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El manto espectral de la cumbre

El manto espectral de la cumbre

Una atmósfera opresora, un manto de cenizas camufladas en la espesa niebla, protagonizaban el paisaje tras la batalla en la cumbre grancanaria. Un ambiente espectral tras el iracundo paso del fuego por la zona alta de la isla, que fue recuperando el pulso a medida que se abrían sus carreteras y la fotografía resultaba idónea para la localización de una película apocalíptica.

David Ojeda y Tejeda

Jueves, 1 de enero 1970

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Esa impresión que rozaba lo gótico era producto del poco elemento humano que se asomaba a las calles cuando la tarde avanzaba y los profesionales de las emergencias iban poniendo cerco a la invasión de las llamas.

Lagunetas, Camaretas, los Llanos de Ana López. Lugares silenciosos y oscuros, que evidenciaban lo caprichoso del fuego. Ese que cruza de un lado al otro de la calzada, ennegreciendo la tierra pero dejando impoluta la carretera.

La tarde de ayer no ofrecía refugio a los curiosos, aunque de estos había unos cuantos. Las llamadas de prevención de las autoridades, que solicitaban no subir a la cumbre, vaciaron las carreteras y los núcleos urbanos. Realizado el balance de daños materiales por los vecinos o, en su mayor parte, propietarios de segundas viviendas, la corona de Gran Canaria se fue vaciando de figuras físicas.

Apenas unos cuantos vehículos de medios de comunicación y los pertinentes retenes de emergencias, que iban enjuagando los contados conatos que se iban dando en una cumbre en la que la intermitente lluvia oficiaba de bombero y las temperaturas obligaban a desempolvar los abrigos más robustos.

El frío contrastaba con el infierno desatado solo 24 horas antes. El descenso del termómetro acarició las labores de extinción y evitó que los daños fueran a más. Sin embargo, las carreteras continuaban vacías. Con el único trasiego de los vehículos de la UME y un solitario Volvo gris que recorría la zona, intentando sin éxito, avisar a los operarios del Cabildo de presuntos conatos en la cumbre.

La atmósfera opresiva crecía cuando los sentidos pasaban de la vista al olfato. El olor de las cenizas, el aroma de lo quemado, quedaba presente como testimonio vivo del incendio. Una sensación que tardará muchos días en desprenderse.

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