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El enésimo esfuerzo en la cumbre

El enésimo esfuerzo en la cumbre

Los restauradores del municipio hacen balance de los daños a los que se han visto sometidos por los días cerrados y la mercancia que han tenido que tirar. Las señales de agradecimiento al operativo de extinción son visibles en la zona.

Jueves, 1 de enero 1970

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Un veterano Peugeot 505 se esfuerza en subir en la cuesta que lleva hasta el casco de Tejeda. En su interior va una reserva de productos destinados a la cocina de uno de los restaurantes del pueblo, necesitados de abastos tras tener que tirar mucha de la mercancía que guardaban en su almacén durante los días del desalojo. Eso representa muy bien lo que estos días se vive en el municipio, castigado con diez días demenciales en los que el fuego les expulsó de sus casas.

«Tiramos 30 postres y todas las tarrinas de alioli, por ejemplo», cuentan en el célebre Asador Yolanda, donde el pasado miércoles atendieron al político popular Pablo Casado.

El Yolanda es un enclave estratégico. Situado en la Cruz y frente al Parador. Este jueves trabajaban con normalidad. Sus puertas abiertas de par en par desde primera hora del mediodía y con su personal ya desplegado para despachar a un grupo de turistas conducido hasta allí por unos touroperadores.

Su equipo además se sentía en deuda. Con la necesidad de expresar su gratitud con los que formaron parte del despliegue de extinción de este calamitoso incendio forestal. «Gracias a todos los efectivos de corazón», se puede leer en una pancarta de considerables dimensiones que colgaron de una de sus cristaleras frontales. «Desde el primer momento se portaron excelentemente con nosotros. Nos dijeron que no pasaba nada, que estaban aquí para ayudarnos a evacuar. Nos tranquilizaron porque estábamos muy asustados porque justo detrás están los depósitos de propano de El Refugio y los nuestros», contaba una de las empleadas ya con una sonrisa que difuminaba el terror de los días previos.

La Cruz iba recibiendo visita y no había mejor señal de que la normalidad poco a poco se va imponiendo a pesar del pasto de ceniza que rodea el lugar es que Manuel Ortega vuelve a estar con su burro en la cumbre. «Ya que se salvó sácale todas las fotos que quieras», dice con una sonrisa mientras asume su papel de atracción local para los turistas que llegan.

Más áspero se vuelve el camino hacia el pueblo. Tiene mucho que ver en ello el paisaje, tiznado por el paso de unas llamas que no tuvieron piedad ni de los almendros. Allí las persianas de los restaurantes, en muchos casos, todavía recibían a los que llegaban desplegadas. Dentro de los locales mucha actividad. Y mucha rabia. En muchos casos, los propietarios prefieren no hacer declaraciones. «Lo siento mucho, pero es que estoy de muy mal humor. No paramos de tirar comida. Y estamos sin teléfono y agua por culpa del fuego», exponen con dolor.

Esa es una de las primeras secuelas de ese incendio voraz que ha castigado a Tejeda en dos ocasiones en solo diez días.

Los ánimos están tocados en el pueblo. Hace una semana desde allí se quería transmitir que todo estaba en orden y que la gente podía subir el fin de semana. Nadie podía imaginar la tormenta de fuego que se desató el pasado sábado.

La normalidad se retoma y la gente vuelve a los barrios. Poco a poco. Algo más tardará en brotar el verde que hasta hace no mucho bañaba el lugar, pero nada discute el encanto que siempre perdurará en sus calles.

Y en sus alrededores. Abierto el camino por Cueva Grande se llega al Roque Nublo. Impávido ante la tragedia vivida estos días. Óscar Suárez exprime naranjas en su puesto al pie del camino. «Ya hay unas 15 personas camino al Nublo», expone a las 09.30 horas. Los turistas aprovechan la reapertura de la carretera para llegar hasta allí.

Ayacata también va viendo llegar, como en el caso de Tejeda, las furgonetas de los touroperadores cargadas de turistas. Antonio, encargado del Bar Melo, espera sentado en la puerta que la actividad se reanude. «Lo peor del desalojo es que tuvimos que tirar comida», resalta también. «Llevamos cinco días sin venir y eso se nota, pero por suerte nosotros aquí no estamos en temporada alta. De todas formas yo creo que la gente subirá el fin de semana y que el sábado esto estará igual que cuando nieve», significa.

Antonio relata como fueron los días pasados. «Tampoco pasamos mucho miedo. El fuego estaba por otro lado y aquí, más bien, lo que vivimos fue un desalojo por precaución. Están todas las casas bien», comenta.

Y es que esa zona, al igual que la que ocupa el frente del Bentayga, con El Troncón, El Juncal o El Carrizal, se mantienen en pleno esplendor. Las llamas calcinaron el entorno cercano, pero esos barrios se vieron protegidos por la caprichosa dirección del fuego.

Todos, eso sí, comparten el dolor que se hace más grande cuando se llega a la carretera de Valleseco con Ariñez. Un cruce salpicado de vegetación abrasada y ceniza. Un lugar que se aproxima a la zona cero del incendio y al que, en apariencia, le va a costar más remontar.

Ahora todos tratan de retomar el pulso. De aparentar normalidad y confiar en que las celebraciones inminentes vaya diluyendo el mal trago. «Yo creo que dentro de poco todo se habrá olvidado. La gente volverá a subir a comer como antes y nos recuperaremos de las pérdidas que hemos tenido estos días», señala el propietario de uno de los locales de la zona.

Mientras tanto es tiempo de reponer los almacenes. De recuperar las líneas telefónicas. De que el agua vuelva a correr por las tuberías y la cumbre vuelve a destacar por su importante valor en Gran Canaria.

Que en breve solo sea un mal recuerdo y se acaben los años del mal fario.

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