencias Ambientales. Sin embargo, tras alistarse en el Ejército, ascendió al escuadrón de caballería que se encarga de la escolta de la Familia Real.
«Ella siempre cuenta que, cuando pasaba al lado del rey Juan Carlos, él le picaba el ojo», afirma un familiar antes de la ceremonia. Y es que Carla consiguió hacer de su pasión su profesión, ya que es, además, campeona de hípica en España.
Fue allí donde conoció a su hoy ya marido, Gregorio, también militar, que se vistió de gala para la ocasión con el uniforme correspondiente y que hacía juego con el brillo que reflejaban sus ojos. No era para menos.
En palabras del cura, que se mostró cercano y jovial en una misa corta: «Ahora ponen en común un proyecto de vida, eso es un paso importante».
La ceremonia también contó con lágrimas de sobra, palabras cariñosas por parte de los padrinos, cuatro pequeños pajes bien portados y alguna que otra anécdota graciosa que quedará para el recuerdo... si nadie vuelve a «perder los papeles». Al salir, el tradicional arroz envolvió a la feliz pareja, que ofreció su mejor beso, el segundo de la tarde, a todos los asistentes. En la iglesia de San Miguel se congregaron los amigos y la familia más allegada, apenas un centenar de personas, alejándose de la frecuente espectacularidad con la que cuentan los actos militares. Así, todo discurrió de la manera más fluida y en un ambiente íntimo.
Entre los invitados predominaron los tonos rojos y rosas, con algún que otro vestido verde, que hacía juego con el gran ramo de la novia. El calor extremo hizo que las mujeres desenfundaran sus abanicos, pero los hombres mantuvieron la compostura con sus chaquetas hasta la llegada a la celebración, que tuvo lugar en los Jardines de la Marquesa, en el municipio de Arucas.
Así, arropados por un paisaje envidiable, cansados y felices a partes iguales, terminaba un día que empezó con muchos nervios. Ahora solo queda el siguiente paso, seguramente el más placentero: la luna de miel.
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