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Se rompe el gran espejo norteamericano

Se rompe el gran espejo norteamericano

Philip Roth, que falleció este miércoles a los 85 años, en un hospital de Manhattan, se trazó como gran objetivo retratar su país natal, aunque sus universales reflexiones y tramas han contado con mucho éxito también fuera de Estados Unidos

Alicia García de Francisco (Efe) / Madrid

Jueves, 1 de enero 1970

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Philip Roth, que falleció ayer a los 85 años en un hospital de Manhattan, tuvo una única obsesión en toda su carrera: retratar a su país, Estados Unidos, en toda su extensión y con todas sus contradicciones, y por eso, pese a saber que era un autor leído en todo el mundo, escribió siempre por y para los lectores estadounidenses.

«La historia de los Estados Unidos, las vidas estadounidenses, la sociedad estadounidense, los lugares estadounidenses, los dilemas estadounidenses –la confusión, las expectativas, el desconcierto y la angustia estadounidenses– constituyen mi temática, como lo fueron para mis predecesores estadounidenses durante más de dos siglos», dijo Roth en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2012.

Estaba convaleciente de una operación y no viajó a Oviedo a recogerlo, pero se mostró agradecido y, sobre todo, sorprendido, porque los lectores de otros países, en ese caso España, pudieran identificarse con su obra y comparar así su visión con «la representación estereotipada, excesivamente simplificada de Estados Unidos».

Desde 1959. Una obsesión que apareció desde su primera obra, Goodbye, Columbus (1959), cinco relatos cortos en los que sentó las bases de toda su trayectoria posterior. Y que quedó aún más clara cuando en 1973 publicó La gran novela americana (The Great American Novel), un desafío ya desde el título para el mundo literario estadounidense, siempre a la búsqueda de esa gran novela americana.

Trabajó sin descanso para ser el autor de la novela definitiva sobre su país y lo logró a juicio de muchos con su brutal trilogía formada por Pastoral Americana, (American pastoral, 1997), Me casé con un comunista (I married a comunist, 1998) y La mancha humana (The human stain, 2000).

Un certero y demoledor retrato de su país que se conoce como «Los Estados Unidos perdidos» y que le hizo desde entonces un serio aspirante al Premio Nobel de Literatura.

La primera y la última novelas de esa trilogía fueron llevadas al cine, como otras muchas de sus obras, adaptaciones todas ellas fallidas porque el lenguaje de Roth es inadaptable a la palabra hablada, algo que ha pasado con otros genios de la Literatura como Gabriel García Márquez.

Las imágenes del cine nunca han logrado reflejar la intensidad y profundidad de un escritor que es considerado casi como un forense del alma humana, por la precisión con la que ha plasmado en sus obras el dolor, la crueldad o la soledad del ser humano.

Pero siempre con una fina e implacable ironía con la que criticaba sin descanso a sus compatriotas a través de la voz de su personaje más conocido, Nathan Zuckerman, su alter ego y narrador de muchas de sus novelas, que apareció por primera vez en Mi vida como hombre (My Life as a Man, 1974).

Historias siempre con la realidad como punto de partida, pero también con un gran componente surrealista, y que hicieron de este escritor el máximo exponente de la herencia de la gran literatura estadounidense, en línea con Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway o Saul Bellow.

En lo más alto

Hace algunos años, el gran pope de la crítica Harold Bloom, consideró a Roth como uno de los cuatro escritores norteamericanos vivos más importantes, junto con Thomas Pynchon, Don DeLillo, y Cormac McCarthy.

Un lugar entre los más grandes que se ganó por su escritura sin complacencias, en la que no olvidaba su origen judío, aunque en muchas ocasiones renegó de que se le considerara simplemente un escritor judío.

Su obra es mucho más compleja como para limitarla a una simplificación semejante.

Diseccionó la memoria, la vejez, la muerte, la iniciación a la vida, la política (apoyó publicamente al Partido Demócrata), la libertad, la sombra del padre o el sexo –en muchos de sus libros pero sobre todo en El pecho (The Breast, 1972), con un profesor de literatura convertido en un pecho de mujer–.

Un autor que sufría al escribir. Describía su proceso creativo como una «agonía espontánea», que le llevaba a adentrarse con cada obra en un inicio «extremadamente difícil, frustrante y poco satisfactorio», como señaló en una entrevista en 2012.

Dos años después anunció oficialmente una retirada que en realidad se remontaba a ese 2012, pero nadie le creyó, porque no era la primera vez que intentaba parar de escribir sin lograrlo.

Pero lo cumplió. Dijo que ya no se sentía con la vitalidad mental ni la energía verbal necesaria para seguir escribiendo.

En enero, en la que fue su última entrevista, al New York Times, se refirió a lo que había sido para él ser un escritor: «Regocijo y gemido. Frustración y libertad. Inspiración e incertidumbre. Abundancia y vacío. Ardor y locura». Y una «tremenda soledad».

Luto en Asturias

El fallecimiento de Philip Roth tiñó ayer la reunión del jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018, un galardón que recibió en 2012, según ha señalado al inicio de sus deliberaciones el autor cubano Leonardo Padura.

«Me siento un poco de luto, Roth es para mí un ejemplo de lo que puede ser un escritor comprometido con su tiempo y su sociedad», dijo el novelista caribeño, Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2016, tras calificarlo de «gran maestro como escritor y como persona».

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