Puerto Naos, más de 1.000 días a merced de sensores de CO2
Un pueblo a media vida ·
Vecinos, bomberos y medidores de gas conviven junto a una zona, la de Playa Chica, que sigue vedada al paso | Es la parte de La Palma habitada que más siente todavía el 'aliento' del volcán | La ciencia lo vigila 24 horas
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Puerto Naos no es un pueblo fantasma, como sí lo fue hasta finales de 2023, pero tampoco tiene la vida de antes de la erupción del volcán Tajogaite. Buena parte de sus residentes tienen vía libre para volver, pero lo cierto es que, casi 1.100 días después de que se abriera la tierra por Cumbre Vieja, este popular enclave residencial y turístico de la costa de Los Llanos de Aridane, en La Palma, sigue a merced de un intruso invisible y escurridizo, el CO2.
Aquí no llegó la colada, pero el volcán les dejó como secuela concentraciones elevadas de este gas, que puede ser letal cuando su presencia supera el 14% en el aire. En Puerto Naos hubo puntos en los que tuvo una presencia del 70%, como apuntó a este periódico, en una edición anterior, el geoquímico de Involcan, Pedro Hernández.
Como ni se ve ni se huele, la alarma la dan unos sensores repartidos por toda la localidad y por la vecina La Bombilla. El C02 no puede superar ciertos niveles de partículas por millón en el aire. A partir de 700 ppm (partes por millón) se considera desfavorable. Estos aparatos están en todas las casas y en muchos puntos de las calles, sobre todo en las farolas. Incluso en la arena de la playa. Pero, con todo, en Puerto Naos solo queda una zona vedada, la llamada zona negra o de exclusión, en el entorno se lo que se conoce como Playa Chica. Una valla y una caseta de madera con vigilantes de seguridad impiden el paso a vecinos y curiosos.
Apenas una semana antes del tercer aniversario del día en que reventó el Tajogaite, el Cabildo, en el marco de una nueva reunión del comité asesor del Peinpal (Plan de Emergencias Insular de La Palma), autorizó el retorno de residentes a otras seis viviendas. Ya son más de 800 en esta urbanización. Pero no todas están ocupadas. Esste enclave sigue a media vida.
Aunque se ha permitido el retorno a más de 800 casas, la mayoría de los negocios están cerrados y queda una zona negra o vedada
Solo el supermercado Spar, los dos chiringuitos de la playa y el hotel Sol Meliá dan cierto aire de normalidad. El resto está cerrado y apenas se ve gente en la calle. Otro dato curioso. La mayoría de los garajes, casi todos comunitarios, están inhabilitados, vacíos y abiertos. ¿Para qué? Para ventilarlos. Es en ellos y en los sótanos de los edificios donde se registran los niveles mas altos de CO2.
«Ya era hora de que vengan periodistas, así verán que lo que decimos es real, que aquí hay concentraciones elevadas de gas y que es peligroso». A Carlos Rodríguez, bombero que forma parte del retén que durante el día monitoriza la zona negra, se le nota el cansancio de lidiar con la incredulidad de los vecinos.
Yanelis Montano: «De la noche a la mañana me vi sin empleo ni casa»
Esta palmera de adopción lo perdió todo, al menos temporalmente, cuando reventó el Tajogaite. Vivía y trabajaba en Puerto Naos. ¿La consecuencia? «Que de la noche a la mañana me vi sin nada, sin trabajo ni casa y viviendo en un cuarto con dos niños». Se refiere al hotel en el que residió hasta noviembre del año pasado. Ahora ha vuelto a atender en el Ocean Drive, uno de los chiringuitos de la playa. «Aquí estoy tranquila, solo que con limitaciones», lamenta, como que el colegio siga cerrado y tengan que ir a otro más lejos.
Vive pegado a un sensor portátil de CO2 y de otros gases. Es su escudo de defensa. Emite pitidos sucesivos y un punto desasosegantes en cuanto la concentración de ese gas es alta. Justo en la bajada del paseo marítimo a la plazoleta de Playa Chica, un llamativo conducto amarilla sobresale en medio de un garaje abierto. Apenas lo acerca y el sensor se desarreta. Lo deja y se retira. No tiene la protección adecuada. «Según el día, ha llegado a marcar 18.000 o 16.000 ppm, una barbaridad».
Un 60% de los sensores en la zona negra, con registros desfavorables
El último informe de control del aire hecho público por el grupo de expertos del Peinpal, que data del mes de julio pasado, advierte de que en la zona negra de Puerto Naos el 60% de los sensores aún registran resultados desfavorables de concentración de CO2, según informó días atrás la agencia EFE. En esa misma información se especificaba que de las 175 estaciones de monitorización de CO2 en exteriores instaladas en Puerto Naos, el promedio de concentración se sitúa en 495 partes por millón (ppm), un nivel considerado «bueno» dentro de los parámetros marcados por el Cabildo de La Palma. Sin embargo, y en contraste, EFE apuntaba que en dos estaciones exteriores las concentraciones de CO2 superaron las 5.000 ppm, alcanzando niveles «muy desfavorables», mientras que en otras seis estaciones se reportaron concentraciones superiores a las 700 ppm, que también se considera «desfavorable». «Aunque los gases volcánicos no son una novedad en La Palma, los niveles actuales de concentración en algunos puntos de Puerto Naos son anormales», reconoció el bombero Himar de Paz a EFE. «Antes, las personas podían aparcar tranquilamente en sus garajes y sacar la compra del coche sin notar nada fuera de lo común. Hoy en día, esos mismos espacios se han convertido en trampas potenciales, donde el CO2 te puede tumbar antes de que te des cuenta», advirtió.
Ese tubo por el que sale el CO2 forma parte de una de las acciones específicas de mitigación ideadas por el personal de emergencias para Puerto Naos, entre las que figura, por ejemplo, la ventilación, tanto natural como forzada, como días atrás le explicó a EFE el bombero de la empresa Falck, Himar de Paz. En presencia de Rodríguez, un compañero del servicio entró en ese aparcamiento para una operación de mantenimiento e iba fuertemente equipado, con cascos, cámara de gas y bombona de oxígeno.
Como una cascada de gas
Apenas unos metros más hacia Playa Chica, el CO2 se va haciendo cada vez más presente, y hasta visible, incluso en zonas exteriores. Especialmente en dos patios-callejones, un tanto estrechos, entre edificios. Basta agudizar la mirada para verlo descender por una de las paredes. Se aprecia porque la imagen en ese punto pierde nitidez y parece que se mueve. De hecho, cae como una cascada.
«Si vienes de noche y lo alumbras con una linterna, se ve perfectamente», advierte Rodríguez. Ese efecto es producto de un cambio en la densidad del aire. «El otro día rompimos aquella cerradura -apunta a una puerta próxima- salía como un chorro, como si rebosara». Al ser más denso, baja y se concentra cerca del suelo. Por eso afecta mucho a animales pequeños, como a los roedores. «Esa es la calle de las ratas, por tantas que han aparecido muertas». Así llaman al tramo bajo de la de Maximiliano Darias.
Los científicos lidian con la desconfianza de algunos vecinos, que incluso atribuyen los efectos por el gas a la sugestión
Si uno no va protegido y se aproxima levemente a un punto de fuga de CO2, la primera sensación, como si se recibiera un golpe, es la de una súbita irritación de ojos, nariz y boca que resulta desagradable y molesta. Según explica Rodríguez, es fruto de la reacción química que se produce entre el CO2 y la humedad de esas partes de la cara.
«Se come el aluminio»
Ese es un rápido y leve efecto en la salud del humano que se le acerca, pero en Puerto Naos este gas ha dejado otros rastros más evidentes de su dañino paso. Basta observar, a través de las cristaleas, el material acumulado en algunos de los negocios de Playa Chica que llevan años cerrados. El bombero señala a las mesas de un bar. «Se ha comido el aluminio de las patas, parece como si se estuviera derritiendo».
Más allá de la zona de exclusión, y de los garajes inhabilitados y abiertos, y de la mayor parte de los negocios cerrados, el ambiente que se respira es de aparente normalidad. En la arena de la playa, los pocos usuarios de las tumbonas descansan y toman algo, justo al lado de medidores de CO2. En el chiringuito Ocean Drive, uno de los dos de la cala, ambos abiertos, Yanelis Montano sirve cervezas a varios clientes. Otros aprovechan para caminar por la orilla. A la altura de Playa Chica se dan la vuelta. Otra valla impide el paso.
Jorge Plata: «Esto es el paraíso, tras el volcán nos venimos a vivir aquí»
Jorge, lejos de preocuparse por la presencia elevada de CO2, optó por venirse a vivir a Puerto Naos justo después de la crisis de los gases. «Mi mujer es de aquí, pero ella y yo vivíamos en Argual (cerca del centro urbano de Los Llanos de Aridane) y bajábamos todos los días cuando empezaron a dar los QR para autorizarnos a venir, pero en cuanto dejaron bajar a todo el mundo, nos venimos a vivir aquí». No tiene dudas. «Esto es el paraíso, es como vivir de vacaciones todo el año, tenemos tres gatos y sin problemas». Lo dice por el gas.
Quizás esta naturalidad se explica por la incredulidad con la que algunos vecinos se toman esta coyuntura. No en vano, un empleado de los servicios de la playa advierte de que esas reacciones al gas son mera sugestión. «Claro, pues si es así, ¿por qué no bajan a los garajes?», ironiza un bombero. Científicos y técnicos han tenido que convocar varias reuniones para explicarles el daño al que se exponen.
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