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La Pared recupera el pulso con el surf

La Pared recupera el pulso con el surf

Es la hora precisa de la mañana en la urbanización de La Pared: las 10.00 horas, ni un minuto más, ni uno menos. La hora en que los surfistas suben caminando por la vereda desde la playa del Viejo Rey, ensalitrados, los torsos y tatuajes al sol y la tablita bajo el brazo, y en que toman el relevo los mayores para su paseo de la mañana hasta el mar, pero con las olas sólo como paisaje.

Catalina García y Catalina García / La Pared

Jueves, 1 de enero 1970

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Ellos, los deportistas, por fin pueden practicar surf desde el sábado pasado y no caben en sí. Regresan de la playa contentos y charlando en varios idiomas, mayormente alemán y francés, aliviados del resquicio abierto en el estado de alarma, que tan lejos les situó el momento de volver a coger olas.

Entre los surfistas de La Pared, regresa Julie, «sólo Julie por favor», pide en un español más que aceptable. No veía el momento en que la desescalada le permitiera cebar olas. Como aún no puede coger la guagua para ir al otro lado de Jandía, a sotavento, se conforma con la playa del Viejo Rey donde le esperaba esta mañana, dentro del horario permitido, la marea baja. «Normalmente hay olas buenas aquí, pero ahora con la bajamar no se puede hacer mucho».

Es Julie la que explica la ventaja de las olas de sotavento en comparación con las de barlovento del Viejo Rey. «En la playa de la Cruz Roja, en Jandía, la ola es más limpia que aquí. Quiero decir que en la zona de La Pared, hay mucho más viento que produce más olas pequeñas en medio». Ella ni se lo plantea en estos momentos de la desescalada: sabe que no puede ir y se conforma con coger la ola, limpia o no, cerca de su casa.

En la urbanización de La Pared, en el municipio de Pájara, una gran parte de los residentes es de nacionalidad extranjera y la otra es surfista. Francis Zuber cumple los dos requisitos: francés y monitor de surf de una de las cinco escuelas que existen en la localidad. Primero se ve a su hijo Aarón Zuber Castaño y a su perra Lía, «cuidado, es una pastora alemana», avisa a la puerta del minimercado donde su padre está comprando. Precisamente porque el pequeño está con él, Zuber no está ahora, antes de las 10.00 horas, en el agua, cogiendo olas.

El minimercado es un oasis, pero de gente, en medio de una urbanización donde, hasta que empiezan a regresar los surfistas, sólo se ve a los trabajadores municipales de limpieza. Al frente de esta tienda está Teresa Londoño, que se vino de Colombia a Fuerteventura en 1999. Desde hace 18 años, reside en La Pared y desde hace cinco regenta el negocio por donde antes pasaban turistas, surfistas y vecinos.

Aunque ha perdido en clientes, ha ganado en tiempo libre para ella porque el coronavirus ha recortado su horario normal de 8.30 a 21.00 horas a de 9.00 a 16.00 horas. «A ver cuándo pasa esto», comenta mientras no deja de colocar la verdura y la fruta que le acaba de llegar, «que me vienen de Las Palmas, salvo los tomates, mírelos, son de aquí, de la finca de Agustín Castro».

La estadística de los surfistas en la urbanización antes de la pandemia es fácil de hallar: cinco escuelas de surf, con dos o tres instructores cada una y a razón de diez alumnos por instructor. La de ahora, sólo hay que ponerse al final del camino de ascenso a la playa del Viejo Rey a la hora precisa de la mañana-

Más en soledad luce, al otro lado de la urbanización, la playa de La Pared propiamente dicha: las olas no son del gusto de los deportistas, el restaurante está cerrado, la desescalada aún no permite volver a pescar de caña sobre el Jurado y la pandemia pasa de largo sobre las piedras seglares de la pared prehispánica. Y, a modo de aclaración, van tres paredes en un sólo párrafo: la urbanización, la playa y el Bien de Interés Cultural (BIC) que dividía a los dos reinos antes de la Conquista normanda.

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